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El culto al bandido

Columna de opinión de Orlando Oliveros Acosta

El culto al bandido

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Cartagena de Indias

En las Páginas Amarillas de Cartagena, para encontrar el teléfono y la dirección del Teatro Adolfo Mejía, es necesario buscarlo con su antiguo nombre: Teatro Heredia. En taxi también se llega por la misma vía, y no solamente porque tengas que decirle al conductor Teatro Heredia en lugar de Adolfo Mejía, sino porque si vives lejos del Centro Histórico es muy probable que debas tomar la Avenida Pedro de Heredia, la arteria principal que conecta el pequeño noroccidente con el vasto suroriente de la ciudad.

Esto sucede porque en Cartagena Pedro de Heredia es una celebridad. Cada 1 de junio los periódicos locales invocan su recuerdo, la alcaldía regala una ofrenda floral a su estatua en la Plaza de los Coches y los colegios públicos o privados organizan absurdas jornadas patrióticas en donde lo convierten en héroe, en un maravilloso padre fundador de la tierra en que nacimos. Ese día es difícil encontrar una izada de bandera que no comulgue con el espíritu magnánimo de Don Pedro y en donde no obliguen a los pobres estudiantes a trasnocharse el día anterior aprendiéndose de memoria una semblanza beatífica escrita por un desprevenido profesor de sociales.

Es el culto a la desmemoria, el culto al bandido, puesto que Pedro de Heredia no fue sino eso: un delincuente, tanto para la Corona Española como para los nativos americanos. Su primera fechoría –al menos la primera de la cual se tiene certeza– la cometió en España: después de ser atacado por seis hombres que le rebanaron la nariz, cobró venganza con tres de ellos y los apuñaló hasta la muerte. Entonces huyó hacia las "Indias" para no ser enjuiciado. Se estableció en Santo Domingo, dedicándose a la agricultura, luego partió para Santa Marta en donde fue nombrado teniente del gobernador interino Pedro Vadillo y colaboró con el saqueo y la esclavización contra los grupos indígenas de la zona.

Se dice que el 1 de junio de 1533 fundó la ciudad de Cartagena, de la cual fue nombrado gobernador, y que profanó las tumbas de todo el territorio de los Sinúes (o Zenúes) que tenían por costumbre sepultar a sus muertos con cascabeles y ofrendas de oro. Fue tanta su barbarie que el obispo de Cartagena, fray Tomás del Toro, lo acusó ante la Corte por maltrato a los indígenas. Heredia era famoso por destajar narices, orejas, tetas y labios (tal vez un trauma ocasionado por su nariz cortada), le gustaba apresar caciques y mantenerlos en el calabozo por años.

Finalmente, en 1554, fue declarado culpable por el fiscal de la Real Audiencia Juan Maldonado, quien levantó un pliego de 289 capítulos en donde acusaba a nuestro insigne Don Pedro de apropiación indebida de fondos, exportación de oro sin quintar y nepotismo en el otorgamiento de cargos y encomiendas. Heredia, previendo su inevitable condena, huyó de Cartagena y murió en un naufragio rumbo a España.

Éste fue, cartageneros y cartageneras, el bandido hijo de la grandísima que nos fundó hace 485 años. Y miren qué culto tan pendejo le hemos hecho, a este Pedro que tiene poco de Pedro Romero y mucho de Pedro Páramo. Yo por eso no celebro nada cuando el calendario fija en nuestra vida un nuevo 1 de junio. No es esta una fecha para andar inflando globitos de fiesta. Todo lo contrario: es un día perfecto para los obituarios, las listas tristes y los homenajes en donde se conmemoren las masacres, las violaciones impunes y la esclavitud de los nativos que ya estaban aquí cuando a los conquistadores se les dio por decir que habían descubierto un Nuevo Mundo.

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