Crónica de un paseo por la Venezuela chavista
El mayor temor de la gente con la que hablamos es enfermarse, así sea una gripa leve, un dolor de cabeza o una intoxicación.
Caracas. Mayo de 2016. Lo primero que se ve al llegar a la sala de emigración en el aeropuerto internacional Simón Bolívar de Maiquetía es una fotografía tamaño mural de Hugo Chávez rodeado de niños felices luciendo los colores del tricolor nacional. Hace unos años el mismo mural lo ocupaba una imagen caricaturizada de Chávez. Por todas partes proliferan los avisos que advierten no cambiar dinero sino en los lugares autorizados. Sin embargo a la salida de la aduana, un enjambre de cambistas se acerca a los viajeros a comprar sus dólares o pesos colombianos. Así ha sido desde que Chávez instauró el control de cambios hace más de una década.
La autopista que sube del Aeropuerto a Caracas está en muy buen estado y como circulan muchos menos carros que en otros épocas -no hay llantas, ni baterías, ni carros, ni plata para pasear-, el trayecto se hace bastante rápido. A lado y lado serpentean los históricos “ranchos”, tugurios que desde tiempos inmemoriales ondean por la capital y sus alrededores. No han desparecido como supuestamente debía ocurrir gracias al socialismo del siglo XXI. Muy rápido llegamos a nuestro destino, una casa en el barrio Los Chorros ubicada al frente de un Farmatodo. Sobresalen en los cruces nuevos semáforos, grandes y cuadrados que en colores verde y rojo informan el tiempo en segundos que queda en cada color. Ya estaba oscuro y pocos se aventuran a la calle por la inseguridad que ha hecho de Caracas la ciudad más peligrosa del mundo en compañía de Bagdad y San Pedro Sula.
A las cinco de la mañana siguiente nos aprestamos a bajar nuevamente a Maiquetía a tomar un vuelo doméstico a Barquisimeto. La cola frente al Farmatdo llega hasta donde no se alcanza a ver. Gente de todas las edades, niños, mayores, hombres, mujeres, negros y blancos haciendo cola para comprar lo que haya. Algunos porque necesitan las medicinas o implementos de aseo, otros, los “bachequeros”, para hacer negocio. Camino al aeropuerto pasamos por varias colas más frente a supermercados, tiendas de abarrotes y farmacias.
Los vuelos domésticos en Venezuela se hacen en aviones viejos, de más de 30 años, ya que las flotas no han sido modernizadas por falta de todo. En Caracas el régimen se ha cuidado de no imponer cortes de luz programados, pero en provincia son diarios, entre 4 y 8 horas y a veces más y así fue en Barquisimeto, cuarta ciudad del país en población, capital del estado Lara. En esta ciudad nos enteramos que el presidente Maduro había decretado la noche anterior el Estado de Excepción y que el sábado siguiente se llevarían a cabo maniobras militares en todo el país para prepararse frente a la “invasión que prepara Uribe desde Colombia”. A esta noticia la gente con la que hablamos reaccionó encogiéndose de hombros, “no va a pasar nada” decían.
De regreso a Caracas los llamados a abordar el avión desde el aeropuerto internacional de Barquisimeto son hechos por un funcionario de la aerolínea Aeropostal con un megáfono. Es Domingo en la tarde y el temor a las enormes colas (trancones) habituales en la vía desde La Guaira a Caracas con los que nos hemos topado en innumerables ocasiones se disipan rápidamente. Entre el Estado de excepción y la escases no hay con que bajar a la playa.
En los barrios de clase media alta en Caracas la cita es normalmente jueves o viernes. Con ansiedad se espera la llegada de los bachequeros con los productos básicos subsidiados comprados tras infinitas colas para ser vendidos a varias veces su precio. Así la gente pudiente consigue más o menos lo que necesita y los bachequeros ganan en una venta lo que sería el sueldo mensual en cualquier trabajo y así la vida sigue para todos. Se paga con gruesos fajos de billetes de cincuenta o cien bolívares que cada día valen menos y no caben en ninguna billetera sino en cajas de zapatos.
Una salida a un restaurante es un ejercicio de paciencia. La mayoría de los productos del menú no están disponibles por falta de ingredientes. Cerveza queda poca y pronto se acabará con las plantas de Polar paralizadas y ad portas de una toma a la fuerza por parte del gobierno.
El mayor temor de la gente con la que hablamos es enfermarse, así sea una gripa leve, un dolor de cabeza o una intoxicación. No hay medicinas en ninguna parte. Los que tienen la suerte de tener parientes en el exterior buscan que estos les manden medicinas, así sea en pequeñas dosis porque en grandes cantidades son incautadas por las autoridades o por quien abra los paquetes. Nos contaba un egresado que la Universidad Central de Venezuela pública, la mayor del país, se ha convertido en un bastión contra el régimen después de que la mayoría de sus estudiantes apoyaran al chavismo en sus primeros años. Decenas de estudiantes y profesores están presos sin cargos.
Los medios han sido completamente cooptados por el régimen. El diario El Universal otrora uno de los grandes de América fue comprado por un “empresario” afín al régimen y fuera de deportes poco informa sobre lo que ocurre en el país. El diario el Nacional sobrevive independiente en una gesta heroica, sin papel y sin pauta. Los medios electrónicos, televisión y radio, son el orgullo de George Orwell. Han creado una realidad virtual, con eternas transmisiones que presentan a un “pueblo feliz agradecido infinitamente con sus gobernantes”. Por estos días transmiten sin cesar el “golpe contra Dilma en Brasil”.
Ya de regreso en el trayecto al aeropuerto Simón Bolívar nos asaltan las reflexiones. ¿Qué pasó acá? ¿Cómo pudo un país tan rico como Venezuela desplomarse de esa manera? ¿Tras doscientos años de historia republicana que procesos políticos y humanos tuvieron lugar para que se llegara a esta calamitosa situación? ¿Fue tan grave el desgobierno y la corrupción de los gobiernos adecos y copeyanos que el chavismo era la única salida, el espejismo en el desierto ante una sed delirante? ¿Pudo der diferente el chavismo? ¿Qué hubiera pasado si Chávez no hubiera muerto, habría dado un timonazo?
La reconstrucción del país será muy dolorosa, habrá que aplicar fuertes medida de shock extraídas de la más rígida de las cartillas: eliminar subsidios, reducir en por lo menos tres cuartas partes la nómina oficial, recortar los servicios del Estado, reconstruir PDVSA, cobrar impuestos, incluso podría ser necesario darle cristiana sepultura al “bolo” y dolarizar la economía. Difícil tarea será igualmente cerrar la profunda brecha de una polarización social y odio de clases impulsada por el régimen para generar una mínima armonía social donde todos quepan.
La última pregunta que me asedia es ¿qué pasara en Venezuela? El régimen podría radicalizarse aún más, cerrar todos los espacios de diálogo, acabar con la Asamblea Nacional y acallar lo voces de la oposición. Un Corea del Norte en América. También podría el chavismo resquebrajarse, los militares obligar a que se respete la constitución y que se lleve a cabo el referendo revocatorio. ¿Y después qué? Demasiados interrogantes y pocas respuestas. Los escenarios son muy complejos y no hay salida ni fácil ni inmediata.