Salud y bienestar

Neurólogo explica por qué dormirse rápido puede ser una señal de alarma

Dormirse rápido no es un don, explica el neurólogo Conrado Estol, sino un indicio de falta crónica de sueño; cuando el cuerpo se apaga en poco tiempo, revela agotamiento acumulado y la necesidad urgente de mejorar el descanso.

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Conrado Estol, neurólogo argentino, sostuvo que quedarse dormido en menos de cinco minutos no es un superpoder, sino una alerta. De esta manera, podría indicar un “déficit crónico de sueño”.

En este orden de ideas, un análisis publicado en el medio argentino ‘La Nación’, explicó que la sociedad ha normalizado que se prive el descanso, al punto de percibirlo como eficiencia, cuando en realidad revela agotamiento acumulado. Según Estol, dormir rápido no debería considerarse un logro, sino un síntoma de desequilibrio.

Adicionalmente, Estol critica la creciente “obsesión por medirlo todo”. El uso de relojes inteligentes y aplicaciones que monitorean cada fase del sueño ha impulsado la ortosomnia, un insomnio originado por el control excesivo sobre la calidad y cantidad de descanso.

Por ende, en lugar de favorecer el bienestar, estas herramientas pueden aumentar la ansiedad nocturna y dificultar aún más la conciliación del sueño. A esto se suma otro problema, cerca del 40 % de la población no descansa adecuadamente.

Desde la perspectiva de Estol, este número podría ser mayor si no se evalúa solo la duración del sueño, sino también la latencia, un indicador determinante que suele pasarse por alto.

¿Cómo se relaciona dormirse rápido con la calidad y la biología del sueño?

Según Estol, dormir no es un acto uniforme, sino un proceso que avanza por fases ordenadas, sueño ligero, profundo y REM, cada una indispensable para funciones como la consolidación de recuerdos, el manejo emocional y la liberación de la hormona de crecimiento.

El neurólogo respalda sus afirmaciones con estudios, entre ellos el del ‘UK Biobank’, que analizó a más de 500.000 personas y concluyó que la duración óptima del sueño ronda las siete horas.

Dormir menos de seis o más de nueve horas se asocia, según estos datos, con un mayor riesgo de demencia y enfermedades cardiovasculares. Estol también destaca el rol del sistema glinfático, el mecanismo nocturno encargado de limpiar los desechos cerebrales.

Cuando la calidad del sueño disminuye, este sistema se vuelve menos eficiente, lo que favorece la acumulación de proteínas como la beta-amiloide, vinculadas con el Alzheimer.

Asimismo, hay factores cotidianos que pueden alterar el equilibrio del descanso, como el estrés, la cafeína, alcohol o comidas muy pesadas. Para combatirlos, Estol sugiere mantener horarios constantes y una rutina nocturna estable.

¿Qué implican estas alarmas para la salud pública?

La postura de Estol coincide con la de otras instituciones especializadas. La ‘Sleep Foundation’, por ejemplo, define la latencia del sueño, el tiempo que tarda una persona en quedarse dormida, y establece que entre 10 y 20 minutos es lo habitual en adultos sanos; cuando ese periodo es demasiado corto, puede señalar somnolencia excesiva o un déficit de descanso acumulado.

Del mismo modo, protocolos clínicos como el ‘Multiple Sleep Latency Test’, usados para diagnosticar somnolencia patológica, indican que promedios inferiores a cinco minutos corresponden a un cuadro de “somnolencia severa”.

Este respaldo refuerza la preocupación de Estol. Si muchas personas se duermen casi de inmediato, no se trata de una capacidad excepcional, sino de un signo de salud que requiere atención. El neurólogo, además, rechazó una visión exclusivamente farmacológica del sueño y recordó que “dormir es como tomar agua o comer: no es opcional”.

Finalmente, estas reflexiones, por parte de expertos neurólogos, sugieren que el descanso no debe verse como un rendimiento cuantificable, sino como un pilar biológico esencial que merece mayor prioridad en la agenda de la salud pública.

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