Una celebración que empieza en la Terminal del Norte: el 31 de diciembre también es un destino
El sonido de los motores arrancando se mezcla con las ansias de abordar, la esperanza de los reencuentros y los saludos llenos de emoción: un ritual de partida y retorno que se repite cada vez que finaliza el año.

Una celebración que empieza en la Terminal del Norte: el 31 de diciembre también es un destino. Foto: Caracol Radio.
Antioquia
Para los días 30, 31 de diciembre y 1 de enero, se proyecta el tránsito de más de 224 mil 500 pasajeros y cerca de 16 mil vehículos por las Terminales de Transporte de Medellín. Ese movimiento masivo se siente con fuerza en la Terminal del Norte, donde el último día del año no solo transcurre en las calles iluminadas o en las casas donde la cena espera, sino también en este centro de movilidad que late intenso en el último mes del año. Aquí, entre pasillos abarrotados y taquillas que no descansan, miles de viajeros buscan llegar a tiempo para recibir el abrazo de medianoche.
La terminal es un mapa vivo de emociones: quienes parten hacia el Caribe con la ilusión de recibir el año frente al mar, quienes regresan al Urabá para reencontrarse con la familia, quienes viajan al Magdalena Medio, al Chocó o a los pueblos de las diversas subregiones antioqueñas con la certeza de que el Año Nuevo sabe mejor en la tierra que los vio crecer, pues muchos prefieren su pueblo que la ciudad para festejar.
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Para muchos, el viaje no es solo un tiquete, un bus o una ruta. Es tradición. Es migrar para volver, para encontrarse con la mesa donde la madre sirve los platos que huelen a infancia, con la voz del padre que pregunta cómo estuvo la carretera, con los primos que esperan para bailar hasta el amanecer. El sonido de los motores arrancando se mezcla con las ansias de abordar, la esperanza de los reencuentros y los saludos llenos de emoción: un ritual de partida y retorno que se repite cada vez que finaliza el año.
¿Con qué viajan los pasajeros para cerrar el año?
Para quienes viajan rumbo a tierra caliente, nunca faltan las chanclas ni el pantalón corto. Quienes enfrentan trayectos largos prefieren llevar cobijas y almohadas de cuello para hacer el viaje más cómodo. Y, por igual, están aquellos que reservan espacio en sus maletas para los regalos destinados a la familia y para el estreno de ropa con el que recibirán el primer mes del año.
En los pasillos se cruzan historias distintas. Están los que no negocian el Año Nuevo: la medianoche debe sorprenderlos en casa, rodeados de familia y amistades. Otros, más aventureros, encuentran sentido al inicio del año explorando playas con sus seres queridos o descubriendo pueblos que nunca han visitado. Y también están quienes, por razones laborales o económicas, recurren a prácticas informales como el pregoneo o el pirateo para viajar a precios más accesibles, o pasan las festividades lejos de los suyos, acumulando meses, incluso años, sin recibir ese anhelado abrazo.
Según los testimonios de viajeros y usuarios, el transporte público colectivo se convierte en puente y esperanza. Es el servicio que abre la posibilidad de volver, de acortar distancias, de reunir lo que la vida cotidiana separa. En cada bus que parte de la Terminal del Norte viaja la certeza de que el Año Nuevo no solo se celebra: se viaja, se espera y se alcanza corriendo kilómetros.
Aquí, en esta central de transportes, empieza una celebración que no necesita fuegos artificiales para ser inolvidable. Basta con el murmullo de quienes llegan, el olor del tinto que toman los conductores y quienes se van, con la promesa de que el 31 de diciembre también es un destino.



