Salvaterra: la fundación que transforma el campo colombiano desde la sostenibilidad y la comunidad
Desde las montañas de Briceño hasta las riberas del río Atrato, la Fundación Salvaterra impulsa historias de crecimiento y esperanza. Con iniciativas para sustitución de cultivos hasta cines rurales, la organización le apuesta a la sostenibilidad ambiental y social para impulsar cambios en el entorno.

SALVA TERRA nace como un sueño de sus fundadores de poder transmitir a su país los conocimientos adquiridos en la universidad EARTH. | Foto: cortesía, Keiver Palacios
Hace catorce años, los hermanos David y Daniel Villegas García decidieron devolverle al país lo que aprendieron en Costa Rica: una forma distinta de entender el agro. Nacida en 2011, la Fundación Salva Terra surgió como una apuesta familiar por transformar la ruralidad colombiana a través de la sostenibilidad, la educación y la confianza con las comunidades campesinas.
Desde entonces, la organización ha trabajado en más de cien municipios, conectando saberes ancestrales y técnicas modernas para fortalecer el tejido social del campo. Su propósito, como lo resume David Villegas, su director, es “aportar en la transformación del agro colombiano desde el conocimiento y la acción colectiva”.
En sus primeros años, los proyectos de Salva Terra se centraron en la seguridad alimentaria, la siembra de árboles y el manejo de residuos. A través de talleres y huertas familiares, lograron entrar, como dicen ellos, “a la cocina de las familias”, en su opinión, “un espacio reservado para quienes se ganan la confianza”.
Esa cercanía fue la semilla de un modelo que hoy integra educación, sostenibilidad y economía circular. A partir de allí, nacieron historias que revelan el impacto humano del trabajo de la fundación, como las de Alejandra Posada, en el norte de Antioquia, y Keiver Palacios, en el corazón del Chocó.
Sustitución de cultivos y nuevos comienzos

Salva Terra a trabajado con más de 1.000 indígenas en procesos de ciudado de la tierra. | Foto: cortesía, Dianorte - Alejandra Posada
En Briceño (Antioquia), Salva Terra impulsó uno de sus proyectos más significativos: la sustitución de cultivos de hoja de coca. En ese contexto conocieron a Alejandra Posada, hija de José Javier Posada, campesino que por años dependió de ese cultivo. “Mi papá decidió dejar la coca porque entendió que el campo puede dar mucho más si se trabaja con esperanza”, cuenta Alejandra, quien, luego de ese proceso, se convirtió en líder de su comunidad.
El proceso no fue fácil, explica Posada. Junto a la fundación, las familias comenzaron a sembrar tomate, café, cacao, plátano y maracuyá. Lo que empezó como una alternativa económica terminó siendo una transformación social. “Pasamos de cultivar coca a cultivar confianza”, recuerda Posada.
Por su parte, David resalta que este cambio no fue impuesto, sino construido colectivamente, “llegamos escuchando, no enseñando. Las soluciones nacen de las comunidades”.
Esa escucha activa permitió fortalecer la cooperativa Díanorte, que Alejandra lidera actualmente y que agrupa a decenas de familias productoras, proceso resultante del acompañamiento de Salva Terra y que hoy sigue vigente.
El trabajo en el municipio también dejó una huella generacional. Los hijos de los antiguos cultivadores de coca hoy estudian carreras técnicas y universitarias. “La educación es el mejor cultivo que puede dejar un proceso como este”, afirma Daniel, quien es el coordinador de investigación y desarrollo de la organización.
De la selva al cine: educación ambiental en Vigía del Fuerte

A través de sus programas, la ONG a impactado a más de 3.450 niños. | Foto: cortesía, Keiver Palacios
A cientos de kilómetros, en Vigía del Fuerte (Chocó), Salva Terra encontró otro terreno fértil: el de la conciencia ambiental. Allí, Keiver Palacios, un joven tecnólogo en gestión de recursos naturales, conoció la fundación en 2017 a través de una convocatoria.
“Fui elegido y desde ese día cambió mi vida y la de muchos jóvenes”, dice. Con su entusiasmo y liderazgo, Keiver ayudó a crear el programa Ecocine, una iniciativa que cambió la manera de educar en su territorio.
Para ver una película, los asistentes debían “pagar” la entrada con materiales reciclables. “Era una forma divertida de enseñar a cuidar el ambiente”, rememora Palacios. La idea se convirtió en un símbolo local y más tarde atrajo la atención de Cine Colombia, que llevó su ruta 90 al territorio.
El proyecto no se detuvo allí. Salva Terra apoyó la creación de la Asociación para la Sostenibilidad del Río Atrato (ASORRIAT), integrada por jóvenes que promueven el reciclaje, la agricultura orgánica y la educación ambiental.
“El apoyo de David fue un pilar para nuestro desarrollo. Nos ayudó a cambiar el chip y entender que el futuro está en cuidar lo nuestro”, explica Keiver.
Durante los años de trabajo en Vigía del Fuerte, la entidad impulsó la recolección de más de 17 toneladas de material reciclable, construyó una biofábrica, un plantuladero y promovió huertas comunitarias. “Cada acción buscaba sembrar sostenibilidad en un territorio históricamente olvidado”, señala Villegas.
Educación, sostenibilidad y comunidad

La fundación ha trabajado con más de 4.650 personas afrodescendientes. | Foto: cortesía, Keiver Palacios
El modelo de Salvaterra busca integrar la sostenibilidad social, ambiental, económica y de relaciones humanas. Sus proyectos pretenden que las comunidades no dependan de ayudas externas, sino que se conviertan en aliadas permanentes.
“No queremos ser una fundación paternalista, sino un socio colectivo”, aclara David. Además, la organización mantiene vínculos con universidades y programas de voluntariado internacionales.
De esta manera, jóvenes de Italia, Estados Unidos y Suiza llegan cada año a los territorios rurales para trabajar de la mano de las comunidades. “El voluntariado aquí no es de oficina. Es trabajo real en campo, con barro, con gente y con propósito”, enfatiza Daniel.
Esa interacción ha fortalecido su componente educativo. A través del programa Delaterra, enseña desde la siembra hasta la comercialización, formando a los habitantes del territorio en toda la cadena de valor. A raíz de esto, más de 12.000 familias han participado en estos procesos en 17 departamentos del país.
El compromiso ambiental también está presente. En alianza con comunidades y cooperantes internacionales, la fundación trabaja en reforestación, manejo de cuencas, compostaje y proyectos de bonos de carbono. “La sostenibilidad no se predica, se practica”, dice David.
Un futuro en el campo colombiano

Ya son más de 400 excombatientes los que han participado de las iniciativas de Salva Terra. | Foto: cortesía, Fundación Salva Terra
Hoy, tras superar los golpes de la pandemia y los retos económicos, Salva Terra continúa su labor desde Marinilla y la Plaza Mayorista de Medellín, sus puntos actuales de operación. Sin una sede fija, la fundación se mueve de manera remota, “nuestra oficina está donde el campo nos necesite”, explica el director.
No obstante esa fuerza de voluntad, los hermanos reconocen que hace falta manos y recursos para seguir promoviendo el trabajo en la ruralidad, por ello aclaran que están abiertas las convocatorias para recibir voluntarios o ayudas de personas que quieran brindarlas.
Con todo, tanto Alejandra como Keiver cuentan parte de la historia de Salva Terra y a la vez se consolidan como líderes que transforman sus territorios. Ella desde las montañas del norte antioqueño; él, desde las riberas del Atrato. Ambos coinciden en que la semilla del cambio ya está plantada.



