¿Cómo le va a un novato en Rock al Parque?
Juan David Duque fue por primera vez al festival bogotano. Se le midió a participar en el “pogo”, y rompió varios mitos que tenía sobre los rockeros.
Después de 24 ediciones de Rock al Parque y 26 años de vida que tengo yo, decidí visitar este famoso evento musical, solo para desmentir o comprobar muchos de los mitos que se han generado alrededor de él: que es muy peligroso, que solo los ‘marihuaneros’ van allá, que los que asisten a Rock al Parque tienen un pacto con el demonio, entre otros. Dejé de lado todos esos estereotipos, y me concentré en un reto: entrar en el campo de batalla al que se le conoce como “pogo”.
Vea también: Rock al Parque cierra por lo alto su edición número 24
Mentiría si logro definirles la sensación que tenía antes de entrar a esta danza: solo me cuestionaba por qué había aceptado hacer este experimento, sabiendo que toda mi vida he sido una persona tranquila y que evita los enfrentamientos físicos. Así que lo único que hice mientras esperaba tener los pantalones para ello, fue recorrer todos los rincones que rodean el parque Simón Bolívar, para llevarme una sorpresa: Rock al Parque no es lo que yo esperaba, era mejor: no solo hay tres escenarios dispuestos para los asistentes, sino que también cuenta con diferentes espacios para las personas que quieren descansar un momento del ruido estruendoso del bajo y la guitarra, desde centros de activación (stands donde diferentes marcas realizan actividades con el público asistente) hasta espacios con hamacas y sillas para relajarse de tan ajetreado ambiente. La comida también me sorprendió: se consigue todo tipo de platos, con precios desde 2.000 pesos hasta 30.000 pesos.
Después de este recorrido, llegó la hora: decidí meterme al “pogo”. La oportunidad era la presentación de Massacre, una de las bandas más esperadas por el público, que estuvo el sábado en el escenario Plaza a las 4 pm.
Algo que me tomó por sorpresa es que el “pogo “se crea de forma aleatoria: no hay un lugar específico donde se reúnan las personas a saltar, bailar y disfrutar enérgicamente de la música, sino que todo inicia con un grupo pequeño que empieza a abrir espacios, al cual se le van sumando los demás asistentes.
La verdad es que, a primera vista, sí da miedo ver a tantas personas dando vueltas en el mismo sentido que las manecillas del reloj mientras toman una posición de ‘boxeo’ ante los demás. Pero después de analizar su comportamiento, fueron mínimos los golpes que se dieron con la intención de lastimar al otro.
Pude observar cómo un participante se puso una placa para proteger sus dientes de cualquier golpe, y apenas terminó de acomodársela, se metió sin reparo alguno al “pogo” y empezó a patear a las personas que se le acercaban. Ante esta actitud -que notablemente era hostil para los demás-, no pasaron 30 segundos antes de que varias personas lo empujaran fuera del círculo, ya que en vez de danzar al ritmo de la batería, buscaba “calentar” y alterar la actitud de euforia en que se encontraban los demás. Aunque ese personaje me hizo dudar, después vi que existía una sensación de compañerismo entre los integrantes del “pogo”: apenas se acabó la primera canción, los participantes de esta danza se dieron la mano y se abrazaron como amigos, sin rastro de actitud desafiante. Es por eso que apenas inició la siguiente canción, con cámara en mano, decidí meterme en el “pogo”.
Le puede interesar: El rock no solo se viste de negro
Un estado de excitación me invadió el cuerpo. Primero sentí la necesidad de protegerme ante cualquier ataque inminente. Pero las reglas son claras: no debía parar, no debía girar en el sentido contrario y no debía ir de frente hacia alguien. Aun así, eso no era garantía de salir ileso: los empujones son inevitables. No sé si tener la cámara en mano influyó para que los participantes no se me lanzaran encima, pero en medio de la danza entendí la verdadera razón que lleva a las personas a participar en esta actividad.
Cuando estás de lejos, los “pogos” se ven como un acto violento donde las personas se golpean sin ningún fundamento. Y aunque no falta la persona con malas intenciones, la realidad es otra para la mayoría de los participantes: estos espacios son lugares para desahogarse, para expulsar todo lo malo que ha pasado y logran liberar energías de una forma impresionante. Indudablemente, al acabar la canción, la sensación que queda es la de lograr superar un obstáculo, la de haber ganado una lucha.
Hay formas de desahogarse. Esta definitivamente no es la mía, pero vivirla y entenderla me hizo respetarla mucho más. Música, energía y compañerismo son una buena combinación. Salí lleno de vigor de Rock al Parque.