Salud y bienestar

Aumenta en Mozambique el tráfico de huesos de niños albinos

La creencia de que los huesos de niños albinos dan buena suerte está causando asesinatos en Mozambique

Aumenta en Mozambique el tráfico de huesos de niños albinos

Aumenta en Mozambique el tráfico de huesos de niños albinos(Pascal Vossen)

Moamina tenía tan solo cinco años cuando una mujer se acercó a la casa de su familia, en la ciudad mozambiqueña de Lichinga. La extraña le habló con voz suave mientras la niña permanecía inmóvil en el porche y le ofreció comprarle una lata de Fizzy, un popular refresco de la zona. Su madre rara vez podía permitirse semejante lujo, así que Moamina cogió, emocionada, la mano que le tendía la extraña al tiempo que echaban a andar en dirección a la tienda del barrio. Una vecina se había fijado en la desconocida que merodeaba por la zona y había avisado a la policía, pero pasaron muchas horas hasta que, por fin, encontraron a la mujer intentando meter a la desconcertada Moamina en un tren abarrotado al amparo de la oscuridad

Este intento de secuestro es uno más de los muchos dirigidos contra personas que, como Moamina, padecen albinismo óculo cutáneo, un trastorno genético por el cual la piel, el cabello y los ojos carecen de pigmentación. Después de secuestradas, las víctimas son desmembradas y vendidas por los curanderos que fomentan la falsa creencia, importada de países vecinos como Tanzania y Malaui, de que sus huesos traen buena suerte, riqueza y felicidad.

Según el periódico mozambiqueño Journal de Domingo, un solo hueso de albino puede valer unos mil euros, y un reciente informe de Naciones Unidas afirma que un “juego completo” puede alcanzar los 60.000. “Para los secuestradores, cuanto más joven es la víctima, mejor”, explica Margarida Carneiro, de la organización Khanimambo. “No es raro que los niños con albinismo no salgan nunca de casa”. Esta práctica perversa es un fenómeno relativamente nuevo en el norte de Mozambique, en donde se calcula que una de cada 1.400 personas padece albinismo, una cifra muy alta en comparación con la media mundial. En 2015, 114 albinos figuraban como desaparecidos en el norte y el centro del país.

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Las noticias según las cuales los extranjeros compran los miembros quedaron corroboradas cuando, en el pueblo de Malika, situado a las afueras de Lichinga, ofrecen un albino a este medio. “¿Quieren uno?”, pregunta un joven, murmurando entre dientes “Por aquí. Vengan a ver”, mientras señala una casa en la que vive una joven aquejada del trastorno.

Moamina es la segunda más joven de cinco hermanos y tiene dos hermanas mayores con albinismo: Sienna, de 16 años, y Suema, a la que, a los nueve años, su madre le dijo que no saliese nunca de casa. “Vivo triste y asustada por mis hijas. Cuando estoy durmiendo, me despierto y me pregunto dónde están. Tengo que comprobar una o dos veces que siguen aquí antes de volver a dormirme”. Suema pasa los días a la sombra en el patio de su casa. “Echo mucho de menos el colegio. Me gustaba aprender. Mi asignatura favorita era el portugués, pero lo que más extraño es a mis compañeros de clase”.

El padre de los niños vive en el extranjero y todavía no ha vuelto desde que secuestraron a Moamina. “Muchos padres se van”, dice Ikponwosa Ero, experta independiente en albinismo de Naciones Unidas. “Los familiares no quieren que la gente sepa que su hijo ha salido del mismo acervo genético”.

