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¿De dónde venimos y hacia dónde vamos?

Columna de opinión de José Osorio

José Osorio

José Osorio

Desde aquel 11 de noviembre de 1811, día de la Independencia de Cartagena, esta ciudad se ha caracterizado por su vocación rebelde e insurrecta. No en vano somos un pueblo heterogéneo y desigual, desde las concepciones culturales hasta las estratificaciones sociales que hoy nos rigen. Aun así, no podríamos abordar esta reflexión sin mencionar el grado de responsabilidad de quienes han gobernado nuestro Corralito de Piedra.

¿De dónde venimos?

El relato actual marca una cruz para quienes hoy gobiernan nuestra ciudad, y aunque sea a penas natural exigirles gobernanza y templanza, no podemos caer en el error de endilgar la crisis administrativa que hemos vivido en los últimos diez años a un outsider de la política como es William Dau. Su grado de responsabilidad, actualmente alto, no es proporcional al de ciertos actores políticos que provocaron la penosa cifra de once alcaldes en una década. Como un ejercicio simple de reflexión debemos tener presente que hemos tenido veintidós alcaldes, desde que podemos escogerlos mediante voto popular, cuando debimos tener solo ocho. Inhabilidades, suspensiones, renuncias, atipicidades, encargos, presos y hasta parapolítica, son algunos de los rasgos que han caracterizado la administración pública del Distrito de Cartagena en los últimos años.

Desde distintos sectores políticos han utilizado las crisis -generalmente creadas por ellos mismos- como una oportunidad servida para pescar en río revuelto, limitando los procesos de formación de la opinión pública.

¿Hacia dónde vamos?

Un principio básico de la filosofía señala qué todo poder social deriva de la organización, y toda organización requiere una óptima planeación. Se hace imprescindible hablar del futuro, más aún cuando nuestro pasado es lamentable y nuestro presente deja que desear. La Cartagena del futuro debe cimentarse sobre los modelos globales de administración pública que hoy rigen a las grandes capitales del mundo, y proyectar las grandes transformaciones que requiere una ciudad como la nuestra.

Al igual que los asedios de saqueadores que amenazaron a Cartagena en el pasado, en el Norte se vislumbran intereses deshonestos para sitiar los espacios de poder distrital, una vez más. Con una ciudadanía empoderada e informada ser mal gobernante dejará de ser buen negocio para los políticos tradicionales.

Es hora de devolverle a la ciudad su dignidad, de sacarla del pozo de apatía y desilusión en el que la han sumido estos últimos años de pésimos gobiernos.

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