El deporte que cayó con el muro
El Diario Marca de España en sus reportajes especiales, publicó una serie de textos sobre el deporte y la caida del muro de Berlin. Me parecieron excelentes para entender muchas cosas que han pasado en la historia deportiva del mundo. Aqui estan recopilados para que los puedan disfrutar.<br />(En la foto Andreas Krieger cuando era Heidi Krieger)
Cuando el Muro se vino abajo, el deporte estaba dominado por países del Bloque del Este, principalmente por la URSS y la RDA, que coparon los medalleros de los Juegos Olímpicos en las cuatro anteriores ediciones, salvo la de Los Ángeles'84 a la que no acudieron. El deporte era una de las mejores armas propagandísticas para el comunismo y en ello se emplearon a fondo. La política instaurada en 1949 por Walter Ulbricht, quien identificó propaganda y deporte, se llevó a cabo de forma meticulosa. Los logros deportivos eran sinónimo de orgullo nacional. Durante un tiempo la URSS se mantuvo alejada de los Juegos Olímpicos y de las grandes competiciones internacionales, ya que lo identificaban como un símbolo capitalista y una práctica burguesa. Pero tras la Segunda Guerra Mundial empezaron a ver en el deporte una forma de mostrar al mundo los logros del socialismo y aprovechar, de paso, para establecer relaciones con otros países y acabar con la idea de que la URSS era un Estado cerrado así mismo. El nuevo orden mundial que rige en la actualidad nos deja, curiosamente, a otro país comunista en la cúspide de la pirámide deportiva: China El deporte empezó a ocupar un lugar fundamental en la educación de los jóvenes y nació la rivalidad entre el bloque comunista y el americano en el ámbito deportivo que dominó por completo el primero. La URSS cosechó el mayor número de medallas en ocho de los diez Juegos Olímpicos celebrados entre 1952 y 1988. Es cierto que su supremacía no iba más allá de las fronteras del olimpismo. No brillaba en los deportes practicados a nivel profesional en Occidente -en particular el fútbol- o no los practicaba en absoluto -como el golf-, pero el máximo escaparate deportivo eran -y son- los Juegos Olímpicos y ahí eran los grandes dominadores. El 9 de noviembre de 1989 comenzó a cambiar el mundo y una de sus consecuencias fue la desmembración de la Unión Soviética y la desaparición de la Alemania Oriental. Los Juegos de Barcelona'92 fueron los primeros que vivieron la nueva situación. El medallero lo copó la llamada Comunidad de Estados Independientes (formada por 11 de las 15 antiguas Repúblicas Soviéticas), pero ya no había ni rastro de la RDA. En Los de Atlanta'96 cada una de las Repúblicas participaron ya por separado y nunca más han vuelto a ocupar, ni juntas ni separadas lo alto del medallero. Eso sí, siguen manteniendo un nivel similar si se las mira en conjunto. En los últimos Juegos de Pekín sumaron 162 metales, siendo Rusia la que más sacó con 72 preseas. El nuevo orden mundial que rige en la actualidad nos deja, curiosamente, a otro país comunista en la cúspide de la pirámide deportiva. China recuperó en los pasados Juegos de Pekín el otrora esplendor soviético. Tras la caída del Muro poco a poco China fue adquiriendo notoriedad y escalando posiciones en los medalleros hasta que se hizo con el control, precisamente, en casa. Éxodo de estrellas Un caso curioso que cambió con la caída del Muro fue la libre circulación de las grandes figuras del Este. Muchos deportistas pudieron atravesar el Telón de Acero y pasar a jugar a equipos de la Europa occidental. Fue un exilio progresivo. Durante la Guerra Fría llegó a paralizarse la marcha de talentos para que el Bloque del Este no se debilitara, deportivamente hablando, a costa de su enemigo del Oeste. Sólo la firme y lenta apertura del bloque comunista impidió un traslado tempranero de sus mejores piezas. Con la plena apertura de fronteras el mundo del deporte también se vio alterado en este sentido y deportistas como Arvydas Sabonis cogieron las maletas para probar fortuna 'al otro lado'
