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El “descenso al infierno” de Ingrid Betancourt

La excandidata presidencial le contó a la JEP la lucha constante para recordar que como ser humano merecía respeto.

El “descenso al infierno” de Ingrid Betancourt

El “descenso al infierno” de Ingrid Betancourt(Twitter:@JEP_Colombia)

Ingríd Betancourt tiene claro en su cabeza cuál es el infierno. Al menos el que ya conoció tiene injusticias, humillaciones, enfermedades, garrapatas en el cuerpo, paranoia por morir, intentos fracasados de huída y la certeza de que un ser humano puede vivir sin dormir durante un año.

Su “descenso al infierno”, cuenta como quien ha muerto y ha vuelto a nacer, comenzó con sinsabores y una mezcla entre la duda y la certeza sobre por qué no le permitieron a sus escoltas ir con ella hasta San Vicente del Caguán. Una orden que ellos recibieron y que se sumaba a la negación de helicópteros que le habían ofrecido para ir, así como la orden de retirarle el esquema de seguridad, que dijo al parecer era conocida por el expresidente Andrés Pastrana.

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“Mi pregunta es ¿a todos le hicieron firmar un descargo? ¿Al grupo que iba conmigo en ese carro del DAS y a los del camión que pasaron al frente, en bus, la moto, el taxi, el vehículo de la Cruz Roja que pasó antes que nosotros en ese retén? Porque si el único descargo que existe es el mío entonces, (...) lo que eso quiere decir es que alguien sabía lo que iba a pasar”.

Internada en la selva durante seis años, Betancourt aprendió que en el infierno hay niveles de maldad. “Algunos detalles”, como ver en el piso la única comida que había para ella porque simplemente alguien lo decidió así, o “como servir la comida en la olla de cada uno de nosotros y el guardia escupirle a la mía”.

La maldad intermedia en la que por ejemplo, se quitan los únicos objetos que conectan a las víctimas con el mundo exterior, objetos que guardaban en frascos para salvaguardarlos de la interperie, pero que no podían salvar de los guerrilleros. Todos en ese infierno, contó, tenían “el mundo de los amores en frascos”.

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O también evitar que el sol tocara sus trapos sucios, llenos de lodo, acabados, para que tuvieran que ponerselos nuevamente mojados. O la incómoda e inevitable obligación de tener que ser la única mujer entre hombres y orinar frente a ellos.

“Me acuerdo en particular del comandante Enrique, me decía ‘haga ahí’, delante de todos, ‘encima de sus compañeros’ y hacía que me pasaran un tarro para que yo hiciera ahí. Me acuerdo de haber tratado de aguantar lo más posible para no darle gusto ni poner a mis compañeros en esa situación tan desagradable. Hasta que uno de ellos me dijo ‘Ingríd tranquila, hágase pipi en los pantalones’”.

Y hay niveles de tortura que son superiores. No se sabe sin son los más altos porque Ingríd Betancourt ha dicho que hay cosas que no puede relatar.

Por ejemplo, se puede torturar a alguien obligando a que se acueste encima de garrapatas y todo tipo de insectos que pican y que si son constantes las picaduras pueden ocasionar la muerte. O por ejemplo, demorar lo que más se pueda el medicamento que necesita una persona para frenar los horribles síntomas de una enfermedad como la malaria.

“La malaria es una tortura. Una totura que hoy en día se cura con tres pastillas. Esas pastillas las tenía la guerrilla. Yo me acuerdo de rodillas suplicándole al enfermero que me entregara las pastillas antes de las seis de la tarde, antes de que comenzaran las convulsiones. Esperaron una semana para darme el medicamento”.

Hay otros niveles que mezclan rabia, sufrimiento e impotencia por el machismo imperante y una política que manejaba las FARC y es cuestionable.

“Había una política en contra de la mujer secuestrada y esos comportamientos muchas veces de niños de 14 y 15 años que se acercaban por la noche a tener tocamientos o gestos o conductas totalmente reprensibles, eran premiadas por los comandantes y yo estoy absolutamente convencida de que esto, el Secretariado lo sabía”.

La JEP recibió de primera mano este testimonio, con más detalles, más dolores, para reconstruir lo que ha sido él secuestro. Así como también el mensaje de la excandidata de que cree en que la gente puede cambiar y por eso le apuesta al proceso de paz.

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Sin embargo no sabe cómo se puede reparar lo vivido, cómo se puede devolver el tiempo, cómo se puede borrar la degradación, más cuando de ese infierno se sale inevitablemente con marcas.

“Yo todavía guardo las marcas de las cadenas del cuello. Había un guerrillero en particular que se había ensañado contra mí y que me apretaba tanto la cadena que yo no podía pasar saliva”.

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