La cabeza de abajo, la cabeza de arriba
"En Colombia los empleados públicos sienten más vergüenza ante los ciudadanos por tener que rendir cuentas sobre su vida sexual que por tener que explicar su desempeño profesional".
Mirando a vuelo de pájaro (de pajarito de Twitter) los recientes escándalos político/eróticos que tanta tela suelen darnos para cortar, sorprende descubrir cuánta vergüenza genera entre los funcionarios públicos la actividad lícita de su pene, en contraposición al poco valor que le dan a los cuestionamientos sobre posibles comportamientos ilícitos en el ejercicio de sus cargos. La selfie de uno tomando el sol sobre una hamaca o el video de otros dos conversando sobre la posibilidad de practicar el arte de clavarse o ser clavados, resultaron ser más efectivos a la hora de hacerlos renunciar que (por decir cualquier cosa), los cientos de folios que componían el proceso judicial emprendido contra el entonces presidente Ernesto Samper durante el proceso 8mil, el evidente despropósito cometido por el fiscal Eduardo Montealegre al contratar a Natalia Springer por 4.000 millones de pesos, o el descarado desdén con que el entonces presidente de la Cámara Simón Gaviria afirmó en el 2012 no haber leído la reforma a la Justicia. “No vi la minucia de la ley ni revisé artículo por artículo” –declaró en su momento.
Samper no renunció al ser señalado de recibir dineros del Cartel de Cali, Montealegre continúa en su puesto mejorando el arte de capotear escándalos públicos, y Gaviria no solo no renunció sino que ahora es Director de Planeación Nacional, en donde vaya uno a saber si lee o no cada uno de los documentos que firma. Todos esperaron sentados en su puesto a que los procesos en su contra continuaran y escándalo se desvaneciera, en tanto el ex defensor del pueblo Armando Otálora y el ex vice ministro Carlos Ferro renunciaron en cuanto los gustos de sus penes quedaron al descubierto, sin esperar siquiera a que las investigaciones en su contra (en contra de ellos, de la manera en que ejercen sus cargos, no de la manera en que usan sus penes) arrojaran resultados concluyentes.
En Colombia los empleados públicos sienten más vergüenza ante los ciudadanos por tener que rendir cuentas sobre su vida sexual que por tener que explicar su desempeño profesional, legal o ético, y tanto los medios como los ciudadanos se sienten mejor tratados al ver rodar sus cabezas por lo que hicieron con la de abajo, y no por lo que planearon y ejecutaron corruptamente con la de arriba.
Al parecer cuando de escándalos políticos se trata, en Colombia tenemos que aprender a elegir mucho mejor la prueba reina.
En lugar de dedicarnos a estudiar los títulos académicos de Springer había que encontrar una selfie erótica de Montealegre en su celular, en vez de preguntarle a Gaviria si leyó o no la ley habría que preguntarle si alguna vez ha entrado a La Piscina, y en lugar de tener un video del entonces ministro Fernando Botero diciendo “el presidente si sabía”, deberíamos haber logrado uno en que aclarara que cada vez que Samper decía “todo fue a mis espaldas” se refería a otra cosa.