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Editorial de Gustavo Gómez: No es hora de callejear

Siempre válida la expresión popular y la exposición pública de sus sentires. Como corresponde a toda democracia. De lo contrario, nos encontraremos en el árido terreno de la tiranía.

Y la sola mención de la palabra tiranía debe estar lejana a los gobiernos que, como el del presidente Gustavo Petro, llegaron a concretarse en las urnas, como manifestación de esa expresión plena, libre y abierta.

A Gustavo Petro no le robaron las elecciones. Hasta donde todos nos acordamos, las ganó. Con lo cual ha debido terminar para todos, especialmente para él, la campaña electoral. Pero pide ahora el presidente manifestaciones callejeras para apoyar sus muy respetables proyectos de cambio.

Lo primero, señor presidente, como se lo han recordado muchos cerebros bien afinados, es que usted se asegure, primero, de que conozcamos esos proyectos, empezando por la mayoría de sus ministros, que tienen vaga idea de iniciativas que deberían discutirse juiciosamente dentro del gobierno antes de llegar a las calles o al mismísimo Congreso, por la calle que queda al lado de su despacho.

Lo otro es que no se entiende cómo a alguien que tiene al Congreso en el bolsillo, que es donde se aprueban esas reformas, sienta que no puede sacarlas adelante usando los debidos canales legales. ¿Así de endebles y poco estructuradas son? ¿Tantos riesgos conllevan? ¿Su debilidad jurídica requiere no solo del Congreso, sino de las manifestaciones, para poder bajarlas de las nubes a la realidad?

Vuelve a quedar sobre la mesa la lectura poco comprensible de que al guardián número uno de la Constitución, ella le incomoda. Como si el afán de concretar el cambio se tradujera en una repulsión por las instituciones, en general, y por las cortes y los organismos de control, en particular. Que a algunos sectores les moleste, les apriete la ley e incluso la Constitución, hay que entenderlo, pero cómo aceptar que al propio presidente le incomode el Estado de Derecho y sus reglas.

¿Debe un presidente, con enorme popularidad y amplio respaldo ciudadano, por su ánimo de renovación, saltar a la plaza pública para convencernos de las bondades de sus ideas? No parece comprensible. No. Tal vez no es hora de callejear, señor presidente.

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