Las bases de las Farc, entre la incertidumbre y el temor
No quieren volver a las armas, pero se resguardan en sus centros de operaciones para evitar tentaciones y ser atacados, mientras el Gobierno define su suerte.
Estaban allí, en el Diamante, Caquetá, cinco horas por selva adentro, carretera destapada y vía desolada, el mismo escenario donde tres semanas atrás las Farc reunió su mayor poder y definió su nuevo rumbo que – de momento- está en el aire.
Ya no estaban las pancartas, tampoco los cambuches donde periodistas dormían rosando la manigua. Cuatro guerrilleros estaban sentados en la entrada de la vereda. No tenían armas, tampoco camuflados. Permanecían sentados, reposando la comida y secándose el sudor. Hablaban del plebiscito, de la derrota, de los responsables: “Uribe, Santos… el Gobierno no hizo campaña por el Sí…El presidente debió permitirnos hacer política”, se cuestionaban. “Al fin y al cabo ya qué”.
Santos se encontraba con Uribe el miércoles pasado cuando Caracol Radio llegó hasta las profundidades de la selva del Llarí.
En el recinto donde sesionaba el secretariado y el estado mayor, y donde los periodistas escasamente pisaron un par de veces, había revuelo. Dos televisores encendidos anunciaban una noticia, pero no. No era el pronunciamiento de Uribe. Tampoco el de Santos. No había imágenes del esperado encuentro.
Alias Romaña, el mismo que dieron por muerto decenas de veces en los noticieros, acomodaba su boina. Lo vi solo, observando detenidamente la madera que soporta el techo. Bebía una cerveza y me invitó otra. Exigió que estuviera fría. El calor con humedad en la sabana es sofocante.
-“Está jodida la vaina”, empezó a conversar, pero a renglón seguido confesó: “esto se soluciona pronto. No le conviene a nadie”. Ni siquiera pienso en volver a tomar las armas, me dice arrugando los ojos. No creen que el Estado los ataque con bombardeos y me pide que no lo grabe. Como en el Gobierno, las Farc les prohibieron a sus mandos medios hablar con la prensa.
A escasos metros, Joaquín Gómez, comandante del Bloque Sur, hablaba detenidamente con un delegado del Comité Internacional de la Cruz Roja. No estaba armado, pero sus escoltas, sí. Y no se le despegaban. “Estamos esperando a ver qué pasa…no es fácil esta vaina (el proceso)”, dice con rostro de incertidumbre. ¿Y la finalización del cese bilateral al fuego el 31 de octubre?, pregunto. “Esa vaina sí que es muy jodida”.
Y me cuenta que coordina el envío de gran cantidad de tropa que deberá despachar del Yarí. La orden es evacuarlos de El Diamante, moverlos a sus lugares de operaciones en el país y que desde allí se resguarden y se alisten para lo que venga (esperan que no sea la guerra).
“Tenemos unos problemas muy serios de seguridad”, dice Carlos Antonio Losada, jefe negociador de las Farc, quien aparece en la escena acomodándose su camiseta esqueleto y sostiene su radioteléfono.
‘Chepe’, hijo del Mono Jojoy, quien pronuncia dos idiomas, pide que los jóvenes colombianos se unan y no permitan modificar lo que ya está pactado.
Y es que las Farc tienen claro que lo que está en el acuerdo quedó. Y punto. “Y la comunidad internacional es garante”, dice ‘El Loco Iván’, hoy comandante del Bloque Yarí, mientras pide con desespero camionetas de San Vicente y Macarena que le trasladen guerrilla. En dos horas, ocho carros están en primera fila.
La guerrillerada, en su mayoría, se le ve el desgano cuando les pronuncian la palabra guerra. Y otros más pocos, están decididos a enfrentar lo que llegue.
No obstante, la pelea no sería fácil. Tropas del Ejército están en Campo Hermoso, a tres horas del caserío, lo que motivó a la guerrilla a salir de su gente y despacharla a sus regiones porque han quemado varios de sus cartuchos: el Diamante, su vereda y casa durante años, ya no brilla como antes. La mostraron ante el mundo y perdieron uno de los escenarios secretos donde se movían. Hoy el país y el mundo saben que existe, como sus rostros que fotografío la prensa en su décima conferencia.
Lo mejor para las Farc (así lo dicen) es avanzar hacia la paz y no retornar a las armas. Sin embargo, tienen claro que con el uribismo en la mitad, la tarea no será sencilla y tendrán que esperar hasta que el panorama pase de gris a blanco. O, en el peor de los casos, a negro.