Cartagena

Opinión

La reescritura de las estatuas

Columna de Opinión de Orlando Oliveros Acosta

La reescritura de las estatuas

La reescritura de las estatuas

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Cartagena de Indias

El pasado 12 de noviembre el condado de Los Ángeles en los Estados Unidos retiró una estatua de Cristóbal Colón ubicada en el centro de esa ciudad. La estatua, que había sido donada en 1973 por una asociación de italianos en el sur de California, fue removida porque promovía una visión romántica de la Conquista y la explotación de personas y recursos naturales en América. Al acto asistieron varios descendientes de grupos indígenas cuyo árbol genealógico se remonta a siglos anteriores a la época sangrienta de la Colonia.

Más de cinco mil kilómetros hacia el suroeste y tres meridianos de distancia, en Cartagena se sigue teniendo una perspectiva idealizada de Cristóbal Colón y otros protagonistas regionales de la Conquista como Pedro de Heredia, a quien la Alcaldía y algunos historiadores de sangre azul llaman “Don” y enaltecen como héroe fundador. Tanto Colón como Heredia poseen vistosas estatuas en el Centro Histórico de la ciudad. La del navegante genovés se encuentra en la emblemática Plaza de la Aduana y consiste en un desvergonzado Colón que ofrece una indígena desnuda arrodillada a sus pies. Inmortalizada en mármol, una leyenda escrita más abajo informa a los transeúntes: “A Castilla y a León, Nuevo Mundo dio Colón”. No hay tacto. No hay reflexión histórica sobre la explotación y la esclavitud luego del “descubrimiento” de América. Por si fuera poco, la imagen del navegante que exhibe a una mujer desnuda, entregándola a su imperio, no dista mucho de la de un proxeneta. Una vulgar ironía para una urbe como Cartagena que lucha todos los días contra el estigma de ser considerada la capital del turismo sexual en Colombia.

Frente a este último punto, el del proxenetismo, el Instituto de Patrimonio y Cultura de Cartagena (IPCC) no hace otra cosa que reforzarlo. En su sitio web, al describir el mencionado monumento, se lee en una pésima ortografía: “El monumento a colon incluye la figura elegante de este de pie, apoyado en un ancla; a sus pies sentados y ofrecidos por colon esta una hermosa amerindia con el torso desnudo”. Leo una y otra vez esta descripción y no puedo dejar de pensar que parece el aviso publicitario de una casa de subastas donde el objeto en disputa es una mujer sometida a los pies de su avasallador. Tampoco estaría muy distante del discurso comercial de un vendedor de esclavos del siglo XVI.

A pocos metros de aquel monumento infame, en la Plaza de los Coches, se halla la estatua a Pedro de Heredia. Cada 1 de junio, fecha en la que se fundó Cartagena, recibe ofrendas florales de parte de la Alcaldía y es rodeada por oficiales de alto rango que la saludan con un gesto marcial. Sin seguir el ejemplo de Los Ángeles, esta ciudad le rinde culto a un ladrón y asesino. Basta con saber el nombre de nuestra avenida principal (avenida Pedro de Heredia) y retroceder un par de años, cuando el estadio de fútbol se llamaba Pedro de Heredia y el teatro más representativo de la ciudad Teatro Heredia.

La autoridades gubernamentales ignoran (o simulan ignorar) que Pedro de Heredia fue un bandido que llegó a América huyendo de la justicia española. Estando en España, seis personas lo atacaron para cobrarle una deuda y él se vengó quitándoles la vida a tres de ellos. Desembarcó en Santo Domingo con el objetivo de no ser juzgado y tiempo después fue nombrado teniente gobernador de la expedición de Pedro Badillo para ir a Santa Marta. En 1533 entró al territorio que se conocería como Cartagena, y allí se caracterizó por ejercer un poder despótico y ambicioso que lo llevó a profanar las tumbas de los zenúes. Insatisfecho con usurpar el oro de los vivos, Heredia saqueó el oro con que los indígenas enterraban a sus muertos. Siendo gobernador de Cartagena, fue acusado por la propia justicia española de apropiarse ilícitamente de los recursos de la Corona, además de excederse en el maltrato a los indígenas, a quienes quemaba vivos o mutilaba partes del cuerpo. En un intento por evitar un nuevo juicio, huyó de Cartagena y murió en naufragio antes de llegar clandestinamente a España.

Monumentos como el de Cristóbal Colón y estatuas como la de Pedro de Heredia muestran una profunda falta de conciencia histórica en Cartagena. Creo que lo que está ocurriendo en Los Ángeles debería servir para replantearnos el culto a figuras coloniales en Cartagena. Quizás la solución no sea retirarlas del espacio público –porque eso sería como pretender que nunca han existido–, sino convertir sus pedestales de gloria en muros de la infamia. Un ejemplo de ello podría consistir en tallar, bajo sus efigies de mármol o de bronce, todos sus crímenes y responsabilidades en la carnicería de la Conquista. De esa manera los ciudadanos y turistas serían conscientes de este pasado terrible, de esta herida llena de violencia y discriminación que bajo ninguna circunstancia debe repetirse.

¿Quién tomará las riendas de este debate en Cartagena? Debería existir un movimiento que luche por reescribir las leyendas bajo los monumentos coloniales de la ciudad, o que los retire si se consideran demasiado ofensivos, o que los reubiquen en un lugar donde generen verdadero pensamiento crítico. Paralelamente a las luchas estudiantiles que exigen una mejor calidad en las universidades públicas, la reescritura de nuestros monumentos surge como una necesidad por mejorar la educación pública, pues no concibo algo más educativo ni más oficial que las lecciones que nos puede suscitar nuestro espacio público. Es la enseñanza de la calle, la pedagogía de las piedras que esculpe el Estado. Es la búsqueda de la dignidad mancillada por la violencia de los símbolos.

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