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Editorial Gustavo Gómez: Cambio, pero sin salto al abismo

Escuche el editorial del 5 de septiembre de 2022.

El rechazo de los chilenos a su nueva Constituciónentendiendo la diferencia de escenarios, claro que deja lecciones muy importantes para otras latitudes, donde los cambios son la respetable política de gobiernos que, promoviéndolos, llegaron al poder. 

Los cambios, para empezar, necesitan poner los pies sobre la tierra. Y entendiendo lo atractiva y justa que es la propuesta de inversiones sociales fundamentales para acabar con lo inequitativo de nuestras sociedades, esos programas deben estar sustentados en políticas económicas sensatas y ajustadas a la realidad. Todos podemos soñar, pero corresponde a los gobernantes y, en este caso, a los constituyentes, aterrizar esos sueños y cumplirlos sin amenazar el aparato económico, productivo y de empleo de los países.

Las nuevas constituciones no pueden ser entendidas como una especie de revancha con la manera de pensar y de sentir de inmensos grupos que, entendiendo la necesidad de una renovación, nos recuerdan que no pueden ser ignorados y desestimados por una norma que es la suprema de la democracia y en la que debe caber todo el mundo. Presentada como un homenaje a la apertura y el progresismo, la Constitución que votaron los chilenos, en la práctica, era demasiado estrecha de norte como para que el país, de punta a punta, se viera representado por ella.

Una nueva Constitución debe ser un manual claro de navegación hacia adelante, y no tiene futuro si se presenta como una especie de basilisco. Las colchas de retazos terminan en eso: trozos disímiles que para nada reflejan la fina tela que debe ser una nación.

Lo que pasó en Chile no es un triunfo de un antiguo dictador, ni puede tomarse como la lectura de que ese país quiere atarse al pasado y rechazar el cambio. Todo lo contrario: es la manifestación de que los chilenos quieren construir sobre lo que ha demostrado bondades en su diario vivir; recuérdese que esa Constitución no es perfecta, ni mucho menos: ha tenido cerca de sesenta reformas a lo largo de su existencia.

Hoy, en el continente, la derecha tira voladores y celebra, mientras la izquierda recibe los resultados en urnas como una derrota y mete sus narices en las decisiones de un pueblo soberano. Ni lo uno, ni lo otro. Ni que la derecha haga de esto un instrumento para zaherir a inmensos sectores y sacar pecho, como si Chile fuera el paraíso que no es. Pero tampoco le luce a la izquierda adentrarse en los terrenos del desconocimiento de un resultado que también pertenece a las alamedas democráticas, porque, en democracia, han sido los chilenos los que han decidido lo que desean hacer con su país. No parece lógico el viejo juego de reconocer los resultados de urnas solo cuando nos satisfacen.

Desde la distancia, nos luce bien un reconocimiento a los chilenos, un “apruebo” de la facultad que tienen a decidir, en democracia, lo mejor para ellos. Y, para usar la palabra más “mentada” y más votada en esas latitudes, un “rechazo” a quienes desestiman ese derecho.

Que en todas partes se tome nota de las lecciones de la jornada de ayer y se promuevan cambios con la cabeza bien ajustada en sensatez, y sin desconocer que las sociedades son amplias y variopintas. Las constituciones, las decisiones de los gobiernos, las acciones de los servidores públicos deben mostrar sus bondades para todos. La democracia parcelada no lo es tanto. Es miope. Y necesitamos de dirigentes con visión. Con mucho sentimiento y cero resentimiento. Con sentido práctico de prosperidad universal. ¿O no es así?

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