Unidad para las Víctimas acompaña transformación de comunidad de Huamanga
Es un corregimiento de la alta montaña perteneciente al municipio emblemático de El Carmen de Bolívar
Cartagena
Huamanga queda en la ruta al cielo. Está incrustada en lo alto de los Montes de María, bien arriba de la montaña, a una hora por un camino surcado por los precipicios y al que se llega en camperos de otros tiempos a los que les repotencian sus motores y suben, empinados, bramando como bestias cuesta arriba. Es un corregimiento de la alta montaña perteneciente al municipio emblemático de El Carmen de Bolívar, la tierra del aguacate, el ñame, la yuca y, en otros tiempos, de la hoja de tabaco. Es un paraíso vecino de las nubes hasta donde llegó la violencia. Sus praderas teñidas de verde esmeralda por las lluvias se mancharon de sangre durante el conflicto armado.
Por sus lomas, sus riachuelos y caminos enmontados pasaron las botas de los hombres de la guerra, con sus fusiles y cañones que apuntaron hacia los hijos de esta tierra de cantos de pájaros, de silencios largos, de tierra pródiga y mujeres y hombres buenos. Convirtieron su edén en un infierno.
Sus hijos eran asesinados por los grupos armados. Los militares se enfrentaban a fuego de fusiles con los guerrilleros y los paramilitares. Los muertos de estos sangrientos enfrentamientos los lucían como trofeos los actores del conflicto en sus canchas de fútbol tapizadas de hierba fresca y generosa.
El cielo también ‘sufría’, cambiaba su paz cuando aparecían los helicópteros artillados buscando sus objetivos. En Huamanga hubo largos días de confinamiento. Los pobladores vivían debajo de las camas, de las mesas de madera, escondidos en sus propios ranchos, sin poder llevar nada a la boca. Las despensas estaban vacías, no se podía salir ni a ver el sol. Mucho menos bajar del pueblo a El Carmen para traer alimentos, agua. Se oían detonaciones con frecuencia y cada vez que sonaban los fusiles se pensaba con angustia a quién habían matado esa vez.
Vivían bajo zozobra constante. Con el dolor a flor de piel. Cuando creían que todo estaba tranquilo oían los heraldos de la muerte. “¡Por ahí vienen subiendo!”, gritaban desde la lejanía para advertir sobre la presencia de los grupos armados. Llegaban, mataban y quemaban ranchos. Muchos tuvieron que salir despavoridos, a buscar refugio, a salvar sus vidas.
Cesó la pesadilla
Creyeron que era una pesadilla interminable, pero regresaron los mejores tiempos y Huamanga, poco a poco, empezó a ver el retorno de sus hijas y sus hijos a sus tierras. Llegaron con la esperanza, con una sonrisa en los labios y el sueño de volver a ser lo que tanto tiempo fueron, con sus animales, con sus sembrados, con sus festejos.
La guerra abrió heridas profundas. Retornar no fue fácil. Sanar tampoco, pero, aun así, hay gente que sonríe, que tiene fe y todas las mañanas se levantan para construir el nuevo día.
La territorial Bolívar San Andrés de la Unidad para las Víctimas acompaña a esta comunidad que muchos desconocen, que si acaso saben que existe. Son sujetos de una reparación integral colectiva por parte del Estado. La Unidad para las Víctimas trabaja para definir la ruta y ejecuciones de soluciones duraderas para este territorio. Los acompaña en los procesos de transformación con acciones integrales. La no repetición, la construcción de paz y la sanación de sus heridas generadas por el conflicto.
Durante cinco jornadas, los profesionales de la entidad subieron la montaña hasta este poblado, en tiempos de sol o de lluvia, en camperos, motos o a lomo de mula, para desarrollar procesos de acompañamiento psicosocial dentro de la llamada Estrategia de Recuperación Emocional Grupal (Ereg).
En la casa comunal la cita era, desde primeras horas de las mañanas, con la Unidad para las Víctimas, cuando ya habían llevado algunos gajos de plátano, yucas y café para el desayuno a sus hogares.
“Huamanga, que significa ‘agua en manga’, es una comunidad resiliente, resistente, porque nos tocó vivir el conflicto armado y sobrevivirlo. Fue una época difícil, vimos morir a nuestros amigos, docentes y estudiantes, nos desplazamos en varias oportunidades. Pero hoy estamos retornados, sobreviviendo a este conflicto. A pesar de todo, hemos sido más fuertes y hemos luchado para superar estos obstáculos”, dice la lideresa y educadora de Huamanga, Miledys Esther Vásquez Navarro.
Tiene palabras de agradecimiento para la Unidad para las Víctimas “por ayudarnos a esta recuperación emocional, porque hemos participado en unas actividades muy provechosas para ayudar a superar el conflicto, que no lo vamos a olvidar, pero sí vamos a sobrevivir y sanar las heridas que nos dejó, pero lo que más queremos es que no se repita”.
Carlos Arrieta, labriego, quien también sufrió la pérdida de unos primos a manos de los violentos, dice que aprendió mucho de las jornadas de recuperación emocional ejecutadas por la Unidad para las Víctimas y que están contempladas en el proceso de reparación colectiva integral que se desarrolla.
En la ceremonia de cierre de esta estrategia se develó un mural que los mismos habitantes de Huamanga pintaron y expresaron sus sentimientos y deseos. Niñas, niños y adultos con sus manos colorearon la esperanza, la ilusión de un nuevo día para todas y todos. “Me desplacé y luego retorné, pero aquí estoy, luchando por la vida, sanando el pasado, porque quiero sacar adelante a mis hijos”, dice Arrieta.
En su rancho, la joven Yennifer Montes cuenta su experiencia durante este ciclo de acompañamiento de la entidad: “Tuvimos pérdidas de amigos y familiares durante el conflicto armado, pero estamos saliendo adelante, gracias a Dios no se ha repetido esto. Me fui y volví y ahora la Unidad nos ha ayudado mucho, enviando un grupo de sus funcionarios acá para apoyarnos emocionalmente, para que tengamos una visión hacia el futuro; esas charlas nos han servido de mucho y ahora miramos las cosas de otra manera”.