Internacional

El discurso inaugural de John F. Kennedy, una pieza histórica

El día de su investidura, enero 20 de 1961, Kennedy pronunció uno de los grandes discursos de la política del Siglo XX.

El discurso inaugural de John F. Kennedy, una pieza histórica

El día de su investidura, enero 20 de 1961, Kennedy pronunció uno de los grandes discursos de la política del Siglo XX.

&nbsp;<div class="autor" contenteditable="true" unselectable="off"><div>&nbsp;</div><div>En vuestras manos, compatriotas, m&aacute;s que en las m&iacute;as, est&aacute; el &eacute;xito o el fracaso definitivo de nuestro empe&ntilde;o. Desde que se fund&oacute; este pa&iacute;s, cada generaci&oacute;n de norteamericanos ha debido dar fe de su lealtad nacional. Las tumbas de los j&oacute;venes norteamericanos que respondieron al llamamiento de la patria circundan el globo.</div><div>&nbsp;</div><div>Los clarines vuelven a llamarnos. No es una llamada a empu&ntilde;ar las armas, aunque armas necesitamos; no es una llamada al combate, aunque combate entablemos, sino una llamada a sobrellevar la carga de una larga lucha a&ntilde;o tras a&ntilde;o, &ldquo;gozosos en la esperanza, pacientes en la tribulaci&oacute;n&rdquo;: una lucha contra los enemigos comunes del hombre: la tiran&iacute;a, la pobreza, la enfermedad y la guerra misma.</div><div>&nbsp;</div><div>&iquest;Podremos forjar contra estos enemigos una grande y global alianza ?al norte y al sur, al este y al oeste?, que pueda garantizarle una vida fruct&iacute;fera a toda la humanidad? &iquest;Quer&eacute;is participar en esta hist&oacute;rica empresa?</div><div>&nbsp;</div><div>S&oacute;lo a unas cuantas generaciones, en la larga historia del mundo, les ha sido otorgado defender la libertad en su hora de m&aacute;ximo peligro. No rehuyo esta responsabilidad. La acepto con benepl&aacute;cito. No creo que ninguno de nosotros se cambiar&iacute;a por ning&uacute;n otro pueblo ni por ninguna otra generaci&oacute;n. La energ&iacute;a, la fe, la devoci&oacute;n que pongamos en esta empresa iluminar&aacute; a nuestra patria y a todos los que la sirven, y el resplandor de esa llama podr&aacute; en verdad iluminar al mundo.</div><div>&nbsp;</div><div>As&iacute; pues, compatriotas: preguntad, no qu&eacute; puede vuestro pa&iacute;s hacer por vosotros; preguntad qu&eacute; pod&eacute;is hacer vosotros por vuestro pa&iacute;s.</div><div>&nbsp;</div><div>Conciudadanos del mundo: preguntad, no qu&eacute; pueden hacer por vosotros los Estados Unidos de Am&eacute;rica, sino qu&eacute; podremos hacer juntos por la libertad del hombre.</div><div>&nbsp;</div><div>Finalmente, ya se&aacute;is ciudadanos norteamericanos o ciudadanos del mundo, solicitad de nosotros la misma medida de fuerza y sacrificio que hemos de solicitar de vosotros. Con una conciencia tranquila como nuestra &uacute;nica recompensa segura, con la historia como juez supremo de nuestros actos, marchemos al frente de la patria que tanto amamos, invocando Su bendici&oacute;n y Su ayuda, pero conscientes de que aqu&iacute; en la Tierra la obra de Dios es realmente la que nosotros mismos realicemos.&rdquo;</div></div>

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&nbsp;<div class="autor" contenteditable="true" unselectable="off"><div>No les tentemos con la debilidad, porque s&oacute;lo cuando nuestras armas sean suficientes sin lugar a dudas, podremos estar seguros sin lugar a dudas de que no se utilizar&aacute;n jam&aacute;s. Pero tampoco es posible que dos grandes y poderosos grupos de naciones se sientan tranquilos en una situaci&oacute;n presente que nos afecta a ambos, agobiadas ambas partes por el costo de las armas modernas, justamente alarmadas ambas por la constante difusi&oacute;n del mort&iacute;fero &aacute;tomo, y compitiendo, no obstante, ambas, por alterar el precario equilibrio de terror que contiene la mano de la postrera guerra de la humanidad.</div><div>&nbsp;</div><div>Empecemos, pues, de nuevo, recordando en ambas partes que la civilidad no es indicio de debilidad, y que la sinceridad puede siempre ponerse a prueba. No negociemos nunca por temor, pero no tengamos nunca temor a negociar.</div><div>&nbsp;</div><div>Exploremos ambas partes qu&eacute; problemas nos unen, en vez de insistir en los problemas que nos dividen.</div><div>&nbsp;</div><div>Formulemos ambas partes, por primera vez, proposiciones serias y precisas para la inspecci&oacute;n y el control de las armas, y para colocar bajo el dominio absoluto de todas las naciones el poder absoluto para destruir a otras naciones.</div><div>&nbsp;</div><div>Tratemos ambas partes de invocar las maravillas de la ciencia, en lugar de sus terrores. Exploremos juntas las estrellas, conquistemos los desiertos, extirpemos las enfermedades, aprovechemos las profundidades del mar y estimulemos las artes y el comercio.</div><div>&nbsp;</div><div>Un&aacute;monos ambas partes para acatar en todos los &aacute;mbitos de la tierra el mandamiento de Isa&iacute;as llamado a &ldquo;deshacer los pesados haces de opresi&oacute;n&hellip; (y) dejar ir libres a los quebrantados&rdquo;.</div><div>&nbsp;</div><div>Y si con la cabeza de playa de la cooperaci&oacute;n es posible despejar las selvas de la suspicacia, un&aacute;monos ambas partes para crear un nuevo empe&ntilde;o, no un nuevo equilibrio de poder, sino un nuevo mundo bajo el imperio de la ley, en el que los fuertes sean justos, los d&eacute;biles se sientan seguros y se preserve la paz.</div><div>&nbsp;</div><div>No se llevar&aacute; a cabo todo esto en los primeros 100 d&iacute;as. Tampoco se llevar&aacute; a cabo en los primeros 1.000 d&iacute;as, ni en la vida de este Gobierno, ni quiz&aacute; siquiera en el curso de nuestra vida en este planeta. Pero empecemos.</div></div>

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Todo esto prometemos, y mucho más.
 
