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EDITORIAL

El vicio del poder

El poder es una enfermedad que suele no tener cura. El poder es un vicio que pocos superan.

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La humanidad tiene esa dañina facultad de convertir sus energías en basura, en un continuo proceso de reciclaje que es francamente decepcionante. Los seres humanos somos una especie referencia Midas. No digo que convirtamos en oro todo lo que tocamos, pero, como a Midas, nos pasa que terminamos siendo víctimas de nuestras virtudes o posibilidades.

Recordemos que Midas se hizo célebre porque, según la mitología griega, Dionisio le pago su hospitalidad con otro amigo dándole la facultad de convertir en oro lo que tocaba. Al principio, Midas estaba feliz, hasta que descubrió que cuando tocaba la comida, el vino o el agua, se convertían en oro y no podía alimentarse.

Así nos pasa. Caso específico el del poder, esa facultad de ejecutar, de hacer cosas, de tener las herramientas para influir en los demás. Visto así el poder es positivo, pero la experiencia de todos los días nos demuestra que enloquece, obsesiona, corrompe y destruye. Y que termina sirviendo los intereses particulares de quien lo ejerce en supuesto beneficio de la comunidad.

¡Aquí vivimos "clavados"!

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El poder es una enfermedad que suele no tener cura. El poder es un vicio que pocos superan. Lo estamos viendo en Bolivia, donde Evo Morales se atornilla a la presidencia como lo han hecho antes muchos de los dirigentes de este sufrido continente. Son tantos los casos, porque la obsesión por el poder no conoce de ideologías: ataca por igual a la derecha y a la izquierda, y empolla criaturas que solo de él van a querer nutrirse de por vida.

Curioso que la mayoría de seres humanos soñamos con tener la posibilidad de una jubilación mientras que nuestros dirigentes, forrados en oro como Midas, perteneciendo a esa élite que podría jubilarse y vivir cómodamente, ellos, precisamente ellos, son los que se resisten a la jubilación.

Ayer decía Espinosa: “No sobra recordar que Evo Morales, que se quiere perpetuar en el poder, también logró que la economía creciera 4,9% por año. Y que la pobreza cayera significativamente en sus 13 años de gobierno. No es poco”.

En eso tiene razón, y en casi todo lo que dice, porque es un tipo juicioso, pero digo algo: la democracia necesita más que efectivos gobernantes; necesita de efectivos gobernantes dispuestos a que sigan sus pasos otros efectivos gobernantes.

La democracia, que bien maltrecha está por estos días, funciona obligatoriamente alrededor de un principio de la agricultura: la rotación de cultivos. Eso consiste en alternar plantas de diferentes familias en un mismo lugar en distintos ciclos. Si no se hace, el suelo se agota y la tierra pierde sus nutrientes.

No hay país que resiste gobernantes eternos. A esos, para no dejar a un lado la figura de la agricultura, a esos hay que arrancarlos de raíz.