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Jean Rodart: El maquillador que transformó la fotografía en una herramienta de belleza

En un mundo donde las apariencias suelen engañar, Jean Rodrigues —conocido artísticamente como Jean Rodart— se ha ganado un lugar no solo por embellecer rostros, sino por darles voz

Jean Rodart: El maquillador que transformó la fotografía en una herramienta de belleza

Jean Rodart: El maquillador que transformó la fotografía en una herramienta de belleza

Con más de una década de experiencia en el maquillaje profesional, su enfoque va mucho más allá de lo estético: lo suyo es crear narrativas visuales donde el rostro se convierte en un lenguaje propio. Su trabajo ha sido parte de producciones editoriales de alto nivel, certámenes de belleza, campañas de lujo y ha estado vinculado con marcas internacionales como Armani Beauty y YSL Beauty. Pero todo comenzó con una cámara y una curiosidad incontrolable.

Un origen visual: la fotografía como primer amor

Nacido en Venezuela, país donde la belleza es parte del ADN cultural, Rodart creció rodeado de referencias visuales potentes. Su sensibilidad por lo estético despertó temprano, pero fue durante su adolescencia en Caracas, mientras estudiaba, que esa atracción se canalizó hacia un camino más concreto: la fotografía. Decidió formarse en el Taller de Fotografía de Roberto Mata, una escuela con fuerte enfoque documental. Ahí entendió cómo contar historias a través de la imagen, dominando la luz, el encuadre, los colores y las emociones captadas en un solo disparo.

Lo que empezó como formación técnica se convirtió en una pasión profunda por las distintas formas de representación visual. Explorar disciplinas como la fotografía artística, de producto, de paisaje o incluso callejera le permitió entrenar el ojo para detectar lo que muchos pasan por alto: los pequeños gestos, los matices, lo que comunica un rostro antes de emitir palabra alguna.

El día que todo cambió

Su tránsito de fotógrafo a maquillador no fue inmediato, pero sí decisivo. Comenzó durante una sesión de fotos para una candidata a Miss Venezuela. Aquel día, recuerda Rodart, tenía todo listo en su estudio: luces, cámaras, fondos. Lo que no esperaba era presenciar una transformación que cambiaría su rumbo profesional.

“La modelo llegó con el rostro limpio, sin una gota de maquillaje. Era una chica alta, con el cabello aún húmedo. A simple vista, una mujer común”, cuenta. Durante dos horas observó en silencio cómo el estilista y el maquillador trabajaban en ella. Lo que presenció no fue solo un cambio físico, sino un despertar interno. “La vi empoderarse con cada trazo del pincel, cada toque de rubor. Cuando terminó el proceso, ya no era la misma. Su presencia era otra. Más segura. Más fuerte.”

Ahí comprendió que el maquillaje no es solo un recurso estético: es una herramienta de transformación emocional y personal. Fue el punto de inflexión. Jean ya no solo quería capturar la imagen final. Quería ser parte activa del proceso de creación.

De la observación a la acción: el nacimiento de un artista

A partir de ese momento, su rol en las producciones cambió. Seguía tomando fotos, pero cada vez más involucrado en el proceso de maquillaje. Comenzó observando con detenimiento a los profesionales con los que trabajaba, haciendo preguntas, analizando técnicas. La curiosidad lo llevó a comprar sus primeras brochas, sus primeros productos, y a experimentar con modelos cercanas. Uno de sus primeros ensayos fue con su hermana menor. Intentó ponerle unas pestañas postizas, pero terminó con pegamento dentro del ojo. “Un desastre absoluto”, admite entre risas. Pero fue el comienzo de un aprendizaje autodidacta que se alimentó de ensayo y error.

Con el tiempo, empezó a encargarse él mismo del maquillaje en sus sesiones fotográficas. La línea entre sus dos profesiones se fue desdibujando. Lo que antes era observación se volvió práctica. Y lo que era una inquietud creativa se transformó en una vocación clara: ser maquillador. “Pasé de ser el fotógrafo que maquillaba al maquillador que fotografiaba”, resume Rodart, con la precisión de quien conoce cada etapa de su evolución.

Una carrera construida a pulso

Más de diez años han pasado desde aquella sesión que marcó su destino y ha recorrido un camino diverso y profundo dentro de la industria. Ha sido maquillador jefe en producciones y desfiles de alto nivel, consultor de imagen en certámenes nacionales e internacionales, docente de maquillaje y director creativo en concursos de belleza. Ha moldeado estilos, asesorado talentos y formado parte de momentos clave para muchas figuras públicas.

Uno de los hitos en su carrera ha sido trabajar con firmas de lujo como Armani Beauty y YSL Beauty. Estas experiencias no solo le permitieron perfeccionar su técnica, sino que lo llevaron a asumir un rol más estratégico. Su visión ya no se limita al pincel: ahora también se involucra en decisiones ejecutivas.

A pesar de haber trabajado en grandes escenarios, Rodart valora profundamente los momentos de intimidad en su estudio. “Ahí es donde ocurre la magia real. Cuando no hay presión externa, cuando puedo crear desde cero y cada trazo expresa mi visión de la belleza. Es donde realmente soy artista.”

Un sello propio: la fusión entre luz, color y carácter

Lo que distingue a Jean Rodart en el competitivo mundo del maquillaje no es una técnica específica, sino su enfoque integral. Su base como fotógrafo le da una ventaja clara: entiende cómo la luz afecta cada textura, cómo resaltar un tono de piel en cámara, cuánto maquillaje aplicar para que se perciba de forma natural en distintos entornos.

Cada rostro que trabaja es una composición visual en sí misma. “No existe una fórmula única. Lo que funciona en una persona, puede no funcionar en otra. Mi objetivo siempre es crear una armonía entre lo que veo y lo que quiero comunicar.”

Esa capacidad de traducir emociones en formas visuales lo convierte en un profesional distinto. Su estilo no busca encajar en moldes ni seguir tendencias pasajeras. Busca autenticidad, impacto y conexión.

El maquillaje como poder

Para Jean, el maquillaje no es superficial. Es una herramienta de expresión, una forma de empoderamiento, un acto creativo con intención. En cada producción, en cada rostro deja una huella que trasciende lo estético. Y esa es su verdadera marca.

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Hoy, desde su estudio o en eventos internacionales, sigue explorando nuevas formas de unir técnica y emoción. Sabe que su historia comenzó con una cámara, pero también sabe que esa cámara solo fue el primer paso para contar muchas más historias… desde el rostro, con un pincel.

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