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EDITORIAL

Gente invisible

Nos está dejando de importar la gente. Por lo menos la gente de carne y hueso.

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La noticia pasó prácticamente inadvertida en medio del corre-corre electoral, cuando todos teníamos la cabeza en otra parte. Superadas las elecciones y bajando también la espuma del júbilo de la derrota de las extremas, el triunfo del centro y el país que quedó arreglado en urnas, quisiera comentarla. Es una cosa muy sencilla, diminuta, casi irrelevante, pero que retrata a este mundo hecho de cosas y privado de alma.

La resumo: en su apartamento de Madrid, encontraron en el baño el cuerpo en estado de momificación de doña Isabel Rivera, una mujer de aproximadamente 80 años, muerta quince años atrás sin que nadie se diera cuenta. Si no fuera porque la vi en varios medios colegas, de indudable seriedad, hubiera pensado que era una noticia falsa.

Sucede que doña Isabel, pensionada, recibía su mesada en depósito de cuenta bancaria de donde ella había autorizado débito automático para todo. De manera que, al pagarse sus cuentas, no le hacía falta a nadie. Sus vecinos no se dieron cuenta. A su edificio no llegaba nada porque no tenía familia ni amigos ni estaba en ninguna base o red de datos.

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Como doña Isabel tenía algunos problemas mentales tras la muerte de su marido, los vecinos pensaron que la habían llevado a una casa de reposo y aunque hace unos años sintieron un olor nauseabundo, pensaron que había dejado alguna basura en casa y que estaba descomponiéndose.

Ayer me escribió Andrés Candela para comentarme la noticia. Andrés es columnista de El Tiempo y escritor, y vive en Francia. Me decía Andrés que cerca de donde vive hay una señora de 103 años que todos los días se monta al carro y maneja un puñado de kilómetros para disfrutar del placer de ver un río cercano. De tanto verla, un día la abordó y ella muy feliz le contó lo del río y algunas cosas más. Y le confesó algo más: llevaba tres años sin que nadie le hablara.

La historia de doña Isabel y de la longeva francesa vecina de Andrés Candela no es titular que le compita a la cascada de cosas supuestamente “importantes” que nos descargan todos los días en medios y redes. Es una información menor, que leemos más por cierto morbo que por genuino interés.

Pero quise destacar ambas historias hoy solo para prender una señal de alerta sobre algo que pareciera ser un lío europeo de convivencia pero que también ha echado raíces aquí: nos está dejando de importar la gente. Por lo menos la gente de carne y hueso.

¿Exagero? Es posible, pero solo quiero hacer una última anotación para que la pensemos: hablamos hoy más con los demás a través de aparatos que cara a cara. La gente es hoy más gente cuando la encontramos en una pantalla, y es ahí cuando realmente nos animamos a conversar. La gente de verdad está perdiendo la partida frente a la gente virtual.

 

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