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Fla-Flu, el Superclásico de las multitudes, por Waldemar Iglesias del Clarín.com

Los gigantes del fútbol carioca llegaron a convocar en el Maracaná a más de 200.000 espectadores.

Fla-Flu, el Superclásico de las multitudes, por Waldemar Iglesias del Clarín.com

El enfrentamiento nació por una disidencia interna que hoy suena a leyenda. Jugaron entre sí 393 veces

El estadio das Laranjeiras parece una mentira o una contradicción: ahora apenas caben 8.000 espectadores y su propietario es un club capaz de llenar el Maracaná. Allí, sobre la Rua Alvaros Chaves, habita un territorio de mitologías y de añoranzas. Desde ese rincón carioca comenzó a crecer el Fluminense. Y también allí nació uno de los clásicos más encantadores que el mundo puede ofrecer: el inmortal Fla-Flu. Muchos de los árboles que en el barrio se posan y que desde las tribunas breves se observan son los mismos que allí estaban hace 101 años, aquel 7 de julio de 1912 en que el duelo comenzó. Paradoja que cuenta la historia: al primer Superclásico de las Multitudes apenas lo presenciaron 800 personas. Ganó 3-2 el Flu de los tres colores (blanco, rojo y verde), con un gol inaugural que le rendía homenaje a la influencia británica de entonces: lo convirtió un tal Edward Calvert, sesenta segundos después de que todo comenzara

Nelson Rodrigues -periodista, dramaturgo y celebridad- afirmó alguna vez: 'El Fla-Flu surgió 40 minutos antes de la nada'. Aquel partido de 1912 fue, para muchos, la fundación del más inmenso de los duelos. La concepción ofreció contrastes. Fluminense representó siempre a la elite, al que tenía, al pudiente. Flamengo, que era básicamente un club de remo, surgió de una disidencia desde las entrañas del propio Flu: algunos futbolistas se alejaron por discrepancias con la Junta Directiva. Desde entonces se convirtió en la cara popular, en el espacio de los rezagados, de los que se quejan porque no tienen. Faltaba mucho aún para que la marca distintiva llegara: fue el periodista y escritor Mario Rodrigues Filho quien lo bautizó décadas después 'O Clássico das Multidões'. El hombre, sensible para captar miradas populares, abrevió todo en seis letras: 'Fla-Flu' lo llamó en las páginas del diario Crítica y desde entonces ése resultó para siempre el nombre de este duelo. Mario falleció en 1966, poco después de que el Maracaná llevara su nombre. No es casual el apodo que el clásico orgullosamente exhibe. Hubo un hito en el recorrido. En diciembre de 1963 sucedió uno de las citas más recordadas de la historia en la tierra de los pentacampeones. Lo cuenta -vía mail- el periodista argentino Manolo Epelbaum desde Río de Janeiro, ese espacio del mundo que lo adoptó como si allí hubiera nacido: 'Era nada menos que la Final del Carioca. La crónica del día siguiente decía: 'Los vivos salieron de sus casas y los muertos de sus tumbas para asistir al máximo Fla-Flu de todos los tiempos'. Y no se trataba de exageraciones. Horas antes del partido, el Maracaná estaba repleto por un público que superaba a la final del 50 entre Brasil y Uruguay. Oficialmente 194.603 espectadores asistieron. Pero se calcula que allí había unas 210.000 personas'. El partido terminó sin goles y la consagración fue para el Flamengo. A ese encuentro, el Manolo de la memoria que late concurrió con su amigo Hugo Weiss, profesor universitario de Historia. Juntos presenciaron aquel clásico de todos. Juntos vieron a ese hombre que gritaba siete letras hasta la disfonía: 'Marcial'. Ese tal Marcial, arquero del Flamengo, había sido el héroe. 'Marcial é bom', decían todos los que agitaban las banderas rojinegras

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