Que viva el Once campeón
Con el Once Caldas me enamoré del fútbol y con el fútbol aprendí que todos los partidos hay que jugarlos y que David le puede ganar a Goliat. Lo impredecible hace grande este espectáculo maravilloso donde la pasión vale más que todo. Que viva el Once campeón.
Mi pasión por el fútbol nació de la mano del Blanco cuando mi padre me llevaba muy chiquito al estadio Fernando Londoño Londoño. Recuerdo la época del “Chorizo” Velásquez corriendo por la franja derecha frente a la tribuna de oriental a la que asistía sin falta, a veces colado. Todos nos parábamos emocionados y aplaudíamos. Vi al “Pele” González marcando punta y saliendo al ataque, gocé la magia de Nicolas Lobatón a quien los periodistas criticaban por borracho, pero que crack. Bibré con Forastieri haciendo gambetas por la izquierda, y con Camerini y sus buzos rayados evitando goles. Luego viví con intensidad y muy de cerca la época de Gilberto Osorio como técnico. Ese ataque con Nelson Gallego, Palavecino y “Toño” Ríos era de fantasía. Luego vinieron grandes jugadores como Del Rio, “El Flaco” Sierra, Néstor Meija, Ramon Orlando Gómez, el más brillante que fue Oscar Milber Barreto, un uruguayo talentoso que se ganó la gente cuando paró el primer balón en el estadio. Siguieron equipos muy buenos como el de Eduardo Manera, el de “Pacho” Maturana, el de Javier Álvarez del 98 que avizoró la calidad de este entrenador y logró 110 puntos en una campaña fabulosa que corto el Cali favorecido por un arbitraje. El conjunto orientado por Luis Fernando Montoya fue inmenso. Campeón en el 2003 y ganador de la Copa Libertadores al año siguiente con un equipo humilde, de gladiadores, sin figuras que asimiló el éxito y consiguió la gloria ante encopetados rivales como Sao Paulo y Boca. Y apareció el de este año, criticado por muchos, menospreciado por otros y subvalorado por la mayoría. Solo ellos y su técnico, en su interior, sabían lo que tenían y lo que podían ofrecer. Javier Álvarez nunca se vio afectado por la ausencia de sus 3 mejores jugadores, Fano, Casanova y Viafara, en la final y fue un convencido de la capacidad de su grupo. Además del fútbol que fue notable, maravilloso y superior al del Junior, el Once tuvo como “as” su temple, su convicción y su enrome fortaleza interior basada en la espiritualidad del grupo. Afronté esta final con la cabeza puesta en la razón pero con el corazón en la mano. Era claro el favoritismo del onceno barranquillero. Pero el triunfo en Manizales, dominando los 90 minutos, fue clave para la confianza del equipo caldense en el último partido del Metropolitano. En la final Javier Álvarez ganó la batalla táctica y tuvieron que pasar 10 años para que el fútbol le devolviera lo que le había quitado. Es un entrenador tranquilo, positivo, conocedor, analítico, que sabe potenciar las virtudes de sus dirigidos y entiende que la contienda es solo un juego. El técnico perdedor dijo en Caracol Radio que se había equivocado al no sacar al Junior de Barranquilla. Lo dejo en la concentración de siempre, el Hotel Puerta del Sol la casa currambera, un sitio con enormes distracciones, poca tranquilidad y abrazado por el triunfalismo de una hinchada que no creía en nadie. Barranquilla fue digna en la derrota y generosa en el elogio para el rival que le ganó en todos los terrenos. Fue tan superior el Once Caldas que no hubo tiempo para la protesta ni el cuestionamiento. Solo le doy gracias a mi papá por llevarme a fútbol, un deporte maravilloso, donde el débil le puede ganar al fuerte, donde las sorpresas emocionan, donde los sueños y las ilusiones pueden ser realidad, donde la gente goza y llora, donde todos somos iguales y donde el buen jugar al final se impone.




