La transformación de niña a mujer de una indígena Wayúu

Hace 35 años, Margarita Epiayú correteaba chivos, ayudaba en las tareas de su ranchería y ayudaba a su mamá a tejer chinchorros, mochilas y otros accesorios Wayúu. Fue en esa edad, a sus doce años, cuando sufrió su menarquía, y según las costumbres indígenas, esto conlleva un cambio radical en la vida de toda mujer.

"Cuando eso pasó, mi mamá lo primero que hizo fue encerrarme en un cuarto que sólo tenía un chinchorro, allí estuve tres días con sus noches sin comer nada, sin tomar nada. Lo único que tenía a la mano, era ponerme a tejer", dice Margarita, cuyo encierro cambió pero no terminó al cuarto día.

"Después me daban agüita de maíz, que es lo que nos conserva a nosotras hoy en día fuertes, y con un buen cutis, la cara de nosotros está limpiecita", dice en medio de risas, asomando un poco de vanidad. "Luego de eso, estuve más o menos un mes encerrada, hasta que terminara un chinchorro que me encargaron tejer".

Al salir, a Margarita le cortaron el pelo, le pusieron collares, y le hicieron un baño ritual con agua fría a las cuatro de la mañana. Confiesa, que le daba pena salir, pues se sentía diferente: "Me hicieron cambiar toda, y me botaron mis chancletas y la manta para darme unas nuevas, todo nuevo", dice Margarita.

Con nostalgia, asegura que siente pesar porque en las comunidades Wayúu ya no se hace este ritual, símbolo para ella de fortaleza femenina en la vida adulta. Incluso, lamenta no haberlo hecho con sus hijas, "yo me casé con un arijuna (persona distinta a la etnia Wayúu), y me fui a vivir a Fonseca. Allá la familia de mi esposo crio a mis hijos como arijuna", relata.

Esta tradición, aún se mantiene vigente sobre todo en las rancherías de la Alta Guajira. En ese lugar, incluso son las mujeres las que trabajan, y pagan por los daños ocasionados por sus esposos.