Ciencia y medio ambiente

La lejana ranchería de La Guajira donde por fin llegó el agua potable

Caracol Radio recorrió la Flor de La Guajira, una ranchería a ocho horas de Riohacha por trochas improvisadas en el desierto, donde los wayúus por fin gozan de agua dulce.

La lejana ranchería de La Guajira donde por fin llegó el agua potable

La lejana ranchería de La Guajira donde por fin llegó el agua potable(Caracol Radio)

Llovió levemente en mayo de este año, aunque el último invierno cayó en 2010. En Warulumaín, Flor de La Guajira, un pueblo lejano, distante ocho horas de Riohacha y pegado a una de las puntas de Colombia, anhelaban –hasta este miércoles- agua. En los pozos, en las cunetas, el líquido había desaparecido. La cifra de asnos muertos, deshidratados y wayúus afectados es incalculable. Ni siquiera la población la conoce.

Las mujeres abandonaban sus rancherías y terminaban descalzas en medio de las polvorientas trochas del desierto husmeando líquido. A cuatro horas, el abastecimiento más cercano era Paraguaná, Venezuela, donde el agua jamás la entregaban gratis.

Caracol Radio llegó hasta las rancherías donde solo cruzan osados conductores de camiones con placas venezolanas que trafican gasolina y la mueven Uribía, además de militares que sobreviven en una base aérea en medio de la nada.

Desde el aire, en un helicóptero, se magnifica la crisis del agua: una mancha café, amarilla que cobija el territorio bordeado por el mar, lagunas secas, wayús descalzos con baldes sobre sus cabezas rastreando el líquido.

Elsa Noguera, ministra de Vivienda, arribó hasta la zona blindada por el Ejército y desde donde se divisa la región limítrofe con Venezuela y la bandera de Colombia.

La esperaban los wayúus que dejaron la timidez y en medio de las dificultades, pieles secas y rústicas por el viento empolvado, le danzaron ‘chichamalla’, su baile. El hombre corría descalzo sobre la arena donde por poco vierte fuego. La mujer, le correteaba para pisarlo.

Noguera inauguró uno de los 11 suministros de agua potable en Flor de La Guajira, un molino de cemento moderno, en medio de un desierto donde el tiempo se detuvo. Valor: $1.300 millones.

En cada ranchería construyeron baños, lavaderos artesanales y bebederos para animales. “Jupulajana ule…e jupula”, se lee en uno de los letreros. Y traduce: “espacio de aseo para mujeres y niños”.

Los indígenas cedulados en Colombia y Venezuela no podían creerlo. Tres tubos evacuaban chorros de agua dulce a escasos metros de un mar salado.

El molino que extrae agua del pozo gira con las fuertes corrientes de viento y genera energía. ¿Para qué? Para cargar teléfonos celulares porque los wayúus- así la señal se atrofie a cada instante- entraron en la era de las comunicaciones.

Noguera- quien celebró sus primeros cien primeros días en el gobierno en Flor de La Guajira- abrió la llave, juagó sus manos y bebió del líquido. Todos aplaudieron. Atrás quedó el pozo antiguo, arruinado que construyó en 1957 Gustavo Rojas Pinilla y que en los últimos meses produjo hongos que enfermó a más de uno en la región.

La ministra – quien confirmó cómo los dispensadores de agua sirven se puntos de encuentro y celestinos a las amistades, a los enamoramientos entre los indígenas- se despidió de los moradores. Y pidió identificar 30 puntos más en la Alta Guajira para instalar molinos y extraer agua dulce.

Aunque los guajiros seguirán caminando hacia Ciapana y Nazareth, en la punta de Colombia, a dos y cuatro horas por trochas (porque no hay carreteras) en busca de alimentos. Y a Paraguaipoa, Venezuela, a cuatro horas por un médico, al menos ya gozan de una de sus mil necesidades: el agua.

El siguiente artículo se está cargando

Escucha la radioen directo

Caracol Radio
Directo

Tu contenido empezará después de la publicidad

Programación

Ciudades

Elige una ciudad

Compartir

Más acciones

Suscríbete

Tu contenido empezará después de la publicidad