Egan Bernal en Villa Ahumada 2

Zipaquirá o “Villa Ahumada”, vivió una nueva jornada de atención, de uñas mordidas, de nervios a toda prueba; pues el campeón, el mejor ciclista, el hijo de la señora Flor, estaba compitiendo nuevamente en su tierra y estaba peleando y pedaleando, contra la “escalada” (dirían los expertos en ciclismo) más fuerte de toda su carrera. Egan luchaba por su vida.

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Como aquel día en la subida a Cima de Sega di Ala, en la etapa 17 del Giro de Italia, del 2021, Egan luchaba ya casi sin fuerzas para llegar a la parte alta y retomar su camino, en este caso, luchaba para retomar su camino de vida. Aquel día, Daniel Felipe Martínez se convirtió en su apoyo, ahora su familia, sus amigos, los médicos y su país se convirtieron en su pilar, la fuerza secreta que en medio de su lucha lo llevaron a seguir adelante, a pelear por la vida.

Aun en las calles de Villa Humada, de Gachancipá, Chía y Bogotá, se tiene viva la imagen de un Egan en el piso, golpeado y no solo con heridas en el cuerpo, también con heridas en el alma triste, la misma tristeza que vivieron miles de colombianos al ver la imagen del “Joven Maravilla” (como lo bautizó un comentarista de ciclismo) en el piso, pasaban las 10 de la mañana del 24 de enero cuando todo se venía abajo.

La señora Flor, la mamá de Egan, la persona más importante en la vida del campeón, la señora del arroz con pollo que tanto le gusta, la de los abrazos y sonrisas cada vez que su hijo compite, ella, alegre y serena, estaba triste y pensativa; su hijo, el campeón, estaba herido.

Este reportero habló con ella. Era la madrugada del 25 de enero, los pasillos del Hospital de la Universidad de la Sabana estaban vacíos y fríos, la incertidumbre sobre la salud de Egan después de ser operado tres veces inundaba el lugar y allí, firme y reflexiva, estaba la mamá del hijo de Villa Ahumada; ella bajó con un policía que la acompañaba todo el tiempo; comió, bebió un par de sorbos de café o jugo (no se veía bien) sentada en una de las mesas de la cafetería y al cabo de un rato, decidió salir del lugar, después de todo su prioridad era la salud de su hijo, su más grande orgullo.

Antes de subir las escaleras, la señora Flor giró su cabeza y vio cómo me acercaba. Con el respeto que merece esta situación, le expresé la tristeza que embargaba a muchos colombianos, le dije que todos admirábamos y acompañábamos al niño del barrio Bolívar 83, ella muy serena y silenciosa, con la mirada enmarcada en lo que pareció ser una noche muy larga, respondió: “Muchísimas gracias, gracias a todos por que se que es todo un país el que está orando por él, es una muestra mas de que los milagros existen, las cosas van bien y las cirugías han sido exitosas”, dijo.

Cuando termino de hablarme, salió rápida y silenciosa a encontrarse nuevamente con su hijo, a ver que necesitaba y como estaba, mientras tanto él, Egan, descansaba después de ser sometido a los rigores de las intervenciones quirúrgicas, una situación tal vez más fuerte que las subidas montañosas encaradas, en sus títulos del Tour de Francia y el Giro de Italia.

Llegó la tarde del 25 de enero, las noticias eran cada vez más positivas. Egan despertó y así comenzó la etapa de 72 horas, para saber como será el resto de la carrera de su vida, una carrera que seguramente seguirá adelante, con fuerza, con éxito y con el amor y cariño que le profesan los colombianos a su joven campeón.

Además, en su tierra, su querida Zipaquirá o “Villa Ahumada” (nombre costumbrista con el que la historia recuerda a esta población), los jóvenes ciclistas con casco, pantalones cortos y bicicletas esperan que regrese y así, nuevamente, en las vías del mundo, pueda demostrar lo que puede hacer un joven criado entre naturaleza, animales y mucho amor.