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Marcia tiene 21 años y estudia en la facultad de Agronomía de Cuamba. La luz del sol de mediodía que entra a raudales por la ventana de la clase ilumina suavemente su largo cabello trenzado. Durante las pausas se queda dentro para evitar el sol, ya que la exposición excesiva podría causarle cáncer de piel y problemas de la vista. “Cuando era pequeña, mi padre vio que tenía albinismo y me abandonó. Al principio, mi madre estaba destrozada, pero su familia me ha apoyado”. Hace unos años le dieron la dirección y el número de teléfono de su padre, pero Marcia decidió no llamar. “No fui a verlo, pero no porque esté enfadada con él. Si me lo encontrase, lo trataría bien. No ganaría nada haciéndole daño”

Además del estigma de la asociación genética, en muchas comunidades de Mozambique existe la creencia de que el albinismo ha sido impuesto a la familia como una forma de castigo. Cuando recogía pruebas para su último informe, Ero se encontró con una gran variedad de ejemplos, “entre ellos la creencia de que la madre había hecho algo malo, como tener relaciones sexuales durante la menstruación, o que había sido infiel con un hombre blanco”.

Para el padre de Sienna, el nacimiento de su segunda hija con albinismo fue demasiado, y se marchó a Tanzania, donde actualmente trabaja en la minería. "Los padres se van porque el hijo es demasiado visible, no se puede esconder a la comunidad, así que sufren la vergüenza de tener el niño además de la maldición", explica Ero.

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Adalia, madre de Moamina, depende de sus vecinos y de su familia para su protección. “La primera persona a la que acudo es a mi vecina Theresa. Ella entiende mi situación, y si necesito la ayuda de un hombre, tengo a mi hermano Alberto”. Como explica Ero, fiarse de la familia puede tener sus riesgos. “En la mayoría de los casos de los que tenemos noticia habían intervenido personas que conocían a la víctima. La paradoja es que, a menudo, la familia piensa que el niño es una maldición, pero está dispuesta a venderlo por dinero”.

Marcia tiene más de 20 años, así que sus huesos ya no tienen mucho valor para los secuestradores. “Ahora no tengo tanto miedo de que me maten, pero, al ser una mujer albina, estoy especialmente expuesta a las agresiones sexuales. Hay creencias que dicen que si tienes relaciones sexuales con una persona como yo serás afortunado y te harás rico”. Según un informe de Naciones Unidas de 2016, las mujeres con albinismo se están convirtiendo en víctimas de ataques sexuales debido a la creencia de que las relaciones con ellas pueden curar el sida.

En las zonas de Mozambique en las que la población vive más dispersa, como la provincia de Niassa, en el noroeste del país, la falta de información sobre el albinismo pone en peligro la salud de los niños que sufren el trastorno. A pesar de vivir cerca de una clínica de Médicos sin Fronteras, Adalia nunca ha pensado en la posibilidad de llevar a sus hijos al médico. “Una vez unos extranjeros pasaron por aquí [por Lichinga] y nos dieron un bote [de crema solar con factor de protección 30]. Nos dijeron que lo utilizásemos, pero desde entonces no hemos encontrado más”.

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Lichinga tiene 140.000 habitantes, pero es imposible encontrar ni un solo bote de crema solar en ninguna de sus farmacias, razón por la cual Sienna, Suema y Moamina están cubiertas de lesiones cutáneas y quemaduras. En un país en el que el 80% de la población depende del trabajo del campo para sobrevivir y en el que la mitad del año el sol cae sin piedad durante la abrasadora estación seca, la dureza de las condiciones puede acabar con la vida de muchos albinos que no se han protegido.

Margarida Carneiro, de Khanimambo, cree que el Gobierno ha adoptado algunas medidas positivas para hacer frente al problema. Una serie de recientes acuerdos firmados con los países vecinos muestran la voluntad de combatir el tráfico y el contrabando transfronterizos. También ha habido casos de condenas a 40 años de cárcel contra personas que han puesto en peligro la vida de un albino.

Sin embargo, a pesar de estos avances a escala nacional, Carneiro cree que en los servicios públicos perdura la apatía en lo que respecta a los problemas de las personas con albinismo. Una entrega de crema solar enviada por su organización para ser distribuida el 13 de junio de 2017 —Día Mundial del Albinismo— se quedó durante meses en el aeropuerto de Maputo mientras Kanimambo resolvía una serie de obstáculos burocráticos. Carneiro explica que “aunque el pedido estaba claramente exento de derechos de importación, la agencia tributaria esperaba recibir un pago equivalente al 80% del valor de las cremas”.

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