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¿Esculpidas o escupidas?

Aquello de quitar estatuas es una zona llena de grises, porque los héroes de unos son los villanos de otros

¿Esculpidas o escupidas?

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Vimos caer ayer la estatua de Sebastián de Belalcázar en el morro de Tulcán, en Popayán, invitada a besar la tierra por un grupo de indígenas misak. Confieso que en materia de herramientas, privilegio las democráticas, las asambleas y los concejos, por sobre las sogas, las picas y los mazos. Esto es, prefiero que se surtan los procesos legales que garantiza nuestro ordenamiento legal para retirar estatuas antes que destruirlas, magullando de paso la ley y socavando la autoridad.

Dicho esto, tengo que reconocer que no entiendo por qué debemos tener estatuas de conquistadores españoles en nuestros pueblos y ciudades. Ojo, que no digo estatuas de españoles, porque aprecio y respeto a los españoles del hoy y del ahora, a los que no cargaría jamás con el peso del pasado.

Que si la estatua fuera de un regio poeta español, de un ingeniero español de benéficas actividades para la comunidad o de un médico y científico español no diría lo que digo. Y lo que digo ya lo dije, pero vuelvo a decirlo: no entiendo por qué tenemos estatuas de conquistadores españoles, o de donde fueran.

Las estatuas, como dicta nuestra lengua, nuestra lengua española, se erigen para engrandecer y ponderar acciones. Para elogiar, para alabar.

La historia nadie la cambia y una majadería sería negar las exploraciones, descubrimientos y fundaciones de los conquistadores. Cosa muy diferente es envolverlos en una especie de halo romántico del que carecen.

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Aquello de quitar estatuas es una zona llena de grises, porque los héroes de unos son los villanos de otros. Un expresidente, por ejemplo, es estadista para estos y bellaco para aquellos. Baste decir, para exponer la complejidad de estas discusiones, que en la inmensa mayoría del territorio nacional una estatua de Bolívar es un mínimo y merecido homenaje... pero en Pasto, que fue objeto de la mano dura del Libertador, podría equivaler a una ofensa y una provocación.

Bienvenidas las discusiones y los puntos de vista, a los que, volviendo al terreno de la conquista, habrá que sumar algo de memoria: los conquistadores, además de exploradores y fundadores, fueron ladrones, asesinos, genocidas, mercenarios, esclavistas, destructores, secuestradores, matoneadores y violadores, por mencionar solo algunas de sus características, mismas que parecen disimularse cuando los vemos, tallados en piedra, envueltos en metales y sentados sobre un caballo.

Las formas y las maneras, ojalá las pulamos, y alejemos las acciones del irrespeto a las normas, pero bienvenido el debate sobre quién merece en Colombia una estatua y quién debería convertirse en piedra molida para pavimentar calles o bronce para sillas de parque.

Lo diré muy gráficamente, sin ánimo de ofender: las palomas se cagan en todas las estatuas; definamos sensatamente en cuáles debemos hacer lo propio como sociedad. No se destruye la historia, pero aquello que nos incomoda y ofende, y la representa, bien puede retirarse de espacios públicos y tal vez terminar confinado al museo o al olvido.

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