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BridgeRecall: diseño, memoria y propósito en la obra de Adrián Rodríguez

En un momento en que el diseño suele reducirse a lo estético y lo instantáneo, el trabajo de Adrián Rodríguez irrumpe con una pregunta simple y poderosa: ¿puede el diseño sanar?

BridgeRecall: diseño, memoria y propósito en la obra de Adrián Rodríguez

BridgeRecall: diseño, memoria y propósito en la obra de Adrián Rodríguez

La respuesta que construye es BridgeRecall, un proyecto que condensa tres décadas de oficio en branding, identidad y dirección creativa para llevarlas a un terreno donde arte, ciencia y emoción se cruzan con un objetivo nítido: tender puentes entre las personas y sus recuerdos. Rodríguez lo define con franqueza: “BridgeRecall representa la síntesis de todo lo que soy: diseño, empatía, memoria y propósito”. Es una declaración de principios y, a la vez, una hoja de ruta.

La historia que enciende esta búsqueda es íntima. El Alzheimer atravesó a su familia y convirtió el tema de la memoria en una urgencia vital, no en un concepto abstracto. Ese golpe personal se transformó en un laboratorio creativo donde cada decisión visual responde a una pregunta terapéutica: ¿cómo activar, estimular y reconectar sin invadir ni abrumar? El resultado es un juego de mesa concebido para acompañar a personas que viven con Alzheimer y otras demencias. Más que un pasatiempo, funciona como herramienta emocional y cognitiva. El tablero, las cartas y cada textura están pensados para despertar asociaciones, organizar la atención y convertir la partida en un espacio de encuentro. El núcleo de su propuesta es la personalización: los jugadores incorporan fotografías y recuerdos propios, de forma que la dinámica se vuelve íntima y significativa. Al introducir material biográfico, el juego deja de ser una rutina y se convierte en un espejo que devuelve fragmentos reconocibles del pasado, un territorio donde pacientes y familiares pueden encontrarse sin forzar la memoria.

Esa sensibilidad no surge de la nada. Rodríguez es un diseñador venezolano con más de treinta años de carrera, marcado por la disciplina del branding y la presión de la gran industria. Pasó por agencias como J. Walter Thompson, Ogilvy & Mather Andina, FCB, ARS, McCann y JMC, y trabajó para marcas como Coca-Cola, McDonald’s, Ford, Kraft, Motorola, Unilever y Procter & Gamble. Esos años le enseñaron a resolver problemas complejos, a escuchar lo que no se dice en los briefings y a sintetizar en decisiones visuales lo que una organización quiere transmitir. También forjaron un rigor que se nota en BridgeRecall: nada es decorativo, cada elemento cumple una función de claridad, estímulo o calma. Los premios que ha recibido—con presencia en festivales como Cannes Lions, London Festival, Festival del Caribe y ANDA—son parte del paisaje profesional, pero en este nuevo capítulo aparecen como punto de partida, no como meta.

BridgeRecall nace en la frontera entre el diseño y la neurociencia aplicada. No pretende reemplazar terapias médicas ni prometer milagros; busca aportar desde el lenguaje que Rodríguez domina: la forma, el color, el ritmo, la jerarquía visual. En su tablero, los contrastes están medidos para facilitar el reconocimiento y reducir la fatiga cognitiva. Las cartas proponen estímulos con niveles de complejidad graduados. La materialidad invita al tacto, porque el vínculo sensorial es un activador de memoria tanto como la imagen. Al personalizar con fotografías familiares, se genera un anclaje afectivo que sostiene la atención y crea una narrativa compartida. Lo terapéutico, en este enfoque, no está solo en el ejercicio mental, sino en la calidad del encuentro: sentarse, mirar, recordar, nombrar juntos.

La ambición del proyecto excede el objeto físico. Rodríguez lo concibe como un movimiento cultural: una invitación a cambiar la forma en que las familias enfrentan la pérdida de memoria. En lugar de fijarse en lo que se desdibuja, el juego propone trabajar desde lo que permanece. Ese giro de perspectiva—del déficit a la posibilidad— es un gesto de diseño tanto como una apuesta ética. El diseño, en su visión, no es un adorno que llega al final del proceso, sino una herramienta para organizar la experiencia humana y hacerla más habitable. Por eso habla de BridgeRecall como un puente entre memoria y presente: un dispositivo que acerca, ordena y ofrece terreno firme para conversar con lo que duele.

