La Policía llevó alegría y esperanza a los corregimientos ribereños de Magangué
Una mañana de juegos, risas y lágrimas de emoción marcó la Navidad de más de 500 niños

Policía de Bolívar
El río Magdalena siguió su camino sin apuro, como si supiera que ese día llevaba prisa la alegría. El sol, alto y dominante, cayó sobre los corregimientos ribereños de Magangué, iluminando casas, patios y miradas. Bajo ese resplandor, la Navidad empezó a decir presente en La Pascuala, Betania, Tres Puntas, Santa Fe, Isla Grande y Puerto Kennedy, no con estruendos ni luces, sino con gestos sencillos y cercanos.
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Hasta esos lugares llegaron los uniformados de la Estación de Policía de Magangué, dejando en pausa el rigor del servicio para cumplir una tarea distinta: estar. Estar con la gente, con los niños, con las familias que viven al ritmo del río y la distancia.
La mañana se fue animando con música y bailes improvisados. Los concursos reunieron a grandes y pequeños en una sola ronda, donde nadie preguntó quién ganaba. Bastaba con participar, con reír, con aplaudir. El silencio habitual de estos corregimientos se rompió en carcajadas que viajaron más rápido que el viento.
Hubo risas largas y también llantos breves. Lágrimas que no pidieron explicaciones, nacidas de la emoción, del nervio o de la sorpresa. Siempre hubo un policía cerca para ofrecer un abrazo corto, una palabra tranquila o una mano firme que calmara el momento.
Los regalos llegaron después, sin prisa y sin estridencias. Se entregaron uno a uno, como se entregan las cosas importantes. Cada paquete abrió una historia distinta: sonrisas que no se podían esconder, silencios agradecidos y miradas que parecían decir “gracias” sin pronunciarlo.
“Nuestro compromiso es llegar a cada rincón del departamento, sin importar la distancia. Estas actividades fortalecen la confianza y nos recuerdan que la seguridad también se construye desde la cercanía y la humanidad”, afirmó el Alejandro Reyes Ramírez, comandante del Departamento de Policía Bolívar.
Cuando el sol empezó a ceder su puesto y el río volvió a imponer su calma, los uniformados emprendieron el regreso. Quedaron las huellas de los bailes en la tierra caliente y, en la memoria de las comunidades, la certeza de que la Navidad también sabe llegar en uniforme, sin ruido, pero con esperanza, a orillas del Magdalena.



