2016: el año en que el mundo pateó el tablero
El 2016 fue el año en que se barajó todo de nuevo. En el 2017 comenzará un nuevo juego. Amárrense los cinturones.
Geopolíticamente el 2016 empezó años antes, quizás en 2008 con el estallido de la crisis económica, quizás en 2001 con la torres gemelas, quizás en 1989 con la ciada del muro, quizás en 2011 con la primavera árabe, quizás con todas las anteriores, pero en el 2016 confluyeron una serie de circunstancias y actores que derribaron las estructuras del orden mundial, sobre cuyas ruinas surgirá uno nuevo e incierto. En el año que termina cae el telón de la política tradicional, marca la muerte de lo “políticamente correcto” y el epilogo de la lucha ideológica entre izquierda y derecha.
Los “quedados” de la globalización, las clases medias que sienten que su zona de confort desaparece y los jóvenes que resienten a un establecimiento sordo y ciego a sus necesidades, son los anónimos protagonistas del quehacer mundial, los que patean el tablero, los que rechazan a unas elites cada vez más alejadas de sus pueblos, los que impulsan el fuerte resurgimiento de los nacionalismos y de los tribalismos que dividen las sociedades postindustriales, esas que han creado una lacerante brecha social y enormes desigualdades.
En las grandes ligas de la política mundial el BREXIT fue el abrebocas y la llegada de Trump al poder en Estados Unidos el colofón, pero el fenómeno no ha sido ajeno a las ligas menores. Dictadorzuelos tropicales brotan por doquier: Erdogan en Turquía, Duterte en Filipinas, Ortega en Nicaragua, Orban en Hungría y una larga camada para quienes su faro es Putin o Xi Jinping.
La principal víctima del nuevo orden parece ser la democracia liberal que se está quedando sin defensores, dos décadas después que el científico social norteamericano Francis Fukuyama proclamara su inmortalidad en “el fin de la historia”. El esquema de seguridad prevaleciente en el planeta desde la segunda guerra mundial queda igualmente en veremos con los cuestionamientos por parte de Trump a la OTAN y a sus alianzas con Japón y Corea.
El año que termina fue catastrófico para una Europa que se descose bajo el peso de sus recurrentes crisis: terrorismo, refugiados, desempleo, desesperanza, surgimiento de los populismos de izquierda y derecha y por encima de todo, una crisis de identidad.
2016 demostró una vez más que en el devenir de la historia humana, “nada es para siempre”.
Las aguas del Pacífico estuvieron muy agitadas en 2016 y nada hace prever que pronto se calmarán. China flexionó su músculo militar, declaró unilateralmente zonas de exclusión marítima, desconoció fallos de la Corte Internacional de Justicia y construyó islas artificiales para quedarse con el agua a su alrededor y establecer en ellas instalaciones militares. Japón no se quedó atrás, liderado por el gobierno nacionalista de Shinto Abe, fortaleció su capacidad militar y estableció nuevas alianzas para contrarrestar a Beijing.
El año que termina profundizó el fracaso de las instituciones internacionales, especialmente Naciones Unidas, impotente para detener los genocidios en Siria y Yemen perpetrados por “intocables del sistema”: Rusia, Irán y Arabia Saudita. Siria se convirtió en el agujero negro del sistema internacional al interior del cual fueron succionados los valores y principios que se suponía regían el comportamiento de las naciones: respeto a los derechos humanos, responsabilidad para proteger y protección de niños y mujeres en situaciones de guerra.
Tras decenas de miles de bombardeos por parte de la babosa coalición liderada por Estados Unidos, el Califato de ISIS sufrió una significativa reducción en sus territorios especialmente en Irak donde las ciudades sunitas de Tikrit, Ramadi y Faluya , cayeron en manos del ejército iraquí y las milicias shiitas que se han dedicado a asesinar sunitas para vengar al Iman Hussein muerto hace 1300 años por el Califa Yasid de la dinastía Omeya. De esas ciudades “recuperadas” quedaron solo ruinas y Mosul, segunda ciudad de Iraq, aun en poder de ISIS sufrirá destino similar: muerte, destrucción, asesinato de civiles y marcha de la victoria por parte de los iraníes y sus milicias.
El continente americano no es ajeno al colapso de las instituciones internacionales, dinamitadas por la República Bolivariana. El sainete de Mercosur excede el realismo mágico, UNASUR, embeleco lulo-chavista nunca pudo despegar y se convirtió en foso de clientelismo del cual políticos colombianos se han beneficiado. La OEA a pesar de su valiente nuevo secretario general Luis Almagro no ha podido levantarse de las ruinas en que la sumieron su antecesor chileno y el Teniente Coronel, quien arrodilló al organismo en la cumbre de 2008 en Panamá.
Venezuela se hunde cada vez más en el pantano en que la convirtió Hugo Chávez, a pesar de una Asamblea Nacional en poder de la oposición que pasó el 2016 viendo como sus atribuciones eran recortadas por un Tribunal Supremo de Justicia cooptado por Maduro y Diosdado y un revocatorio al cual una extraña coalición de actores extranjeros le hizo conejo. Oscuro panorama sin salida a la vista para el bravo pueblo. Entretanto en Bolivia en un referendo el pueblo le dijo NO a Evo quien está de todas formas buscando la forma de “irse quedándose”. En Nicaragua, Ortega acabó de un plumazo con la democracia lo que no suscito protesta alguna ni siquiera en la Washington de Obama, premio Nobel de Paz.
La revista británica The Economist seleccionó a Colombia como “país del año” 2016, gracias a los acuerdos de paz firmados con las FARC cuya implementación será en 2017 bajo el ensordecedor ruido de las campañas electorales que encenderán motores comenzando el año.
El 2016 fue el año en que se barajó todo de nuevo. En el 2017 comenzará un nuevo juego. Amárrense los cinturones.