El Terrorismo islámico golpea de nuevo
Telescopio sobre el fundamentalismo islámico y sus recientes ataques
A nadie le deben sorprender los ataques terroristas de los últimos días en Túnez, Francia y Kuwait, cuya autoría recae en islamistas radicales, pues estos simplemente hacen parte del acontecer habitual desde mucho tiempo atrás. Tanto ataques a turistas occidentales como bombazos en mezquitas shiitas se han llevado a cabo en países musulmanes; Egipto, Pakistán Indonesia, Marruecos, Arabia Saudita, el mismo Túnez, Kenia y un largo etcétera desde hace años mientras que Francia y otros países de Europa sufren regularmente actos de terrorismo yihadista.Más allá si los responsables son de Al Qaeda o del Estado Islámico o cualquier otra organización, la realidad es que los perpetradores de estos ataques son producto de una ideología tóxica que se ha enquistado en partes del mundo islámico, sunita y shiita, y en casi todo el mundo árabe y que no ha sido debidamente combatido por la sociedad, incluso es calladamente aceptada por muchos. La mera existencia de terroristas suicidas es una demostración de la alienación y adoctrinamiento al que son sometidos aquellos cuyo único fin en la vida termina siendo morir matando. El hecho que la primera medida anunciada por el Gobierno de Túnez tras el reciente ataque en Sousse sea cerrar 80 mezquitas, apunta a una verdadera tragedia donde la religión y sus lugares sagrados, tanto en Túnez como en Europa y a lo largo y ancho del mundo musulmán es utilizada por algunos pocos para convertirlos en cuna de terroristas radicalizados. Jeques de los países del golfo; Qatar, Arabia Saudita, Emiratos y Kuwait, comprometidos con la expansión del Wahabismo, ideología religiosa islámica radical nacida en esos desiertos en el siglo dieciocho, han contribuido con millones de petrodólares a la causa del Islam radical.Los primeros suicidas fueron los militantes de Hezbollah en Líbano, milicia shiita testaferro de Irán, pero como fuego en la pradera, le siguieron los terroristas palestinos de Hamas, la Yihad Islámica y otras organizaciones que enviaban adolescentes a su muerte para convertirlos en mártires. La guerra contra el terrorismo lanzada por Washington tras los ataques a las torres gemelas y la desastrosa invasión a Irak han sido la principal incubadora de organizaciones radicales sunitas. Al Qaeda pudo haber sido expulsada de Afganistán pero le nacieron hijos en otras regiones que ya llegaron a la madurez y han hecho un nombre por sí mismos: Al Shabab en Somalia, Boko Haram en Nigeria, y las franquicias de Al Qaeda en el Magreb, Irak, en el golfo y Siria. Pero como toda situación por mala que sea es susceptible de empeorar, apareció el Estado Islámico, una escisión de Al Qaeda, el cual fortalecido por el colapso de los Estados en Siria e Irak ha galvanizado sectores musulmanes en todo el mundo con sus triunfos militares, el extenso territorio bajo su control, la promulgación del Califato hace exactamente un año, sus métodos brutales, su ideología ultra-radical, su simbología y su seductora propaganda en la redes sociales. Miles de jóvenes, hombres y mujeres de países occidentales se han unido a la causa, algunos provienen de sectores marginales de los barrios de emigrantes, otros de las clases medias educadas, un fenómeno que resiste explicación lógica más allá de la atracción fatal que esta ideología ejerce a sus seguidores. Los bombardeos contra el Estado Islámico en su reductos en Siria e Irak por parte de la mal llamada coalición, encabezada por un Estados Unidos sin estrategia frente al problema, no han detenido el flujo de voluntarios ni han reducido la amenaza de ataques terroristas. Por el contrario el Estado Islámico los ha convertido en parte de su narrativa apocalíptica, la anhelada batalla final contra los infieles. Por lo pronto toca contar las víctimas y esperar hasta el siguiente atentado que seguro llegará. Sólo queda esperar a ver dónde, cuándo, cómo, y a contar otra vez.



