Ana Victoria Gómezleyva: Pensar los espacios desde la raíz
Su firma, GleM Arquitectura, ha ganado reconocimiento por su capacidad de crear proyectos únicos sin caer en fórmulas repetidas
Ana Victoria Gómezleyva: Pensar los espacios desde la raíz
En la costa sur de México, donde el tiempo tiene otro ritmo y el paisaje habla en silencio, hay una forma de construir que no se aprende en los libros, sino en la observación, en la escucha y en el respeto por lo que ya existe. Así ha sido el camino de Ana Victoria Gómezleyva, una mujer que ha decidido hacer arquitectura no solo con planos, sino con conciencia.
Desde su estudio en Puerto Escondido, Oaxaca, su mirada ha transformado la manera en que muchas personas entienden el acto de habitar. Para ella, construir no es simplemente levantar muros o proyectar estilos. Es entender que cada lugar tiene una voz propia, una memoria y una dinámica que no se deben interrumpir, sino acompañar.
Ana Victoria comenzó a trabajar en esta región con una idea muy clara: que el diseño debía estar al servicio de la vida, y no al revés. Con eso en mente, ha desarrollado proyectos que se funden con la topografía, que respetan el clima, que utilizan materiales locales y, sobre todo, que no rompen con la armonía natural que tanto caracteriza a esta zona del Pacífico mexicano.
Uno de los proyectos que mejor refleja esta visión es Villa Kerlmar, una residencia concebida como una experiencia sensorial y no como una estructura imponente. Allí, las líneas suaves del diseño se mezclan con la vegetación nativa, los espacios se abren para dejar pasar la brisa y la luz, y cada rincón parece estar en conversación con el mar. No hay elementos que busquen imponerse, sino decisiones tomadas desde la sensibilidad. Es una casa que se adapta, que observa y que respira.
Pero más allá de su propuesta arquitectónica, hay algo en Ana Victoria que conecta con una necesidad mucho más amplia: la de repensar cómo construimos en América Latina. En una época en la que muchas regiones enfrentan un crecimiento desordenado, donde lo urbano a menudo se impone sobre lo natural, su trabajo invita a frenar, a mirar con otros ojos, y a decidir con más criterio.
Puerto Escondido ha sido testigo de un auge inmobiliario considerable en los últimos años. Sin embargo, no todos los desarrollos comparten la misma filosofía. Para Gómezleyva, es fundamental que quienes llegan comprendan el contexto. “Construir aquí no es solo una decisión estética o económica. Es una decisión ética”, afirma. “Hay que preguntarse si lo que se está haciendo aporta, si respeta, si deja algo bueno”.
En su práctica, esto se traduce en procesos colaborativos con artesanos, constructores y proveedores locales. No como un gesto simbólico, sino como una forma concreta de fortalecer el tejido social de la región. La arquitectura, en este caso, no se queda en lo individual: se vuelve parte de una comunidad.
Su firma, GleM Arquitectura, ha ganado reconocimiento por su capacidad de crear proyectos únicos sin caer en fórmulas repetidas. Pero lo más interesante es que no pretende crecer de forma acelerada ni multiplicar su presencia en distintas ciudades. Al contrario, Ana Victoria apuesta por la profundidad: menos proyectos, más sentido; menos velocidad, más permanencia.
Ese enfoque también ha sido clave para atraer a quienes buscan una vida más pausada, más consciente. Personas que no quieren solo “una casa bonita”, sino un lugar donde reconectar con lo esencial. Y que entienden que habitar no se trata únicamente de estar, sino de pertenecer.
La historia de Ana Victoria Gómezleyva no es solo la de una arquitecta que diseña con elegancia. Es la de una mujer que decidió caminar a otro ritmo. Que eligió construir desde el cuidado y no desde la ambición. Y que, en ese proceso, está dejando una huella serena pero firme en una región que merece ser tratada con respeto.
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En un mundo que muchas veces celebra lo grandioso, lo inmediato y lo visible, su trabajo nos recuerda el valor de lo invisible: del viento que circula sin obstáculos, del muro que genera sombra sin cerrarse, del techo que protege sin encerrar. Y nos invita a pensar que quizás, al final, los mejores espacios no son los que se muestran, sino los que se sienten.