LOS RECORDS DE LAS SOSPECHAS En 20 años el deporte ha cambiado mucho. Mejoraron las técnicas de entrenamientos, la genética de los atletas, la alimentación... Pero nadie parece mejorar los récords conseguidos por los países comunistas, todos carcomidos por la sospecha del dopaje. 17 récords mundiales de los países del otro lado del Telón de Acero siguen vivos en el atletismo (indoor y al aire libre), algunos tan estrambóticos como el de la checoslovaca Jamila Kratochvilova en 800 metros. Pero la Alemania del Este sigue encerrando cinco misterios en forma de récord mundial. Salto de longitud femenino (indoor) de Heike Dreschler en 1988 – 7.37 La legendaria velocista y saltadora de longitud, capaz de igualar el récord mundial de 200 metros y tener el de longitud al mismo tiempo, sigue haciendo que su 7,37 como plusmarca universal de longitud bajo techo. Su carrera fue un prodigio de longevidad: fue campeona Mundial en 1983 y olímpica en 2000, 17 años después. Cuando se retiró, en 2000, llevaba en las alforjas 400 competiciones con saltos de más de siete metros. 400 metros lisos femenino de Marita Koch en 1985 – 47.60 Posiblemente, el récord más fascinante (y sospechoso) de la historia. Desde la calle dos, en la Copa del Mundo de Canberra (Australia), la atleta alemana oriental hizo una carrera a la que nadie desde la caída del Muro se ha podido siquiera acercar. EL MILAGRO DE LA RDA La historia deportiva de la República Democrática Alemana es de lo más llamativa al igual que escandalosa. Pasó de la nada al todo, de no tener repercusión deportiva a erigirse en la alternativa a los soviéticos. Con apenas 17 millones de habitantes se convirtió repentinamente en una auténtica fábrica de campeones. En los Juegos de México'68 quedaron por primera vez por delante de la RFA, si bien obtuvieron menos medallas en el cómputo global. Sin embargo, el gran salto fue en los siguientes, los de Múnich'72 en los que se auparon al tercer puesto y en los que superaron en todo a sus vecinos germanos. Cuantitativamente pasaron de 21 a 66 metales. Así mantuvo el nivel hasta el año 89. Pero, ¿todo se debía al mérito personal labrado con un duro trabajo? No exactamente. El dopaje hizo su parte. Se creó un programa de dopaje sistemático financiado por el Estado que afectó a más de 10.000 deportistas de la RDA. El objetivo del programa era demostrar la superioridad del sistema comunista. Y así fue, aunque evidentemente con trampas y con numerosas secuelas. "Nos robaron el alma y trataron nuestro cuerpo como un mero objeto", dijo en su día Inés Geipel, ex campeona de velocidad y salto de longitud. Las sustancias dopantes administradas -sobre todo el Turinabol, un esteroide- transformaban la estructura muscular y alteraban las hormonas hasta el punto de llegar a modificar los órganos genitales. El ejemplo más conocido es el de Heidi Krieger, campeona de Europa de lanzamiento de peso en 1986 y que años después se cambió de sexo y de nombre por el de Andreas. Durante su etapa de atleta se le hizo ingerir tal cantidad de hormonas masculinas que acabó teniendo aspecto de hombre. Como ella, otras mujeres sufrieron las consecuencias del dopaje: algunas se quedaron estériles y otras dieron a luz niños que, con frecuencia, sufrían malformaciones o retrasos. Con la Reunificación germana y la desmembración de la Unión Soviética, Alemania pensó que se convertiría en la nueva potencia del deporte mundial al aglutinar a todas las grandes figuras de los dos bloques. Pero pronto se comprobó que había gato encerrado. Se descubrió el pastel e incluso hoy día el deporte alemán lucha contra la sucia herencia de la RDA. Se publicó un libro en 1991, el 'Doping-Dokumente', que cambió la perspectiva sobre la historia del deporte alemán. En él se difundía una lista repleta de deportistas dopados sin su conocimiento. Se desencadenaron numerosas protestas que derivaron en juicios que comenzaron en 1998. Los