Economía

El yak, de animal casi sagrado a carne de matadero

El yak, animal que ha sustentado al pueblo tibetano durante milenios, se enfrenta a la misma encrucijada que el resto del Tíbet: puede perder su halo casi sagrado y convertirse en un producto para el consumo de las masas.

El yak, animal que ha sustentado al pueblo tibetano durante milenios, se enfrenta a la misma encrucijada que el resto del Tíbet: puede perder su halo casi sagrado y convertirse en un producto para el consumo de las masas.
El negro rumiante de las montañas, domesticado por los pueblos del Tíbet hace 5.000 años, es una de sus principales fuentes de alimento y parte importante de sus rituales religiosos, ya que en los monasterios budistas las ofrendas no son de incienso, como en otras zonas de Asia, sino de mantequilla hecha con leche de yak.
Viajando en el nuevo tren tibetano, se comprueba que los yaks son el principal elemento vivo del paisaje mesetario: de hecho, hay de media cuatro de estos peludos animales por cada ser humano en el Tíbet (2,77 millones de personas y 12 millones de yaks).
La llegada del nuevo tren hace que algunos ganaderos se froten las manos y piensen ya en transportar por ferrocarril carne de yak al resto de China, aprovechando que es tan tierna y sabrosa como la de vaca pero más rica en nutrientes.
Pero para hacer ese negocio habría que cambiar las costumbres de los tibetanos, que detestan sacrificar a este animal.
La disyuntiva a la que se enfrentan los ganaderos y sus yaks se hace patente en la prefectura (comarca) de Nagqu, en el noreste del Tíbet y con un tamaño similar al de España, aunque con una población unas 100 veces menor (400.000 personas).
Allí, donde cuesta respirar si se es forastero debido a la altura (4.500 metros) y la falta de oxígeno, un tercio de la población es ganadera, y la mayoría de las familias de las granjas en las praderas practican la economía de subsistencia, apoyada principalmente en el yak.
"El yak lo es todo para nosotros", cuenta Sangmu, una joven tibetana de esa zona, que viste el clásico delantal a rayas de la región y masca chicle sin parar.
Las cooperativas ganaderas locales, donde hay pocos jóvenes -más de la mitad emigran a Lhasa y otras ciudades en busca de trabajo- están formadas por casas tradicionales de barro muy modestas por fuera pero que en su interior esconden muebles de gran belleza, y donde el olor más habitual es el de la mantequilla de yak.
Allí, los pastores, con trenzas que recuerdan a los pieles rojas, hermosos trajes de piel de yak y sombreros de cowboy, todavía no saben si están dispuestos a convertir al bóvido en carne de consumo masivo, porque eso iría en contra de sus tradiciones.
"Hasta hace poco la gente era feliz con tener techo y comida, pero con la reforma y la apertura económica, esto ha cambiado", asegura al respecto Duan Xiangzheng, máximo líder comunista de la comarca.
Duan, que no es de etnia tibetana sino china, es uno de los principales defensores de que los ganaderos del Tíbet vendan más carne y derivados del lácteos del yak a otras regiones.
Pero las ideas mercantilistas de Duan se topan con la tradición budista tibetana, según la cual, matar un animal es un acto execrable, hasta el punto de que las familias lloran sin consuelo cuando sacrifican a un yak, aunque sea para usarlo como alimento.
Los tibetanos no son vegetarianos -de hecho, los monjes budistas del Tíbet se cuentan entre los pocos que comen carne-, pero para ellos sacrificar un yak es un acto doloroso, que no tiene en absoluto el toque casi festivo de, por ejemplo, la matanza del cerdo en Occidente.
Por ello, es frecuente que los tibetanos coman sólo carne de yak que no haya muerto a manos de un humano, o que paguen a un matarife para hacer el "trabajo sucio" y así ahorrar cargo de conciencia a la familia.
"Los tibetanos se darán cuenta de los beneficios económicos que trae sacrificar el ganado", augura Tzering, jefe de una cooperativa ganadera local llamada Ruoma.
En Ruoma, 40 familias viven casi de la misma forma que sus antepasados de hace siglos, aunque ya han montado una tienda de yogures y también de queso de yak, este último llamado "chhurpi" y tan duro de masticar como un trozo de madera.
Hay dos clases de yak (bos grunniensis): la majestuosa variedad salvaje, que puede medir hasta dos metros y pesar mil kilos (en peligro de extinción), y su versión domesticada, que tiene aproximadamente la mitad de ese tamaño y peso.
También existen cruces de yak y vaca (o buey), que los tibetanos llaman "dzo".
Además de ser fuente de carne y productos lácteos, el yak es usado en el Tíbet para el transporte de carga a través de las altas montañas del Himalaya, dada su gran resistencia al frío y su enorme capacidad para caminar por el hielo y la nieve.

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