Opinión

Maradona: el ídolo al paredón

Nombrar a Maradona como técnico de Argentina es como nombrara al "Pibe" Valderrama entrenador de Colombia, con una peqeña diferencia. A Maradona lo persegui un negro pasado que en cualquier momento le dará patadas como lo hacían sus rivales en la cancha.

Diego Maradona fue consumidor de cocaína y otras yerbas, drogadicto, resultó dopado en un Mundial, golpeó periodistas, a otros les disparó con balines, amigo de la rumba, del licor y de la noche, demandando por paternidad irresponsable, evasor y deudor del fisco italiano, simpatizante de Hugo Chávez, Fidel Castro y el comunismo, pero ídolo, siempre ídolo, es hoy el conductor y el orientador del fútbol argentino. La vida cambia fácilmente y los roles también. Maradona es dueño de una férrea personalidad, jamás se guarda lo que piensa y nunca mide consecuencias para hablar. Es directo, sincero, imprudente y siempre contundente. El mismo fue su jefe de campaña, se autoproclamó como la solución a los problemas de la selección, llamo a Julio Grondona el dueño de la AFA y le dijo que lo nombrara, promocionó por todos los medios su nombre y habló con jugadores y entrenadores para buscar su respaldo y lo logró. Su pelea fue ante candidatos bravos: Carlos Bianchi, el preferido de la mayoría pero el más costoso de todos, Sergio Batista campeón olímpico que tuvo a Maradona en China como compañía de la selección y Miguel Ángel Russo técnico del líder San Lorenzo. La decisión de Grondona fue más emocional que lógica. Los tres derrotados tenían más trayectoria, más recorrido y más logros como entrenadores. Maradona dirigió dos veces en su vida: a Mandiyu de Corrientes y a Racing, estuvo solo 6 meses en los dos clubes, condujo 23 partidos y solo gano 3. El problema de la selección Argentina no es de resultados ni de clasificación al Mundial de Sudáfrica. El problema es de fútbol, de jugar bien, de rescatar el juego que alguna vez tuvo, de recuperar la confianza en el jugador que triunfa con creces en los clubes del exterior pero no emociona cuando se pone la camiseta del equipo nacional y de rescatar la fe en una filosofía en la que hoy nadie cree. Cualquiera de los candidatos podía llevar a Argentina al Mundial sin mayores dificultades, pero solo uno podía lograr las coherencias, las afinidades, las complacencias y las integraciones que necesita un brillante grupo de jugadores para encantar. Ese es Diego Armando Maradona, un símbolo que va mas allá del conocimiento táctico y estratégico del fútbol, un mito que concentra admiración y respeto entre los jugadores y una leyenda que generó odios y amores. El Diego siempre estará en la cúspide de la polémica, siempre será admirado y criticado, siempre caminará por el filo de la navaja, siempre tendrá que responder por su pasado y ahora será el culpable del futuro. Grondona prefirió el verbo, la motivación y la compincheria al prestigio, la formación y la experiencia. Se jugó una carta que no comparte el 73% de los argentinos según una encuesta del diario Clarín que llegaba a 75.000 opinantes y una carta que ven con duda y desconfianza muchos de los trabajadores del fútbol. Pero una carta de imagen poderosa, de respuesta mediática, de penetración profunda en el futbolista de la pampa. Maradona tendrá una oportunidad única para demostrar las condiciones de guía que también tuvo cuando jugaba, y dejar atrás una negra historia que todos los días lo asecha y lo persigue como lo perseguían sus rivales cuando jugaba para darle patadas. Ahora las patadas llegaran desde otra parte.

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