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2016: la llegada de los indignados al poder

Los indignados que decidieron victorias electorales en 2016, muy seguramente seguirán indignados pues lo que los llevó a indignarse difícilmente será resuelto.

2016: la llegada de los indignados al poder

2016: la llegada de los indignados al poder(EFE)

Habría que matizar el título, pues aunque fueron los indignados quienes determinaron resultados electorales en varias partes del globo, es poco probable que a quienes o a lo que eligieron vayan a responder a sus anhelos.

Fue en 2011 cuando manifestantes de diversas corrientes, edades y lugares de origen se congregaron en el parque Zuccotti de Nueva York, dando comienzo al movimiento “occupy Wall Street” que protestaba contra “el sistema”, contra lo que denominaban el 1%, ese que se beneficiaba de la evasión, de los favores y de la endogamia prevaleciente en las altas esferas. Meses antes los indignados en España, Grecia, Portugal, Reino Unido, Israel y varias ciudades y países de Europa salían a las calles a manifestar su misma frustración contra un sistema que simplemente “ya no les daba nada”, los había abandonado.

La crisis financiera del 2008 reventó las esclusas que sostenían a las democracias liberales, aquellas que parecían haber llegado a su “principio de Peter”, a su nivel de incompetencia. Tras décadas de crecimiento de las desigualdades sociales, un voraz enriquecimiento de unos pocos, el encarecimiento desmesurado del costo de vida para las clases medias que sentían que su zona de confort se achicaba o desaparecía del todo, la gente dijo “no más”, salió a las calles, se hizo sentir. Pero tras algunos meses las protestas se apagaron por sustracción de materia y se pensó que las cosas volvían a su cauce normal.

Sin embargo, no contaban con la astucia de los indignados, no se midió el real nivel de frustración y resentimiento y cuando estos pudieron expresarse en las urnas, lo hicieron en casi todas las ocasiones con fuerza letal y desencajaron el sistema. Le ganaron el pulso a las elites gobernantes, a los medios, al Estado Profundo, a los encuestadores y a los pregoneros del miedo. Así fue el Brexit en Gran Bretaña, la victoria de Trump en Estados Unidos, el NO al referendo constitucional en Italia y los triunfos de populistas sin ideología en varios países alrededor del planeta: Polonia, Hungría y Filipinas por mencionar solo algunos. (No considero que el NO en nuestro referendo se enmarque dentro de este modelo). Sin embargo, como se trata de victorias huérfanas de masas amorfas con muy disimiles expectativas, la medicina para muchos será peor que la enfermedad pues las victorias han sido secuestradas por quienes supieron canalizar el descontento hacia sí mismos y pronto se olvidarán de los que se la entregaron en bandeja de plata.

Y la noche que llega. En la Europa liberal a la crisis económica aun no superada se le sumó la avalancha de refugiados musulmanes provenientes de Siria, Afganistán e Irak, países que el mismo occidente ayudó a destrozar, desnudando la profunda crisis de identidad que sufre el continente y la fragilidad de las instituciones comunitarias en Bruselas, arrogantes y alejadas de la población. España que estuvo sin gobierno casi un año se salvó, por ahora de que un charlatán populista como Pablo Iglesias accediera al poder pues la cartilla del FMI que aplicó Rajoy para la crisis empezó a darle resultados. Alemania, Holanda y Francia tienen procesos electorales en 2017 de pronóstico reservado, máxime cuando pocos creen en las encuestas.

En América ya tuvimos el triunfo de un candidato populista, un militar golpista que de una día para otro se volvió de izquierda, llegó al poder en Venezuela y arruinó al más rico de los países del continente. Eso debería servir de antídoto para no repetir la fórmula en nuestro vecindario, aunque las memorias políticas son cortas y flexibles.

Los indignados que decidieron victorias electorales en 2016, muy seguramente seguirán indignados pues lo que los llevó a indignarse difícilmente será resuelto, pero los gobernantes y los fenómenos que desataron crean una espesa nube de incertidumbre alrededor del planeta. La muerte de lo políticamente correcto. El orden tal cual lo conocemos queda cuestionado y en cuidados intensivos: las instituciones internacionales, los principios y valores, los acuerdos y tratados, la democracia liberal, los derechos humanos, la autorregulación de los mercados, la seguridad y la soberanía de las naciones. La geopolítica global terminando la segunda década del tercer milenio se torna anárquica e impredecible.

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