Alpe d´Huez: El día que Lucho Herrera refundó un país a punta de pedalazos
El escritor colombiano, Ricardo Silva Romero, compartió algunos detalles de su más reciente novela que tiene como protagonista a uno de los héroes de su infancia: Luis Alberto Herrera Herrera y su conquista a uno de los picos más temidos en el Tour de Francia de 1984
Ricardo Silva Romero (Bogotá, 1975) estaba por cumplir nueve años cuando la sombra delgada de Luis Alberto Herrera Herrera, un jardinero nacido en las faldas de los Andes, se posó sobre el dorsal del implacable Bernard Hinault a falta de 9 kilómetros para alcanzar la cima del Alpe d’Huez.
Eran las 9:00 a.m. de un lejano 1984 y aquel niño, que para entonces ya coleccionaba revistas de ciclismo y tenía por héroes a hombres criados con changua y bocadillo, miraba extasiado las imágenes de un cristo encorvado que no sabía que tenía el noble propósito de “refundar una patria” a punta de pedalazos.
En la pantalla del televisor, su ídolo iba dejando atrás a la figura del ‘Tejón’, como era conocido el obstinado campeón francés que se resistía a la idea de perder la etapa reina del Tour de Francia número 71 y de cederle su gloria y su dolor de redentor a las nuevas generaciones.
Sesenta minutos después, una lágrima recorrió su pequeña cara y toda una cordillera cuando el humilde corredor, el hijo predestinado de unos campesinos de las tierras del maíz, levantaba tímido sus brazos y se erigía como el primer ciclista colombiano y latinoamericano en ganar una etapa en la carrera más importante del deporte más hermoso del mundo.
El recuerdo de aquella improbable gesta del silencioso y determinado Lucho Herrera, la nostalgia de la embriagadora narración de los comentaristas deportivos que no sabían que otros verbos inventar; las pedaladas de los olvidados; y la emoción de volver a la infancia y redimir nuestros sufrimientos, son los protagonistas de Alpe d’Huez (Alfaguara) la más reciente novela de ese niño que un día soñó con imposibles.
ENTREVISTA:
Caracol Radio: ¿Qué estaba haciendo el día en el que Lucho Herrara ganó la etapa del Alpe d’Huez?, ¿Cómo recuerda este momento?
Ricardo Silva Romero: Esa etapa fue el lunes 16 de julio de 1984, yo estaba a punto de cumplir nueve. Estaba en el colegio, pero en ese momento estaba en vacaciones. Eso significa que me vi la etapa sin ningún problema y me vi la transmisión que fue de más o menos una hora. La transmisión fue la última parte de la etapa, especialmente la escalada al Alpe d’Huez.
Recuerdo bien que en esa casa de cuando era niño había dos televisores, uno que no era tan bueno y el bueno, y vi la etapa en el bueno. Todo el tiempo de pie, incapaz de sentarme, porque a los ocho ya era muy aficionado al ciclismo. Me había metido por el lado del deporte desde los años anteriores, tal vez desde el Mundial de 1982.
Y ya para la etapa del Alpe d’Huez ya era coleccionista de revistas de ciclismo, jugaba etapas de ciclismo con tapas de gaseosa, salía a montar bicicleta. Me producía verdadero placer y alivio ver una etapa. Y esta estaba encabezada por quien me parecía el mejor de los ciclistas del mundo que era Lucho Herrera. Era un seguidor de lo que él hacía, y entre otras, es la única persona en la vida a la que me ha parecido bien pedirle un autógrafo.
El único autógrafo que tengo es de Lucho Herrera.
Ese día lo tengo muy presente, de estar parado, de estar ante ese televisor, de hacer fuerza, de sentir orgullo, de sentir que este país que era tan extraño y que ya empezaba a ser absurdamente violento: ya empezaban a matar al ministro de Justicia y a volcar la guerra por todos lados. Este país estaba en el mapa por esta razón también, por semejante ciclista.
CR: ¿Qué representó escribir un libro, que se aleja de la vergüenza que sentimos como colombianos con Autogol; o el dolor de padecer esta patria insensata en Río Muerto, para recordar un episodio que nos enorgullece y que, pareciera, sigue redimiendo nuestros pecados?
