Cartagena, un Patrimonio de la Humanidad descuidado
Opinión de Orlando José Oliveros Acosta en Caracol Radio Cartagena
Cartagena de Indias
El rumor de una visita de la Unesco a Cartagena para verificar el estado de conservación de la ciudad, declarada en 1984 como Patrimonio Histórico de la Humanidad, hizo que la alcaldía, parte del sector empresarial y muchos ciudadanos centraran su atención en los vestigios arquitectónicos de la Cartagena colonial. Se habló bastante del hedor a orín de las murallas, de los adoquines rotos en las calles más antiguas, del Fuerte San Felipe de Barajas y su vista bloqueada por nuevas edificaciones, de macetas horribles desperdigadas por la avenida principal del Centro Histórico y de monumentos restaurados a medias con contratos millonarios. Eran los debates de siempre, estimulados por la llegada de un organismo internacional.
Al poco tiempo, la Alcaldía de Cartagena comenzó a arreglar las calles. Se pintaron casas de virreyes y marqueses, se remodelaron las cúpulas de algunas catedrales y, entre una plaza y otra, algo hizo que se multiplicaran las palenqueras disfrazadas con polleras de colores tropicales. Llegaba una comisión de la Unesco y debían encontrar la postal fantástica que dicen que somos, esa postal que nos ha dado el apodo del “Corralito de Piedra” y el estatuto de una ciudad vitrina.
¿Cartagena, Patrimonio Histórico de la Humanidad? Mentira, una ciudad que no ha podido hacer historia en su propia tierra y con su propia gente no podría ser histórica para el mundo. Jamás. Ni si lo certifica la Unesco. El patrimonio se siente, se vive en la reconstrucción crítica de la memoria y en la reflexión constante de un pasado que duele. Pero aquí no tenemos eso, sólo un montón de casas viejas y fortificaciones artificiosas que sirven para ser explotadas comercialmente por las rutas turísticas. La piedra no nos recuerda la gesta, la lucha, la maravillosa vocación de la resistencia. Simplemente nos ha empujado a la búsqueda de la plata y el olvido. Porque todo este rollo de conservar la calidad de Patrimonio Histórico de la Humanidad se ha reducido a eso: al crecimiento económico que genera el turismo, a los beneficios que implican las temporadas altas para las aerolíneas, hoteles, vendedores formales e informales, taxistas y museos.
Aclaro que sacar ganancias del turismo no es algo malo. Una ciudad debe aprovechar siempre el turismo. El horror llega cuando la historia de nuestros lugares más antiguos no nos evoca nada más allá que el dinero y la vanidad de ser Patrimonio Histórico de la Humanidad. ¿De qué nos sirven las catedrales si no podemos pensar siquiera en la violencia simbólica de la Iglesia frente a los pueblos esclavizados? ¿Para qué tener un Camellón de los Mártires si no nos importa el significado de la independencia? ¿Cuál es la utilidad de un fuerte en Bocachica y en Cartagena si los bocachiqueros y cartageneros viven en la inseguridad y la pobreza?
Somos, en el fondo, seres desarraigados del sentido de su pasado. La memoria histórica, así como la vista o el tacto, es un sentido. Y nos lo han quitado. Por eso vemos tan sólo una piedra en donde seguramente hay una esfinge. Y hablamos del candil y la pajuela, de los zapatos viejos y los paseos en coche, pero nunca logramos invocar la sangre seca e invisible que perdura entre las murallas y la nostalgia de los barcos. Si nosotros no podemos advertir eso, si nos es imposible acceder a ese patrimonio de dolor, dignidad y conocimiento, ¿qué carajos va a importar ya lo que diga la Unesco?