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El ancla humana en la vía Turbaco -Cartagena

Al caer la noche, Oscar Velandia Briceño sabe que ha cumplido: una familia llegó a su destino. Para él, esa es la única noticia que importa

El ancla humana en la vía Turbaco-Cartagena

El ancla humana en la vía Turbaco-Cartagena

Mientras el sol se rinde sobre la carretera de Bolívar, incluso a las cuatro de la tarde. El intendente Oscar Velandia Briceño se ajusta el cuello de la camisa bajo el chaleco antibalas, sintiendo el peso de la rutina y el calor del asfalto. Su puesto de control, una improvisada caseta cerca de la vía principal que conduce de Turbaco a Cartagena, es un punto de vigilancia constante en la ruta 9005. Para muchos, es solo una señal de tránsito; para Oscar, es el umbral entre el caos y el orden.

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Oscar no busca héroes, solo busca que la gente llegue a su destino. Su crónica no es de grandes batallas, sino de pequeñas victorias: una botella de agua ofrecida a un conductor exhausto, una advertencia firme pero calmada a un motociclista sin casco, o el simple gesto de indicar la ruta correcta.

Hoy, el silencio se rompió con el llanto. Una familia en una vieja camioneta se detuvo bruscamente. El conductor, pálido, solo pudo señalar hacia atrás. No era un accidente, sino el miedo: habían presenciado un altercado a lo lejos y estaban paralizados por la incertidumbre. Oscar, sin levantar la voz, les ofreció un café y les recordó que, aunque la carretera es larga, nunca están solos. Les dio indicaciones precisas sobre cómo seguir con seguridad hasta Turbaco.

“La gente cree que nuestro trabajo es poner multas,” me dice Oscar mientras revisa sus binoculares. “Pero la verdad es que somos anclas. Cuando ves la desesperación en los ojos de un padre que teme por su familia en este puente festivo, entiendes que la valentía no es disparar, sino ser el punto firme en medio de la prisa y el peligro.”

La vegetación seca de los costados parece absorber el ruido del motor, pero no el silencio de la espera. Velandia Briceño conoce cada árbol retorcido, cada curva que oculta un peligro potencial. En esta tierra de contrastes, donde la exuberancia de la ciénaga se encuentra con la sequedad del camino, él es el guardián humano de un ecosistema de metal y prisa. Su mirada, entrenada para detectar lo anómalo, escanea el horizonte más allá de los límites de su jurisdicción, sabiendo que la ley de la carretera rara vez respeta fronteras.

A veces, en las horas muertas, piensa en su familia en otro municipio y en la distancia que lo separa de ellos. Esa distancia es la misma que él ayuda a acortar a cientos de viajeros cada día. El chaleco pesa más por la responsabilidad que por el material balístico. Cada revisión de documentos, cada consejo dado, es una pequeña victoria contra la indiferencia que a menudo parece reinar en el asfalto caliente. Es un pacto tácito con el camino: él vigila, y el camino, por un instante, se vuelve seguro.

Al caer la noche, mientras las luces de su patrulla iluminan el camino, Oscar Velandia Briceño sabe que ha cumplido. No habrá titulares por su acto de hoy, pero una familia sí llegará a su destino. Y para él, esa es la única noticia que importa.

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