tribunales condenaron a entrenadores, médicos y científicos a penas de prisión condicionales, entre ellos a Manfred Ewald, uno de los más importantes responsables oficiales de las actividades deportivas en la RDA, y Manfred Höppner, director del servicio de medicina del deporte. Sin embargo, las ansias de justicia se fueron diluyendo. Dominio femenino Mientras Alemania se preocupaba más de arreglar el pasado que de mejorar el presente, otras naciones le fueron comiendo terreno, sobre todo en el género femenino. La paulatina pero evidente caída de Alemania del primerísimo primer plano deportivo tiene mucha más notoriedad en las mujeres que en los hombres. Ellas siempre lograron más triunfos que ellos, cosa que ahora no sucede. Por ejemplo, en los Juegos Olímpicos de Montreal'76, la RDA quedó segunda en el medallero con 40 preseas de oro. Once de esas medallas fueron conquistadas en disciplinas de atletismo y otras 11 más en natación. Salvo en dos casos, todos los ganadores fueron mujeres. El penoso legado de la RDA fue el germen de la actual intensificación de las políticas de control sobre el dopaje. No obstante, la paradoja de todo esto es que, con el tiempo, algunas de las sustancias que descubrieron y utilizaron los médicos de la Alemania Oriental son ahora utilizadas de forma legal en algunas competiciones. EL FUTBOL A LA SOMBRA DEL MURO A Manfred Ewald, el ideólogo de la maquinaria deportiva de la República Democrática Alemana, no le gustaba el fútbol. Consideraba que era un deporte en el que sus teorías (desde el trabajo científico en el entrenamiento al dopaje puro y duro) no daban resultados inmediatos. El fútbol no era dos más dos igual a cuatro. Un deporte colectivo, con alma, abierto a la interpretación, no casaba con las meninges cuadradas del burócrata del Partido Comunista de la RDA. Sin embargo, era el deporte del pueblo. En cada campo de la Oberliga (la competición creada por el 'establishment' político) había más de 10.000 personas, a pesar de que a muchos le habían arrancado a su equipo del alma dejándolo al otro lado del Muro. El Dynamo de Dresden-Bayern de Múnich de 1973 lo vieron por televisión el 58,4% de los alemanes. El encuentro de selecciones entre las dos Alemanias en el Mundial de 1974, un 70,7%. Había dos periódicos diarios dedicados únicamente al fútbol. Ni el gobierno más controlador de la historia podía parar el entusiasmo de su gente. Como todo régimen totalitario, se acercó al fútbol, aunque fuera a veces contra su voluntad. La RDA logró 409 medallas en los cincos Juegos Olímpicos en los que participó. Por comparar, España tiene 113 en 20 apariciones. Sólo la Unión Soviética y los Estados Unidos la superan en promedio de medallas por JJ.OO. (81,8). El fútbol, que logró tres, no podía ser una prioridad para el Politburo, pero lo era por el entusiasmo de la gente. Y por la sombra del tipo más oscuro del país: Erich Mielke. El control de la Stasi El temido jefe de la Stasi, los servicios secretos de la Alemania Oriental, era un fanático del fútbol. Como director de los Dynamo, los clubes deportivos ligados a las fuerzas de seguridad y al Ministerio de Interior, Mielke hizo trasladar en los 50 al equipo del Dynamo de Dresden a Berlín (haciendo nacer su 'ojito derecho', el Dynamo de Berlín), aun a costa de arruinarle la vida a los jugadores: los separaron de sus familias y les hicieron vivir en hostales. Mielke controló la Oberliga a su antojo. Desde 1979 a 1988 el Dynamo de Berlín ganó la competición llenándola de sospechas. Se comprobó que al menos tres árbitros eran espías a sueldo de la Stasi, 'empleados' de Mielke, así como muchos jugadores, uno de ellos la estrella Ulf Kirsten. Era más que común que jugadores que a la jornada siguiente jugaban contra el Dynamo fueran expulsados. Es famoso el penalti pitado en el minuto 95 del último partido del Dynamo en la Oberliga de 1986, contra el Lokomotiv Leizpig, que le dio el título. O cuando el Dynamo de Dresden celebraba