Ciencia y medio ambiente

La lucha por el renacer del páramo de Guerrero

Un 40% está transformado por actividades agropecuarias y mineras. El Proyecto Mi Páramo trabajará con los campesinos para proteger su biodiversidad.

La producción de papa empezó a crecer en los años 70, al igual que la ganadería, actividades que quedaron aferradas en los habitantes.

La producción de papa empezó a crecer en los años 70, al igual que la ganadería, actividades que quedaron aferradas en los habitantes. / Foto: Paola Sánchez

Hace unos 11.000 años lo que hoy conocemos como la sabana de Bogotá, una de las despensas agrícolas más importantes del país, estaba cubierta por la vegetación típica de páramo, es decir colchones de frailejones, musgos, bromelias y árboles del bosque alto andino.

Los procesos geológicos y los cambios en el clima de la zona causaron que este verde bañado por la niebla y gobernado por el sonido del viento y las aves, quedara concentrado en las partes más altas de la cordillera oriental, generando así transformaciones en las especies de plantas y animales. Allí quedaron los páramos.

Las montañas de Cundinamarca y Boyacá estuvieron habitadas por los muiscas hace 1.400 años, indígenas que solo cultivaban en los territorios planos para no afectar las elevadas lagunas y humedales, cuerpos de agua que veneraban porque creían que allí habitaban sus dioses y espíritus.

El páramo de Guerrero, distribuido en 43.228 hectáreas de 15 municipios de Cundinamarca, fue uno de los sitios predilectos de los muiscas, quienes además de hacer rituales y pagamentos en sus lagunas, lo utilizaban como camino para intercambiar productos como la sal de las minas de Zipaquirá, Tausa y Nemocón, con otros grupos étnicos.

La protección sagrada en las montañas empezó a marchitarse con la llegada de los españoles, que además de aislar a los indígenas para controlarlos, introdujeron nuevas prácticas agrícolas que afectaron los recursos naturales nativos, como el cultivo de trigo y cebada, productos procedentes de Europa.

Varias tierras paramunas de la sabana de Bogotá les fueron otorgadas a familias españolas. En el caso de Guerrero, esto ocurrió en el valle del río Frío y el norte de Zipaquirá, los primeros habitantes de origen europeo en la región.

Durante el siglo XX, el páramo de Guerrero recibió nuevos habitantes procedentes de la región Andina, población que empezó a colonizar áreas para cultivar y comercializar trigo y cebada, productos agrícolas que rotaban con la ganadería.

La propiedad de la tierra estaba condicionada al uso de la tierra. Hacia 1940, el Incora adelantó procesos de legalización de los predios habitados por las familias campesinas en la zona, lo que causó un incremento en la agricultura.

Entre 1948 y 1952 fue construido el embalse de Neusa, obra que trajo consigo la siembra de pinos en sus inmediaciones, otra especie europea. Durante esos años, los bosques andinos de municipios como Cogua, Tausa y Zipaquirá, fueron altamente transformados.

Las afectaciones en el páramo se intensificaron en las décadas de los 60 y 70, cuando se incorporó el uso de maquinaria para el laboreo del suelo (tractores y arados de disco), la introducción de nuevas semillas, fertilizantes químicos y plaguicidas.

La producción de papa empezó a crecer en los años 70, al igual que la ganadería, actividades que quedaron aferradas en sus habitantes. Durante ese tiempo también inició la minería de carbón en la región, una nueva acción que degradó aún más la naturaleza del páramo.

En el siglo XXI, la agricultura entró en crisis por las fluctuaciones en los precios de la papa y la pérdida de rentabilidad del cultivo. Sin embargo, la minería aumentó en la zona y alcanzó promedios de 11.855 toneladas al mes de carbón.

El Guerrero de hoy

La vasta historia productiva y extractiva en el páramo de Guerrero causaron profundas cicatrices. Según el mapa de coberturas de la tierra del Ideam, aproximadamente un 40% del área está transformada por estas actividades, más de 17000 hectáreas.

La zona más afectada del páramo es la que corresponde a la cuenca del río Bogotá, donde las coberturas transformadas superan las 9100 hectáreas. Los municipios con mayor cantidad de estas tierras son Zipaquirá, Tausa y Subachoque.

