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Justicia

Editorial Gustavo Gómez

"Los emiliotapias"

Si cada país del mundo fuera definido por un verbo, sin duda el documento final le asignaría “robar” a Colombia.

Emilio Tapia. Un nombre al que nos acostumbramos y que ya hace parte de lo que somos, de lo que vergonzosamente somos: un país que se acostumbró a la corrupción.

Un semillero tropical, de buen clima y generosas aguas, donde los emiliotapias germinan, crecen robustos y dan sus frutos. Y digo "sus" frutos, porque, los frutos son solo para ellos. Los emiliotapias son plantas depredadoras que engullen los recursos públicos mientras dejan caer migajas que alimentan a un ejército de funcionarios corruptos, parte de una eficiente estructura paraestatal.

Este es el país del déjà vu, en el que los casos de corrupción que vivimos hoy los experimentamos una y otra vez, en matiné, vespertina y noche. No sé si les pasa a ustedes lo mismo, pero siento que cada año estoy informando sobre los mismos robos de la alimentación de los niños de los colegios públicos; los mismos negocios del círculo del poder de los presidentes y de los consejeros de alto nivel, hechos desde sus oficinas o desde sus casas campestres, a donde citan a la gente; las mismas extorsiones a los comerciantes para que puedan trabajar protegidos por la delincuencia que los desangra; las mismas carreteras, colegios, estaciones de policía y puentes sin terminar o acabados a las patadas; los mismos circuitos de corrupción enquistados en las oficinas públicas, las entidades del Estado, los ministerios... y, siempre, siempre, están de por medio los emiliotapias.

O, como en el caso de Centros Poblados, los episodios de corrupción resultan "poblados" por el mismísimo Emilio Tapia, el protagonista de una franquicia tan exitosa que le ha permitido enriquecerse a costa del erario y seguir gozando de esos dineros en la calle, muerto de la risa. Mientras conserven los dineros, se burlan de las penas, porque literalmente, no tienen pena.

Nótese que lo llamamos "protagonista de la franquicia" y no Emilio Tapia, el original, porque lo que hace no reviste originalidad alguna: se trata de un diseño replicado una y otra vez, durante décadas, al paso de cientos de administraciones nacionales o locales, con los mismos principios... es decir, los principios de no tener principios, y duplicado con una efectividad impecable por los emiliotapias que aquí florecen y que nosotros regamos, sea con la indiferencia, sea con la connivencia.

Y así seguiremos mientras el único escenario donde se combate la corrupción sean los medios y los foros, porque en la vida real no hay tapias que puedan contenerla y quienes tienen el poder y las herramientas para poner tatequieto sigan, sordos como una tapia, dejando que a este país se lo roben. Y quien deja que se roben al país, no lo duden, es porque también está robando.

¿O las 396 reuniones que se dieron en el Ministerio de Tecnologías de la Información y las Comunicaciones, solo para el desastre de Centros Poblados, que reveló el investigador Camilo Enciso y que nos desmenuzó Yohir Akerman en su columna de El Espectador ayer, qué verbo admiten? ¿Trabajar o robar?

Si cada país del mundo fuera definido por un verbo, sin duda el documento final le asignaría "robar" a esta Colombia inagotable, que sigue ahí, exhausta, desangrada una y otra vez.

Somos un milagro: ningún ente, como Colombia, ha estado por tanto tiempo en unidad de cuidados intensivos. Y no hay riesgo de muerte. Los emiliotapias la necesitan; no la van a dejarla morir nunca...

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