Orden Público

Antídoto justo

El acuerdo final de paz y el plebiscito del 2 de octubre

La paz colombiana deberá permitirnos construir nuevos ciudadanos, un nuevo país en clave de concordia y una necesidad de repensar nuestro futuro.

El acuerdo final de paz y el plebiscito del 2 de octubre

El acuerdo final de paz y el plebiscito del 2 de octubre(Colprensa/ Archivo)

La firma del acuerdo de paz entre la guerrilla de las Farc y el Gobierno cierra un capítulo de violencia en Colombia de más de 50 años. Somos generaciones enteras que hemos crecido en el país con una única regla social: el que a hierro mata, a hierro muere. Por eso debe celebrarse el acuerdo porque, más allá de las críticas que se puedan formular, es un pacto que garantiza la justicia transicional, la verdad y las garantías de no repetición a favor de las víctimas.

Su elaboración llevó a estructurar una negociación en torno a tres principios. El primero, el margen nacional de apreciación que fue reconocido como elemento central en el acuerdo de justicia- pág. 130-, permitiendo que “El Estado puede apreciar y evaluar la complejidad, duración y gravedad del conflicto armado interno con el fin de diseñar y adoptar mecanismos de justicia para lograr la paz dentro del respeto a los parámetros establecidos por el derecho internacional, en especial la garantía de los derechos humanos”. Este principio derivado del derecho internacional de los derechos humanos es fundamental porque determinó que la paz pudiera equiparse a la justicia y tomar en consideración nuestras complejidades históricas y nuestra manera de construir nuestra institucionalidad.

El segundo aspecto, la justicia prospectiva que como plantea el acuerdo se estructura en la idea que la decisión de “una época influye ineluctablemente sobre las posteriores”. Este principio fue base central para dejar atrás las venganzas trazadas luego de la segunda guerra mundial en Europa.

Por último, poner en consideración que la paz es un derecho síntesis, aporte del derecho moderno que como lo recordó el voto razonado de Diego García Sayán en la sentencia del Mozote c. El Salvador en la Corte Interamericana de derechos humanos (25/10/2012) se constituye en alternativa moral y políticamente superior al aniquilamiento del contrario.

Estos principios rodean el acuerdo y permiten que se estructuren diversos temas y formas de justicia compatibles con el derecho internacional y con el ordenamiento jurídico colombiano. Sin embargo, más allá de la discusión en torno al respeto de los derechos internacionales por parte del acuerdo final, es necesario reflexionar sobre el plebiscito reconociendo que la votación que se dará el 2 de octubre próximo tiene una arista esencial: la participación ciudadana.

La alternativa ese día no puede ser otra que la de pasar la página del conflicto armado con las Farc-EP. Una decisión histórica de ese nivel, no puede hacerse sobre la base del amor o el odio. Recordemos que en el Reino Unido, lo vimos con el BREXIT cuando de forma irracional, la población de forma mayoritaria voto su ruptura con Europa. Hoy, los británicos siguen lamentándolo y quienes inventaron las patrañas impulsando la salida de Europa, huyeron del debate político. Es lo que llamamos coloquialmente “Tirar la piedra y esconder la mano”.

La paz colombiana deberá permitirnos construir nuevos ciudadanos, un nuevo país en clave de concordia y una necesidad de repensar nuestro futuro, como en su momento lo hicieron los norteamericanos, al salir de la guerra civil en el siglo XIX. Sobre esto, el ganador del Premio Pulitzer de Historia, Louis Menand en su libro “El Club de los metafísicos”, Ariel, (2016) sobre Estados Unidos nos recordó que “la guerra civil no fue solo un fracaso de la democracia, sino un fracaso de la cultura, de las ideas”. A Colombia le podríamos aplicar la misma frase. Necesitamos mirar lejos, necesitamos pensadores y ciudadanos que forjen una sociedad en la cual asumamos los retos del siglo XXI, dejando atrás los lastres del siglo XIX.

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