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Colombia y los matices

El periodista corresponsal del diario El País en Bogotá, Francesco Manetto, se refiere a la manera como se están haciendo las campañas electorales.

Colombia y los matices

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Las campañas electorales no suelen ser un momento oportuno para los matices. No conviene, es una obviedad. La tensión vertebra toda confrontación en la que, al final, solo hay un ganador como en unas elecciones presidenciales. La cantidad de autoproclamadas verdades que atraviesan la discusión política en Colombia no difiere mucho de otros pulsos a lo largo del mundo. Cada candidato tiene la suya, sus adversarios intentan desmontarla y todos se atienen al juego de la propaganda, mejor o peor hecha y más o menos preocupante. En el fondo, nada especialmente nuevo. 

Lo que ocurre en Colombia, sin embargo, es que un clima de reconciliación es más urgente que en otros lugares. Cuando un aspirante no pone el grito en el cielo cada cinco minutos y trata de buscar un punto de equilibrio, recibe críticas por no posicionarse con suficiente firmeza e incluso se arriesga a perder apoyos. En cambio, los mensajes poco sofisticados, la sentencia lapidaria, hasta el insulto, siempre garantizan cierto éxito a corto plazo. La idea de dar al público lo que el público quiere, eterno debate de las artes y ahora de la industria del entretenimiento, en política se vuelve peligrosa por al menos dos razones.

Primero, porque las campañas electorales deberían ayudar a pensar, a reafirmar un voto, a cambiarlo y, desde luego, es más difícil reflexionar en medio de un ruido que, ya lo hemos visto, puede conducir al odio. Segundo, porque no solo hay un público y alguien que aspira a gobernar debe ser capaz de hablar a todos, lo que no es lo mismo que convencer a todo el mundo, incluso en una sociedad desigual y más allá de la diversidad del electorado.

Hay acontecimientos, está claro, que tienen muy pocos matices o simplemente no tienen. Y hay situaciones, en términos generales, ante las que no caben tonalidades, como la ruptura de un orden democrático o la violencia. Pero la realidad es siempre más compleja que una estrategia política de polarización. Y es imposible observar a Colombia sin ver una amplia gama de matices que, a menudo, las candidaturas ignoran por interés.

Aunque admitamos que esos matices no son lo suficientemente atractivos durante una carrera electoral, la retórica autocomplaciente del enemigo es mucho más dañina para el futuro de un país. Rebajarla un poco antes del 27 de mayo, fecha de la primera vuelta presidencial, sería una señal de altura de la clase política.

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