Montería

Leonardo Padura en Un Río de Libros: La Habana como personaje y la escritura como un túnel incierto

El Premio Princesa de Asturias de las Letras cerró el tercer día de la feria literaria de Córdoba con una charla profundamente personal, donde reflexionó sobre la Cuba contemporánea y el proceso creativo.

Leonardo Padura en diálogo con Carlos Martín, director de Un Río de Libros.

Leonardo Padura en diálogo con Carlos Martín, director de Un Río de Libros.

Montería

Bajo la atmósfera expectante del Centro de Convenciones de Montería, el escritor cubano Leonardo Padura ofreció una charla que fue mucho más que un recital literario; fue un viaje íntimo a las entrañas de su creación y a las complejidades de su país.

En conversación con el periodista Carlos Marín, como cierre del tercer día del encuentro Un Río de Libros, organizado por la Gobernación de Córdoba, el Premio Princesa de Asturias de las Letras desgranó con lucidez y autenticidad los hilos que tejen su narrativa: la crítica mirada sobre la realidad cubana, el oficio de escribir como un proceso vital y La Habana como un personaje omnipresente y malherido.

El diálogo se inició con su más reciente novela, Morir en la arena, que Padura presentó como un retrato del ocaso de una generación específica: la nacida en los años cincuenta, que ha vivido toda su existencia bajo el sistema instaurado por la Revolución.

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El autor describió cómo sus contemporáneos enfrentan hoy agudos conflictos sociales, humanos y espirituales al llegar a una vejez donde la pensión resulta insuficiente para sobrevivir. Aunque la obra arranca con un parricidio que introduce elementos de ficción policial, el novelista fue enfático en aclarar que su objetivo no era construir un tratado sociológico, sino ofrecer una mirada humana y cercana sobre las tensiones y contradicciones que definen la Cuba actual.

Su proceso creativo

Al adentrarse en los misterios de su proceso creativo, Padura compartió con el público los fundamentos de su método, destacando la disciplina y una visión del oficio que bebe de la incertidumbre.

Recordó sus humildes inicios escribiendo cuentos breves, algunos de los cuales, con el tiempo, crecieron hasta convertirse en novelas de largo aliento. Citando al escritor Milan Kundera, afirmó que “la persona que inicia una novela no es la misma que la termina”, una idea que encapsula su propia experiencia.

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Para el cubano, escribir es una travesía impredecible: “Escribir una novela es un túnel al que se entra sin saber dónde se va a salir”, confesó, delineando así la naturaleza orgánica y vital de su trabajo.

La conversación derivó entonces hacia uno de los pilares de su universo literario: la ciudad de La Habana. Con emoción, Padura evocó su infancia en Mantilla, un barrio periférico donde su familia ha residido desde el siglo XIX. Relató que, gracias al trabajo de su padre y su abuelo en el paradero de buses local, pudo recorrer y conocer a fondo la urbe que años más tarde se erigiría como el gran escenario de sus historias. Sin embargo, subrayó que para él La Habana es mucho más que un simple decorado; es un personaje con identidad propia, lleno de vida, contradicciones y una belleza decadente que él explora desde una perspectiva que trasciende por completo la mirada turística.

Padura y la “ajenitud”

Fue en este contexto donde introdujo el concepto de “ajenitud”, un término con el que define la sensación de extrañeza y desapego que le produce presenciar la transformación y el deterioro acelerado de la capital cubana. “Cuando veo las imágenes de mi viejo barrio y su miseria quedo espantado. Es algo que me resulta ajeno”, expresó con visible desconsuelo, al tiempo que lamentó la profunda pérdida de valores ciudadanos y el impacto devastador de la crisis energética, que sume en oscuridad a buena parte de la ciudad.

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Con una ironía mordaz, señaló que de las promesas iniciales de la Revolución hoy solo perdura la “FE”, que en el lenguaje popular cubano significa “familia en el extranjero”, en una clara referencia a las remesas que se han convertido en el sustento vital de numerosos hogares.

El recorrido biográfico también tocó sus inicios profesionales y los obstáculos que encontró. Padura recordó sus intentos frustrados por estudiar periodismo y cine, carreras que en aquella época estaban cerradas en Cuba, y cómo ese fracaso lo condujo, casi por destino, hacia la literatura. Esa decisión, afirmó, definió para siempre su vida y su camino como narrador.

Respecto a la recepción de su obra en su propio país, el autor reveló una paradoja significativa: aunque sus libros se editan y venden en todo el mundo, en Cuba no son publicados por decisión de las editoriales estatales. “Dicen que no hay papel, pero sospecho que lo que no hay es voluntad”, comentó con un humor cargado de resignación, añadiendo que los lectores cubanos deben recurrir a la piratería y a los dispositivos digitales para poder acceder a sus novelas.

El autor y su recuerdo de Gabriel García Márquez

La velada tuvo también un momento de leve nostalgia y anécdota, cuando Padura compartió un recuerdo de su encuentro con Gabriel García Márquez en 1982. Relató que durante un almuerzo, el Nobel colombiano llegó tarde y, como ya había comido, solo pidió un caldo. “Todos teníamos hambre, pero por pena también pedimos lo mismo”, recordó entre las risas del público.

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Antes de concluir, el autor reafirmó su inquebrantable compromiso con la escritura, definiéndola como una necesidad existencial: “Escribo como un loco para no volverme loco. No soy el más talentoso de mi generación, pero sí el que más trabaja”.

Con esta intervención, Leonardo Padura no solo cerró con broche de oro una jornada del festival, sino que dejó una huella imborrable en los asistentes, invitándolos a comprender la escritura como un acto de resistencia y la esperanza como un motor persistente.

El novelista estará nuevamente en la feria para el conversatorio “La novela como de la realidad” junto al escritor Mario Jursich.

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