en 1978 en el vestuario su título de liga y Mielke entró para anunciarles que, desde entonces, iba a ganar el Dynamo de Berlín. Se llevó los siguientes 10 títulos. El estadio del Dynamo, muy cercano al Muro, sólo se llenaba a la mitad, la más lejana a la pared de la vergüenza. En la otra mitad, policías y militares vigilaban que nadie se escapase. Y cuando un equipo de la RDA jugaba contra equipos extranjeros, el gobierno repartía directamente las entradas a miembros del partido o personas de confianza, aunque muchos de ellos las vendían luego en el mercado negro. EL DISIDENTE FUTBOLERO La noche del 12 al 13 de agosto de 1961, a muchos berlineses se les quedó el corazón cerca, pero lejos. Si habías tenido la mala suerte de que tu familia vivía en la otra mitad de la ciudad, un muro de ladrillos y barbarie te iba a separar de ella. A Helmut Klopfeisch, un crío de 13 años que se quedó en el lado Este, una parte muy importante de su vida se la tapó el Muro: el Hertha de Berlín. "¡Es todo sobre fútbol!", le dijo la funcionaria cuando le entregó su archivo de la Stasi Hincha de comunión dominical del equipo berlinés, campeón de la Alemania unida en 1930 y 1931, se quedó aislado de su equipo. Los primeros años, iba con su padre al lado del Muro, junto con miles de aficionados del Hertha, para escuchar el ruido que llegaba del estadio, en el lado del Oeste. Si los aficionados gritaban, ellos se alegraban. No faltó tiempo para que la policía dejara de permitir esa 'peligrosa' concentración. Con los años, Klopfeisch fue desarrollando una aversión creciente al Partido Comunista que todo lo veía, y más a él, que declaraba públicamente su afición por el Hertha, su admiración por todos los equipos de la Alemania Occidental y por la selección del otro lado del Muro. Con su sueldo de limpiaventanas se pagaba su único capricho: el fútbol. Viajaba lo que podía (los ciudadanos de la Alemania Democrática sólo tenían permitido moverse por los países del Pacto de Varsovia: Bulgaria, Rumanía, la Unión Soviética, Checoslovaquia...), siempre a ver en competiciones europeas a los equipos de la 'otra' Alemania y a animarla. Klopfeisch declaraba públicamente su afición por el Hertha, por todos los equipos del Oeste y por la selección del otro lado del Muro. Así, esos clubes fueron 'adoptando' a Klopfeisch y a otros resistentes del fútbol de la Alemania comunista. Cuenta el libro 'Football against the enemy' de Simon Kuper que el presidente del Bayern de Múnich se presentó un día en su casa y empezó a desvestirse. Cuando se quitó la ropa, debajo de ella llevaba el uniforme de Rumenigge: era un regalo para el hijo de Klopfeisch. No se lo hubieran dejado pasar en la frontera de otra manera, pues era 'propaganda tóxica' del Oeste. Pronto el servicio secreto de la RDA, la Stasi, comenzó a vigilarlo. Lo detuvieron varias veces, sobre todo cuando un equipo de la Alemania Occidental llegaba al Este, aunque nunca llegó a ingresar en la cárcel. "Alguna vez me interrogaron en una celda", declaraba Klopfeisch, "pero yo les metía miedo. '¡Se lo voy a decir a mi amigo Beckenbauer! ¡Esto va a salir en todos los periódicos!'. Realmente apenas lo conocía, pero como me interceptaron una foto con él, se lo creían", añadía. En aquella fotografía aparecía en segundo plano una mujer desconocida. Era una espía de la Stasi. Así era su vida: constantemente vigilado por gustarle el fútbol. Cuando cayó el Muro, el nuevo gobierno permitió a los ciudadanos espiados ver el informe que tenía la Stasi sobre ellos, en el que podían observar cómo habían sido controlados. "¡Es todo sobre fútbol!", le dijo la funcionaria cuando se lo entregó. La RDA temía al disidente futbolero. Y se lo hizo pagar. Había solicitado desde hacía años el permiso para pasar al Oeste. En 1989 se lo concedieron. Pero sabían cuándo hacerlo: su madre estaba muy enferma y él tenía que abandonarla si quería escapar. Pidió una prórroga, pero no se la dieron. "O te vas ahora o