Montería

Sacerdote de 70 años podría perder la pierna por incumplimiento de la Nueva EPS en Montería

Un párroco de 70 años, con más de cuatro décadas de servicio a la comunidad, enfrenta la posible pérdida de su pierna mientras espera desde hace año y medio una intervención quirúrgica esencial.

Padre Diego Díaz Sierra, paciente afiliado a la Nueva EPS en Montería.

Padre Diego Díaz Sierra, paciente afiliado a la Nueva EPS en Montería.

Montería

Las campanas de la parroquia Sagrada Familia, en el secor La Unión del barrio Cantaclaro, repican con un eco de desesperanza para su párroco, el Padre Diego Díaz Sierra.

A sus 70 años, y con una vida dedicada al servicio religioso, el presbítero libra una batalla contra el tiempo y un sistema de salud que lo tiene al borde de una amputación. Una caída hace año y medio en su propia iglesia, al ir a abrir una reja para un entierro, le provocó múltiples fracturas en su pierna derecha, la misma que ya tenía una prótesis de rodilla por una lesión anterior.

La cirugía urgente, destinada a evitar la pérdida de la extremidad, ha sido continuamente cancelada. A pesar de que todos los trámites y autorizaciones están en regla, la Nueva EPS, entidad intervenida por el Gobierno Nacional, no ha cumplido con el pago del convenio con la Clínica Imat, la IPS designada para el procedimiento.

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“Porque me han preparado para la operación y resulta que nada”, relata el sacerdote con voz quebrada. “Llaman y dicen que no se han podido comunicar con el médico, llamo al médico y me dice que no le han dicho nada. Queda para tal día y después dice que no tiene los materiales para la operación, que espere, espere y espere y ahí estamos en esa situación”.

El drama del Padre Díaz

El dolor que padece es insoportable. El Padre Díaz se moviliza con enorme dificultad usando una silla de ruedas y un caminador para oficiar las tres eucaristías diarias, una tarea que realiza sin ayuda.

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“El dolor es terrible, yo duermo boca arriba con los pies levantados en unos cojines, pero eso es muy terrible”, confiesa.

La situación no solo merma su salud física, sino también su capacidad para servir a su comunidad. Su labor pastoral se ha visto drasticamente reducida: no puede visitar enfermos, confesarlos en sus domicilios o realizar las actividades comunitarias habituales. “Se me ha mermado, se ha mermado mucho, apenas para la misa nomás”, asegura con tristeza.

El entorno donde vive y trabaja agrava su penuria. La parroquia sufre de inundaciones recurrentes. “Cuando llueve, aquí entra el agua, se me entra el agua por la iglesia, por la casa cural (…) Se sale por los inodoros (…) se me mete a la pieza mía agua de alcantarilla”, describe.

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Esta insalubridad ha obligado al religioso a dormir en medio de infecciones, un riesgo adicional para su ya comprometido estado de salud. A pesar de haber agotado todas las vías jurídicas para forzar a la EPS a actuar, sus esfuerzos han sido infructuosos. “Están jugando con mi salud, yo tengo ya 70 años”, denuncia.

Su caso es un acto de fe

Con la resignación dando paso a la indignación, el Padre Diego hace un último llamamiento a las autoridades.

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“Que por favor me atiendan lo más pronto, porque de mí depende también espiritualmente muchos servicios a la comunidad”. Su caso se erige como un testimonio crudo de las fallas del sistema. Él mismo reflexiona: “No solamente lo han hecho con un sacerdote, ¿con cuántos pobres lo hacen?”. Mientras, cada paso con el caminador es una lucha, cada misa oficiada sentado un acto de fe, y cada nuevo día de espera acerca la sombra de una amputación que podría ser evitable.

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