A los viejos aliados, cuyo origen cultural y espiritual compartimos, les brindamos la lealtad de los amigos fieles. Unidos, es poco lo que no nos es dado hacer en un cúmulo de empresas cooperativas; divididos, es poco lo que nos es dado hacer, pues reñidos y distanciados no osaríamos hacer frente a un reto poderoso.
 
A aquellos nuevos estados que ahora acogemos con beneplácito en las filas de los libres, prometemos nuestra determinación de no permitir que una forma de dominación colonial desaparezca solamente para ser reemplazada por una tiranía harto más férrea. No esperaremos que secunden siempre todo punto de vista, nuestro, pero abrigaremos siempre la esperanza de verlos defendiendo vigorosamente su propia libertad, y recordando que, en el pasado, los que insensatamente se entregaron a buscar el poder cabalgando a lomo de tigre acabaron invariablemente por ser devorados por su cabalgadura.
 
A los pueblos de las chozas y aldeas de la mitad del globo que luchan por romper las cadenas de la miseria de sus masas, les prometemos nuestros mejores esfuerzos para ayudarlos a ayudarse a sí mismos, por el periodo que sea preciso, no porque quizás lo hagan los comunistas, no porque busquemos sus votos, sino porque es justo. Si una sociedad libre no puede ayudar a los muchos que son pobres, no podrá salvar a los pocos que son ricos.
 
A nuestras hermanas repúblicas allende nuestra frontera meridional les ofrecemos una promesa especial: convertir nuestras buenas palabras en buenos hechos mediante una nueva Alianza Para el Progreso; ayudar a los hombres libres y los gobiernos libres a despojarse de las cadenas de la pobreza. Pero esta pacífica revolución de esperanza no puede convertirse en la presa de las potencias hostiles. Sepan todos nuestros vecinos que nos sumaremos a ellos para oponernos a la agresión y la subversión en cualquier parte de las Américas. Y sepa cualquier otra potencia que este hemisferio se propone seguir siendo el amo de su propia casa.
 
A esa asamblea mundial de estados soberanos, las Naciones Unidas, que es nuestra última y mejor esperanza de una era en que los instrumentos de guerra han sobrepasado, con mucho, a los instrumentos de paz, renovamos nuestra promesa de apoyo: para evitar que se convierta en un simple foro de injuria, para fortalecer la protección que presta a los nuevos y a los débiles, y para ampliar la extensión a la que pueda llegar su mandato.
 
Por último, a las naciones que se erigirían en nuestro adversario, les hacemos no una promesa sino un requerimiento: que ambas partes empecemos de nuevo la búsqueda de la paz, antes de que las negras fuerzas de la destrucción desencadenadas por la ciencia suman a la humanidad entera en su propia destrucción, deliberada o accidental.

<div>&ldquo;Compatriotas:</div><div>&nbsp;</div><div class="autor" contenteditable="true" unselectable="off"><div>Celebramos hoy, no la victoria de un partido, sino un acto de libertad &mdash;simb&oacute;lico de un fin tanto como de un comienzo&mdash; que significa una renovaci&oacute;n a la par que un cambio, pues ante vosotros y ante Dios Todopoderoso he prestado el solemne juramento concebido por nuestros antepasados hace casi 165 a&ntilde;os. El mundo es muy distinto ahora. Porque el hombre tiene en sus manos poder para abolir toda forma de pobreza y para suprimir toda forma de vida humana. Y, sin embargo, las convicciones revolucionarias por las que lucharon nuestros antepasados siguen debati&eacute;ndose en todo el globo; entre ellas, la convicci&oacute;n de que los derechos del hombre provienen no de la generosidad del Estado, sino de la mano de Dios.</div><div>&nbsp;</div><div>No olvidemos hoy d&iacute;a que somos los herederos de esa primera revoluci&oacute;n. Que sepan desde aqu&iacute; y ahora amigos y enemigos por igual, que la antorcha ha pasado a manos de una nueva generaci&oacute;n de norteamericanos, nacidos en este siglo, templados por la guerra, disciplinados por una paz fria y amarga, orgullosos de nuestro antiguo patrimonio, y no dispuestos a presenciar o permitir la lenta desintegraci&oacute;n de los derechos humanos a los que esta naci&oacute;n se ha consagrado siempre, y a los que estamos consagrados hoy aqu&iacute; y en todo el mundo.</div><div>&nbsp;</div><div>Que sepa toda naci&oacute;n, qui&eacute;ranos bien o qui&eacute;ranos mal, que por la supervivencia y el triunfo de la libertad hemos de pagar cualquier precio, sobrellevar cualquier carga, sufrir cualquier penalidad, acudir en apoyo de cualquier amigo y oponernos a cualquier enemigo.</div></div>

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Discurso inaugural de JFK parte 2

Discurso inaugural de JFK parte 1

El trigésimo quinto presidente de Estados Unidos, demostró una oratoria sublime y exquisita.

Siempre nos quedara el “No preguntes lo que tu país puede hacer por ti; pregunta lo que tú puedes hacer por tu país.”

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