Opinión

Proyecto de ley para aumentar el hambre

Esta para sanción presidencial el proyecto de ley que multa a los conductores que den limosna o compren cosas en los semaforos. Es quitarle el pan de la boca a los que no tienen oportunidades. Les quiero contar esta historia que viví sobre el tema.

Tenía la cara sucia, sus ojos eran un salpicón de ilusión y sufrimiento. El semáforo señalaba rojo y los carros no dejaban de pasar. Esa niña, que no tenía más de 10 años, sentía que el momento más importante de su vida estaba por llegar. Solo esperaba que la luz color sangre pasara por el oro y se instalara en el verde que solo admitía la esperanza. Mientras el tiempo se apuraba, Melisa lanzaba al aire las tres pelotas ariscas que no se dejaban agarrar de sus impacientes manos. Tenía un sueño y una meta: el sueño era instalarse en la calle húmeda y poner a volar tres bolas frente a los parabrisas de los carros que escudaban desinteresados conductores, acostumbrados a los malabares del hambre y de la espera. La meta, recibir una moneda para comer. Melisa, la cara sucia, estaba nerviosa pero confiaba en que lo podría hacer. El semáforo cambio al color que estaba esperando y la chiquilla con sus pantalones rotos y su camisa grande saltó decidida al pasajero e incomprendido escenario callejero. No había ni luces ni telones, solo habitaban la indiferencia y la prisa. Melisa sonrió, sintió un cosquilleo en su pancita descubierta, levantó un brazo, giró su muñeca diminuta, abrió su mano y comenzó la acrobacia. Las bolas una tras otra golpeaban el pavimento. Un terror inmenso se apoderó de “cara sucia” que lo seguía intentando. Los segundos pasaban, el amarillo se acercaba y la impaciencia de los conductores no alteraba su indiferencia. Cuando el límite dictaba sentencia y ofrecía la última oportunidad, de repente las tres pelotas de colores se quedaron en el aire y las manitos de Melisa empezaron a danzar una, dos y tres veces. Los carros no esperaron ni aplaudieron, arrancaron raudos y otra vez indiferentes, tal vez sus ocupantes ni siquiera se enteraron. Los segundos se eternizaron para la niña pero también se destruyeron entre pitos y bocinas para los hombres del volante. Melisa ni siquiera alcanzó a estirar la mano para recibir su recompensa. Nadie le dio una moneda, sin embargo siguió sonriendo. Ella se sintió plena porque había tenido el valor de hacerlo. La meta de ganarse algo para calmar un poco el dolor de tripa, no la consiguió. Pero su sueño de desafiar el miedo y ver las bolas sostenidas en el infinito se cumplió y fue su mejor regalo. Para la escasa multitud el sagrado momento huyo hacia el olvido. Para “cara sucia” quedo indeleble en su corazón porque para esta pequeña los sueños seguirán siendo realidad mientras sean sueños.

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