Se estima que dentro del páramo hay una población de aproximadamente 4.300 habitantes, quienes dependen de los cultivos y la ganadería. La papa sigue siendo el principal cultivo de alta montaña, seguido por arveja, cebolla, habichuela y fresa; en algunas zonas hay extracción de carbón que es controlada por las autoridades ambientales.

Según estudios del Instituto Humboldt, la principal actividad que genera ingresos para los habitantes es la ganadería, seguida por la agricultura y el jornaleo agropecuario. También existen otros modos de vida como la minería y, en menor medida, las tiendas rurales, la venta de pastos y el oficio de construcción.

“Un gran número de las familias habita este territorio desde hace más de un siglo, por lo cual han establecido diferentes sistemas de producción y un tejido que los convierte en interlocutores centrales para la gobernanza del páramo. El control y vigilancia de las áreas protegidas declaradas debe involucrar a las familias campesinas”, dicen los estudios del Humboldt.

A pesar de las grandes transformaciones, Guerrero es un emporio de agua por ser parte de las cuencas hídricas de los ríos Bogotá, Carare, Negro y Suárez. En este páramo nace el agua que sustenta varias zonas de Cundinamarca y Boyacá.

En la parte de la cuenca del río Bogotá, conformada por tributarios como los ríos Subachoque, Chicú, Frío, Balsillas y Neusa, se encuentra el embalse del Neusa, que almacena 103 millones de metros cúbicos de agua con el propósito de suministrar el recurso para consumo humano.

Este embalse, junto con Sisga y Tominé, hacen parte del sistema Tibitoc, que surte de agua al norte de Bogotá, Sopó, Gachancipá, Tocancipá, Chía y Cajicá.

Se impone la vida

A pesar de esa enorme transformación y fragmentación, los bosques altoandinos y la vegetación paramuna de Guerrero albergan una alta diversidad de plantas y animales.

“Este páramo reporta más de 820 especies de plantas, cifra equivalente al 16% del total de plantas vasculares para la región paramuna. De este total, 47 son únicas de la cordillera Oriental y 12 de Colombia”, informó el Instituto Humboldt.

Entre sus plantas más representativas están el frailejón de San Cayetano (Espeletia cayetana), especie en peligro de extinción única de esta región; Eubrachion ambiguum y Greigia alborosea, plantas registradas por primera vez en la zona en 2007; y Vriesea robusta, bastante frecuente en los bosques de Subachoque.

Guerrero también le sirve de hogar y refugio a más de 70 especies de mamíferos, 80 de aves, 11 de anfibios y nueve de invertebrados, grupos que incluyen animales como el oso de anteojos, el venado de páramo, el águila paramuna, las ranas arlequín y Lymanopoda schmidti, una mariposa única de la zona sur del complejo.

“Unas 17 especies de aves realizan migraciones o movimientos altitudinales entre el páramo y el bosque altoandino, las cuales tienen importantes funciones de polinización, dispersión de semillas y control biológico”, complementa el estudi del Humboldt.

Proyecto con los campesinos

En junio, Bavaria anunció que cerrará el 2022 con una inversión de 10 000 millones de pesos en iniciativas de protección para dos páramos estratégicos de Colombia: Santurbán y Guerrero.

El proyecto miPáramo Guerrero es una iniciativa que busca proteger este ecosistema y trabajar de la mano de las comunidades locales para el desarrollo de actividades de conservación, restauración y apoyo a la producción sostenible.

Esta estrategia es el resultado de los aprendizajes logrados luego de casi tres años de intervención en el proyecto MiPáramo Santurbán, donde con varias aliados, Bavaria ha logrado sembrar más de 260.000 árboles en el bosque alto andino e impactado a más de 1000 familias de la zona.

“Desde el 2017 hacemos parte del proyecto miPáramo, que tiene como propósito la protección del páramo de Santurbán. Con el apoyo de grandes aliados y sectores, público y privado, replicamos este modelo en Guerrero, en la zona de influencia de la cuenca del río Bogotá” dijo Marcel Regis, presidente de Bavaria.

Este proyecto se realizará en conjunto entre Bavaria, Ministerio de Ambiente, Agencia Alemana de Cooperación Internacional (GIZ), Agencia Suiza para el Desarrollo y la Cooperación (Cosude), Alianza Biocuenca y el Fondo de Agua de Bogotá.

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