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Barranquilla

Manatí, Atlántico: el drama de migrar a EE.UU por la frontera en México

Residentes del sur del Atlántico están abandonando el municipio de Manatí para emprender camino por "El hueco", en busca del 'sueño americano'

Caracol Radio llegó hasta el sur del Atlántico para conocer los testimonios que dan cuenta de una compleja realidad en el municipio de Manatí, ubicado a dos horas de Barranquilla, donde hace al menos tres meses se ha empezado a registrar un fenómeno migratorio que está llevando a los habitantes a irse por "El hueco” en la frontera de México para llegar a Estados Unidos en busca de oportunidades.

Se trata de un fenómeno migratorio que se ha convertido en una alternativa de escape, a la que se suman cada vez más personas; desde jóvenes, madres cabeza de hogar con sus niños, hasta familias completas, dejando al descubierto el drama que viven las nuevas generaciones en Manatí, uno de los municipios con mayores necesidades en el departamento. Allí los más jóvenes, principalmente, ante la falta de oportunidades, están huyendo a su suerte, para probar futuro en tierras norteamericanas, donde deben empezar de cero.

En el pueblo todos saben que cada semana, no uno, ni dos, sino varias personas que deciden irse casi siempre en grupo, cruzando la frontera, sin saber qué les deparará el destino y poniendo en riesgo su vida. No se tiene una cifra exacta, pero los pobladores aseguran que son más de 100 o hasta 200 personas que se han ido en esa condición. Casi en cada cuadra del municipio, alguien sabe o conoce de una historia similar.

Caracol Radio conoció el caso de Jorge González, a quien llamaremos así por seguridad. Hace un mes que vive en la ciudad de Paterson, New Jersey, al noreste de Estados Unidos, y que se ha convertido -como dicen quienes se han ido-, en una colonia de colombianos y habitantes de este municipio, por las facilidades laborales y de transporte

Jorge, un joven mecánico automotriz de Manatí, hace siete años se había radicado en Bogotá trabajando en labores de mantenimiento, pero dice que la situación del país lo obligó a tomar la decisión de separarse de su niña de cinco años y de su esposa

Un conocido lo ayudó a establecer contacto con quien lo ayudaría, consiguió el dinero y se fue, enfrentando el dolor de separarse de su familia y asumiendo la carga por el esfuerzo económico que implica salir del país.

Para la travesía que debe emprender, debe endeudarse porque no tienen otra forma. Todo este proceso tiene un valor, dependiendo la ruta, entre $15 y $17 millones de pesos por cada persona o niño. Ese es el dinero que deben prestar para pagarle a los llamados “coyotes” que se encargan de guiarlos casi siempre desde Cancún y luego hasta Rio Bravo en la frontera con Estados Unidos; un temido río por el que a diario cruzan miles de ciudadanos de Latinoamérica y Centroamérica con un simple morral cargado de sueños, pero algunos no cuentan con la suerte de poder atravesarlo, debido a su corriente y profundidad.

Quienes lo logran, como Jorge, saben que toda la travesía que hasta ese momento han vivido, no es tan dura, como la incertidumbre de no saber qué podría pasar al entregarse a las autoridades americanas, para pedir asilo. Es justo allí cuando se despiden telefónicamente de su familia en espera de ser recibidos o deportados, como a muchos les ha ocurrido.

Si son admitidos en el país, una vez salen del refugio deben enfrentar un proceso para presentarse ante una Corte y así definir su situación legal en el país. La cita de Jorge se tardará, ante la demanda de inmigrantes, pero mientras eso ocurre, está trabajando en una empresa de producción donde logró entrar, como muchos otros latinoamericanos que allí laboran, deseando lograr una estabilidad económica que le ayude a enviar dinero a su familia e ir pagando la deuda que adquirió para salir de Colombia.

Mientras migrantes como él se adaptan a un nuevo país, una nueva cultura y un nuevo idioma; en Colombia, sus familias quedan con un sinsabor por la esperanza de un mejor futuro, pero sin tener claro si algún día volverán a ver a sus seres queridos, como le ocurre a Lucia Morales, como llamaremos a la madre de un joven de 32 años que se ganaba la vida como mototaxi para mantener a sus dos hijos y su pareja, pero que el pasado mes de mayo se fue siguiéndole los pasos a los demás manatieros que han cruzado la frontera.

La historia es el reflejo de lo que la propia Lucia vivió hace más de 20 años, cuando sus niños estaban pequeños y debió abandonar Manatí para irse a Venezuela por un mejor futuro. Hoy ve como su hijo mayor se enfrenta a lo mismo.

POLÉMICA CON EL PRESIDENTE DEL CONCEJO

Esta realidad quedó en evidencia, luego de conocerse que el actual presidente del Concejo, Jesús Coronado, se fue de esta misma forma y estuvo incluso sesionando virtualmente, al parecer desde Paterson, donde estaría hoy en día.

En Caracol Radio llegamos hasta la vivienda del concejal para hablar con su familia en el barrio Caldas, pero las rejas de la casa estaban bajo llave con cadena y candado. A unas dos casas reside su abuela, una adulta mayor dispuesta a atendernos, pero otras personas que estaban en el lugar, no dejaron que hablara y dijeron no saber nada; acto seguido cerraron la puerta.

Casa del Concejal

El tema sin duda ha causado revuelo político y de hecho ya la Procuraduría le puso la lupa iniciando una investigación disciplinaria, pero en el municipio es 'voz populi' que, desde marzo como nos confirmaron fuentes a Caracol Radio, el concejal se fue del país, como también lo ratifican fotos que él mismo ha compartido en sus redes sociales. El mismo concejal se fue así como les está tocado a muchos, a través de la frontera.

El concejal Luis Olivero habló en Caracol Radio de ese panorama en Manatí, asegurando que son muchas familias las que están abandonando el territorio en busca de oportunidades.

¿QUÉ DICEN LOS HABITANTES?

Los pobladores aseguran estar muy desesperados y también decepcionados de las promesas que no cumplen quienes llegan a gobernarlos. Para ellos, es como si el municipio siguiera bajo la sombra de los estragos y la destrucción que provocó la ruptura del Canal del Dique en el 2010.

Las calles están sin pavimentar, hay obras inconclusas, la vida gira alrededor del mototaxismo y del rebusque, por lo que el malestar realmente es generalizado.

Esta población de unos 14 mil habitantes, muchos incluso colombianos retornados de Venezuela; vive principalmente de la pesca y el agro. Hoy lo que claman es por inversión y por empresas que se establezcan allí para generar empleo y de alguna forma, evitar que las nuevas generaciones huyan del territorio, separándose de sus familias o con el temor de haberlo intentado, pero regresar frustrados y endeudados, por ser deportados.

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