no te irás nunca", le dijeron. Se fue. A los cinco días, su madre falleció. El gobierno de la RDA no le permitió volver al entierro. Su pecado, el amor por el fútbol más allá del Muro, había sido convenientemente castigado. EL CASO EIGENDORF, “MATEN AL TRAIDOR” La noche del 12 al 13 de agosto de 1961, a muchos berlineses se les quedó el corazón cerca, pero lejos. Si habías tenido la mala suerte de que tu familia vivía en la otra mitad de la ciudad, un muro de ladrillos y barbarie te iba a separar de ella. A Helmut Klopfeisch, un crío de 13 años que se quedó en el lado Este, una parte muy importante de su vida se la tapó el Muro: el Hertha de Berlín. "¡Es todo sobre fútbol!", le dijo la funcionaria cuando le entregó su archivo de la Stasi Hincha de comunión dominical del equipo berlinés, campeón de la Alemania unida en 1930 y 1931, se quedó aislado de su equipo. Los primeros años, iba con su padre al lado del Muro, junto con miles de aficionados del Hertha, para escuchar el ruido que llegaba del estadio, en el lado del Oeste. Si los aficionados gritaban, ellos se alegraban. No faltó tiempo para que la policía dejara de permitir esa 'peligrosa' concentración. Con los años, Klopfeisch fue desarrollando una aversión creciente al Partido Comunista que todo lo veía, y más a él, que declaraba públicamente su afición por el Hertha, su admiración por todos los equipos de la Alemania Occidental y por la selección del otro lado del Muro. Con su sueldo de limpiaventanas se pagaba su único capricho: el fútbol. Viajaba lo que podía (los ciudadanos de la Alemania Democrática sólo tenían permitido moverse por los países del Pacto de Varsovia: Bulgaria, Rumanía, la Unión Soviética, Checoslovaquia...), siempre a ver en competiciones europeas a los equipos de la 'otra' Alemania y a animarla. Klopfeisch declaraba públicamente su afición por el Hertha, por todos los equipos del Oeste y por la selección del otro lado del Muro Así, esos clubes fueron 'adoptando' a Klopfeisch y a otros resistentes del fútbol de la Alemania comunista. Cuenta el libro 'Football against the enemy' de Simon Kuper que el presidente del Bayern de Múnich se presentó un día en su casa y empezó a desvestirse. Cuando se quitó la ropa, debajo de ella llevaba el uniforme de Rumenigge: era un regalo para el hijo de Klopfeisch. No se lo hubieran dejado pasar en la frontera de otra manera, pues era 'propaganda tóxica' del Oeste. Pronto el servicio secreto de la RDA, la Stasi, comenzó a vigilarlo. Lo detuvieron varias veces, sobre todo cuando un equipo de la Alemania Occidental llegaba al Este, aunque nunca llegó a ingresar en la cárcel. "Alguna vez me interrogaron en una celda", declaraba Klopfeisch, "pero yo les metía miedo. '¡Se lo voy a decir a mi amigo Beckenbauer! ¡Esto va a salir en todos los periódicos!'. Realmente apenas lo conocía, pero como me interceptaron una foto con él, se lo creían", añadía. A los cinco días de irse al Oeste, su madre falleció. El gobierno de la RDA no le permitió volver al entierro En aquella fotografía aparecía en segundo plano una mujer desconocida. Era una espía de la Stasi. Así era su vida: constantemente vigilado por gustarle el fútbol. Cuando cayó el Muro, el nuevo gobierno permitió a los ciudadanos espiados ver el informe que tenía la Stasi sobre ellos, en el que podían observar cómo habían sido controlados. "¡Es todo sobre fútbol!", le dijo la funcionaria cuando se lo entregó. La RDA temía al disidente futbolero. Y se lo hizo pagar. Había solicitado desde hacía años el permiso para pasar al Oeste. En 1989 se lo concedieron. Pero sabían cuándo hacerlo: su madre estaba muy enferma y él tenía que abandonarla si quería escapar. Pidió una prórroga, pero no se la dieron. "O te vas ahora o no te irás nunca", le dijeron. Se fue. A los cinco días, su madre falleció. El gobierno de la RDA no le permitió volver al entierro. Su pecado, el amor por el fútbol más allá del Muro, había sido convenientemente castigado.




