Prados de Alcalá sigue esperando: explosivos, daños y silencio oficial tras atentado frustrado
Días después del hallazgo de una volqueta cargada con explosivos cerca del Batallón Bolívar, la comunidad de Prados de Alcalá, en Tunja, denuncia abandono, miedo y promesas incumplidas. Las casas siguen rotas. La vigilancia es mínima. Y las autoridades no responden.

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La comunidad del barrio Prados de Alcalá aún vive bajo el impacto emocional y material del hallazgo de una volqueta cargada con explosivos que, según las autoridades, estaba destinada a afectar los dormitorios del Batallón Bolívar. El hecho, que generó evacuaciones, temor y daños en viviendas cercanas, dejó a decenas de familias con vidrios rotos, estructuras debilitadas y una sensación permanente de vulnerabilidad. Sin embargo, los habitantes aseguran que, tras el escándalo mediático inicial, las autoridades no han vuelto.
Durante una visita al barrio, se encontró un ambiente silencioso y tenso: calles casi vacías, casas con ventanas cubiertas por plásticos, tablas y cartones, y habitantes que hablan con precaución, como si temieran que cualquier ruido devolviera el momento de la explosión controlada. «...Es como si el resto de la ciudad hubiera pasado la página, pero nosotros seguimos aquí, viviendo con las casas abiertas al frío y a la noche...», dijo una vecina que solicitó que su nombre no fuera revelado.
La presidenta de la Junta de Acción Comunal, Flor Rodríguez, explicó que la Alcaldía Municipal les prometió enviar personal para hacer un censo detallado de los daños. Sin embargo, el compromiso se quedó en palabras. «...Vinieron los Bomberos y la empresa Urbacer para mirar por encima, pero la Alcaldía nos dijo que estaba recopilando los datos para reemplazar vidrios y puertas. Eso fue hace días. Nadie volvió. Las ventanas siguen rotas, el polvo sigue entrando, y la lluvia está dañando más las casas...», afirmó Rodríguez, señalando una fachada aún cubierta con bolsas negras.
A este problema se suma la ausencia de presencia policial y militar, a pesar de que el hecho involucró explosivos y se relacionó con instalaciones militares. Los vecinos sostienen que, desde el día de la emergencia, no han visto rondas constantes. «...Nos sentimos solos. Aquí dejaron un carro lleno de explosivos y ni eso fue suficiente para que pusieran vigilancia. ¿Qué más tiene que pasar?...», insistió Rodríguez.
Otro punto crítico es la alarma comunitaria, que lleva meses dañada y que los habitantes habían solicitado revisar mucho antes del atentado frustrado. «...La alarma no sirve desde hace rato. Hemos mandado oficios, cartas, solicitudes. Nadie vino. Y cuando pasó lo de la volqueta, no tuvimos cómo alertar más rápido. Eso también es responsabilidad de la Alcaldía...», señaló la presidenta.
Un habitante del sector, quien fue la persona que alertó sobre la presencia de la volqueta, relató que días antes del suceso había notado personas extrañas y motos sin placas rondando la zona. «...Yo llamé y avisé. Varias veces. Pero uno tiene que insistir una y otra vez para que llegue una patrulla. Aquí no hacen prevención. Solo reaccionan cuando ya todo pasó. ¿Y ahora qué? Tampoco han capturado a nadie...», afirmó el vecino, pidiendo reserva de su identidad por motivos de seguridad.
La situación de inseguridad se ve agravada por el hecho de que las cámaras comunitarias que alguna vez ayudaron a vigilar el barrio están fuera de servicio. «...Esas cámaras las compramos con recursos propios. No eran regalo de nadie. Y ahora no funcionan. La Alcaldía tampoco las arregla. Estamos vigilándonos entre nosotros, como podemos...», agregó Rodríguez, señalando que algunos vecinos hacen rondas nocturnas informales.
El impacto emocional también es profundo. Familias enteras han tenido dificultades para dormir y muchos niños se sobresaltan con cualquier ruido fuerte. «...La explosión fue controlada, pero el susto no. Uno intenta trabajar, vivir, pero cuando llega la noche recuerda el temblor de las ventanas y los gritos. El miedo se quedó aquí...», expresó una madre de familia, al tiempo que mostraba cómo improvisó un plástico sobre una ventana para evitar el frío.
La lluvia de las últimas noches empeoró la situación. Varias viviendas siguen cubiertas con bolsas, telas o cartones mientras esperan las reparaciones prometidas. «...El agua entra por donde explotaron los vidrios. Los niños se enferman. Estamos viviendo como si nuestras casas fueran campamentos improvisados...», relató otra habitante afectada.
En medio de la incertidumbre, el barrio prepara una velatón y una misa comunitaria como acto de unión y agradecimiento por lo que varios consideran “un milagro”, pues no hubo víctimas mortales. «...Vamos a reunirnos para acompañarnos, porque las instituciones no han estado aquí para hacerlo...», dijo Rodríguez.
Pero las velas no reemplazan los vidrios. Y las oraciones no sustituyen las soluciones materiales. Las familias de Prados de Alcalá siguen esperando respuestas, acompañamiento y acción. Las ventanas abiertas y las paredes marcadas por la explosión son hoy una imagen clara: un barrio expuesto ante los hechos, y expuesto ante el olvido.



