Colombiano se hizo pasar por extranjero y expuso precios abusivos en Cartagena: ¿Qué descubrió?
Estas prácticas afectan las experiencias de los turistas y amenazan la reputación de uno de los destinos más importantes del país.

Cartagena, imagen de referencia (Getty Images); Jeong Hun Lee López; imagenes tomadas de TikTok e Instagram del creador de contenido.
Jeong Hun Lee López, un creador de contenido colombo-coreano nacido en Montería, Córdoba, emprendió una denuncia pública sobre una práctica frecuente, pero poco visibilizada en Cartagena: el abuso económico, por medio de precios excesivamente altos hacia los extranjeros.
Aunque ha vivido toda su vida en Colombia y su acento costeño es inconfundible, su apariencia asiática hace que muchos lo perciban como turista.
De esta forma, consciente de las numerosas denuncias sobre precios inflados y engañosos en zonas turísticas, Lee López decidió llevar a cabo un experimento social para intentar revelar si la apariencia o el idioma influyen en el precio de los productos y servicios de la ciudad de Cartagena.
Durante una visita la Ciudad Amurallada, se dirigió con sus amigos a una playa donde operan motos acuáticas.
Al simular ser extranjero y hablar inglés, recibió precios notablemente altos: 750.258 pesos colombianos por pocos minutos en ‘Jet Ski’, ya que le pidieron 180 dólares. Cuando el vendedor escuchó el “No joda” del influencer, le aclaró que eran 180.000 pesos.
En un segundo intento, le ofrecieron 15 minutos por 150.000 pesos. Los precios, según Lee López, son prueba clara de una práctica deshonesta hacia quienes no parecen locales, afectando la imagen del turismo en la ciudad.
De ‘turista extranjero’ a costeño
Al recibir precios claramente inflados, Lee López decidió terminar con el experimento y revelar quién era realmente. Con tono burlón y acento costeño, soltó un enérgico: “¡No joda! Me sacaste el costeño que me aprendí ayer”.
La frase, espontánea y contundente, descolocó al vendedor, que al instante comprendió que no estaba tratando con un extranjero, sino con un colombiano que conocía bien las tradiciones locales y la realidad de Cartagena. De esta manera, lo que empezó como una simple actuación se transformó en un acto de denuncia pública directa.
Adicionalmente, el momento fue grabado y difundido el pasado 2 de abril de 2025 y se ha vuelto viral en los últimos días, gracias al crecimiento de la discusión alrededor del tema en redes sociales. Miles de personas reaccionaron con humor, indignación y apoyo, compartiendo vivencias similares.
Comentarios en el video de Lee López como: “En Cartagena se pasan, por eso cada vez más la gente prefiere Santa Marta” o “con esos precios tan elevados, lo único que consiguen los vendedores es quitarle las ganas a las personas de regresar” inundaron la publicación. Varios ciudadanos coincidieron en que este tipo de prácticas deterioran la experiencia turística en Cartagena.
¿El incremento de los precios es un problema estructural?
El caso de Lee López refleja una realidad que muchos turistas han vivido en Cartagena: la falta de regulación y control en los precios de servicios turísticos, no se trata de un hecho aislado.
Visitantes nacionales e internacionales han denunciado precios excesivos, tarifas no informadas y hasta sanciones inventadas por supuestos daños en motos acuáticas u otros servicios.
Estas prácticas, lejos de ser anecdóticas, afectan directamente la experiencia del turista y amenazan la reputación de uno de los destinos más importantes de Colombia.
Por otra parte, vale la pena agregar que las autoridades locales han empezado a implementar soluciones tecnológicas y estrategias de control.
Entre ellas, destacan aplicaciones móviles para consultar precios oficiales, campañas para educar tanto a turistas como a vendedores, y sanciones a quienes incurran en abusos.
Finalmente, el gesto de Lee López dejó en evidencia que estas medidas aún no son suficientes; su denuncia, hecha con humor y contundencia, puso en el debate público una verdad incómoda: si no se vigila ni regula adecuadamente, Cartagena corre el riesgo de ofrecer un turismo discriminatorio, donde el trato depende de cómo se ve o habla el visitante.



