El virus de la incertidumbre
Con la pandemia se vino abajo el sentimiento colectivo de que siempre hemos logrado sobrevivir.

El virus de la incertidumbre
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A pesar del virus, la humanidad no está en riesgo. Lo que está en mayor peligro es su ego. Con la pandemia se vino abajo el sentimiento colectivo de que siempre hemos logrado sobrevivir a tragedias naturales, a guerras y a que se nos reventara un yogurt en el morral del colegio.
Deberían intentar una vacuna contra la impaciencia, a estas alturas eso salvaría más vidas que la del COVID. La incertidumbre es tortuosa y, en este punto de la pandemia, hace ver el Apocalipsis como una opción sensata, expedita. La buena noticias es que el fin del mundo está cerca; la mala es que viene por la vía al Llano.
Todo el mundo quiere saber cuando va a terminar esto. No importa la fecha, solo queremos saber cuándo porque lo más demoledor es la incertidumbre. El mundo entero es hoy ese niño que va en el asiento de atrás del carro preguntando si falta mucho para llegar.
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Ni Will Smith o Bruce Willis, no hay nadie que sirva de referente colectivo para recostar confianzudamente nuestra esperanza en esa persona. El señor de la OMS hace lo que puede pero sabemos que siente ganas de escribirle un mensaje a su amor imposible de la juventud que diga "vámonos a donde nadie nos conozca, huyamos... empecemos una vida desde cero tú, las medidas de bioseguridad y yo".
Agota cumplir con los nuevos modales, una nueva urbanidad de carreño pandémica: toca avergonzarse en una video reunión porque tu casa suena a tu casa: "disculpen por no tener una licuadora con silenciador turbo-automático, debí haberlo comprado el año pasado cuando lo vi en oferta previendo que venía una pandemia".
Hay que mantenerse optimista: recuerden que cuando se cierra una puerta, dios abre una ventana por la que podrían entrar micropartículas del virus flotando teniendo en cuenta su alta probabilidad de contagio.