La práctica profesional de Rodríguez fuera del proyecto refuerza esa idea de diseño como acompañamiento. Hoy trabaja como freelance en encargos que van desde branding y desarrollo de identidad hasta diseño editorial, empaques, presentaciones ejecutivas y materiales digitales. Su método es integral: entra desde la idea y camina hasta la implementación visual final. Atiende a empresas, emprendedores y organizaciones que buscan elevar su comunicación, y en cada caso aplica el mismo criterio de fondo: que la forma no distraiga, que sume claridad, que active sentidos. Esa gimnasia cotidiana alimenta a BridgeRecall y, a la vez, el proyecto terapéutico devuelve aprendizajes a su trabajo comercial: empatía al definir audiencias, precisión al construir sistemas, propósito al elegir qué decir y cómo decirlo.

Instalado en la escena creativa de Estados Unidos, su aporte a la comunidad artística se expresa con una convicción clara: “Mi aporte será compartir una visión de diseño que una propósito y belleza. Creo profundamente en el poder del diseño para transformar y sanar, y quiero aportar desde mi experiencia a proyectos que mezclen arte, innovación y bienestar social”. No es una frase de ocasión. En su práctica, propósito y belleza no compiten: se necesitan. La belleza sin propósito flota; el propósito sin belleza no toca. BridgeRecall es la evidencia: un objeto cuidadosamente compuesto que encuentra sentido en el encuentro humano que provoca.

La dimensión colaborativa del proyecto abre otra vía de impacto. Integrar diseño con neurociencia y empatía supone trabajar con terapeutas, cuidadores, asociaciones de pacientes y centros comunitarios. En ese engranaje, el rol del diseñador es traducir conocimiento técnico en experiencias accesibles. Rodríguez entiende que esa traducción requiere escucha, prototipado y pruebas con usuarios reales. La estética llega después de la comprensión y está al servicio de la claridad. El objetivo es que cualquier familia pueda abrir la caja, reconocer la lógica del juego sin manuales interminables y entrar en una dinámica que se sienta cálida, segura, propia.

El contexto también importa. Florida, lugar donde está radicado Adrián, es un cruce de culturas latinoamericanas y estadounidenses, un terreno fértil para pensar proyectos con raíces diversas y alcance amplio. BridgeRecall respira esa mezcla. La personalización con recuerdos hace que cada partida hable el idioma de su casa, con sus fotos, sus nombres, sus historias. El juego no pretende imponer un relato universal; ofrece un marco para que cada familia escriba el suyo. En tiempos de soluciones estandarizadas, esa decisión es política: reconocer la singularidad como valor terapéutico.

El recorrido de Rodríguez en la publicidad le dio visibilidad y herramientas, pero la madurez de BridgeRecall está en otro lado: en la paciencia para diseñar un método, en la humildad para apoyarse en otras disciplinas, en la honestidad de decir que el diseño no cura por sí solo, pero sí puede abrir puertas. Cuando habla de “lenguaje universal”, no recurre a metáforas infladas: lo sustenta en principios sensoriales, en la forma en que la vista, el tacto y el color activan rutas de atención y recuerdo. La universalidad está en ese sustrato perceptivo que compartimos, no en un imaginario único.

Mirando hacia adelante, el desafío es escalar sin perder el pulso humano. Llevar BridgeRecall a más hogares y centros de cuidados implicará producir, documentar impacto, formar a facilitadores, escuchar a comunidades diversas y ajustar. Rodríguez parece entender que la legitimidad de un proyecto social no se decreta: se construye en el tiempo, con transparencia y resultados. Su ventaja es un cimiento sólido: tres décadas de oficio, una ética de trabajo que privilegia la claridad y un motivo personal que lo mantiene enfocado.

Al final, BridgeRecall funciona como una respuesta amplia a una inquietud que atraviesa al ecosistema creativo: ¿para qué sirve el diseño cuando lo urgente es humano? Sirve para ordenar, para acercar, para dar forma a un encuentro que de otro modo sería más difícil. En las manos de Adrián Rodríguez, el diseño deja de ser un fin y se vuelve mediación. Su aporte a la comunidad artística de Estados Unidos no es solo un proyecto, sino una metodología sensible: unir propósito y belleza para que la experiencia estética tenga consecuencias reales. Hay rigor en la estructura, emoción en el gesto y un horizonte claro: tender puentes donde la memoria se quiebra y sostener, desde la forma, la posibilidad de reconocernos.

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