Ricardo Silva Romero: Autogol es una catarsis, es una tragedia colombiana que responde a un momento de suma vergüenza en mi juventud. Uno usualmente no se siente ni orgulloso ni avergonzado de donde nació, porque es de donde le tocó. Uno no está pensando en esos términos, sino que está viviendo. Pero hay momentos de la vida que lo empujan a uno a preguntarse cómo explicarle a alguien que no sea de acá, lo que pasa acá. ¿Cómo le voy a explicar a alguien en Finlandia que acá mataron a Andrés Escobar por hacerse un autogol?, ¿cómo argumento?, ¿de dónde empiezo a explicar?
Ese es el impulso de Autogol, la investigación de esa vergüenza. Y es también el retrato de una cultura que amamos, ese país que no siempre es un amor correspondido y unos personajes que a mí me conmueven. Y yo creo que va de la mano con Alpe d’Huez. Alpe d’Huez es lo contrario.
Si Autogol es la tragedia, Alpe d’Huez es la comedia, en el sentido dramático del asunto. Es una trama que perdona a sus personajes, que les da vía libre a seguir viviendo, es una celebración de la vida, es un llamado a seguir viviendo, es una recreación de la alegría que se puede sentir y un documento sobre Colombia como cultura del coraje.
Si Autogol es una mirada a la cultura de la aniquilación, que somos; Alpe d’Huez es el reconocimiento que también tenemos mucho coraje y una vocación muy extraña a seguir viviendo.
CR: ¿Y al sufrimiento?
Ricardo Silva Romero: Sí, y a lidiar con el viacrucis, que sí que se parece a una etapa de ciclismo.
CR: ¿Cuál es la sensación que le dejó haber dejado plasmado en esta novela el milagro que es Lucho Herrera y nuestros escarabajos?
Ricardo Silva Romero: Es emocionante. Yo creo que llevo más de 25 años haciendo eso: publicando libros y recibiéndolos cuando salen y emocionándome por como quedan. A mí me gusta mucho el objeto del libro y me emociona mucho recibir un libro que tenga que ver conmigo.
Pero pocas veces he sentido la emoción que sentí recibiendo este. Me parece que es un objeto precioso. Que es una edición preciosa. Yo conocí a mi esposa Carolina haciendo Autogol y llegar a Alpe d’Huez 15 años después tiene un significado muy particular. Es como una renovación de votos.
Pero al mismo tiempo es muy conmovedor porque es una nostalgia. Es decir, estoy recreando las emociones de la infancia, el mundo de la infancia, incluso cómo funcionaba todo cuando era niño. Las mismas transmisiones me producen emoción: “haga el cambio con Rimula”, todas estas propagandas, estos comerciales, estas voces tan emotivas me producen la felicidad de volver a la infancia. Pero es una nostalgia útil.
Mi papá sufría mucho por la nostalgia, decía que eso era inútil, y que era mejor no mirar atrás y todo eso. Yo me dediqué a hacer novelas que básicamente es mirar atrás. Y he entendido que sí hay una nostalgia inútil, o sea, no era mentira lo que decía mi papá, pero hay una nostalgia que revitaliza. Que recrear el mundo de la infancia devuelve la energía de la infancia y las ganas de seguir y seguir cuando uno es niño. Y siento eso con esta novela.
La veo y me gusta su cubierta y siento que es una caja que tiene adentro eso. Y me veo totalmente. Yo creo que todos los libros que he hecho, más allá de si le gustan a uno o no, o si le gustan más unos o más otros, todos tienen garantizado eso. Uno les podría poner un sello de esos que le ponen ahora a los chicharrones y a las papas BBQ y ponerles el sello garantizado que todo eso es verdad, es auténtico y el que lo hizo entregó todo lo que podía entregar escribiéndolo.
CR: ¿Acaso cree que los comentaristas deportivos son (o fueron) una suerte de juglares del Medioevo que impregnan de épica las hazañas de hombres de hombres obstinados?
Ricardo Silva Romero: Yo creo que sí. Y juglares es justa la palabra para estas voces. Yo almorzaba en la casa con mi papá y mi hermano oyendo La Barra de las 13, que era el programa de deportes de Caracol, con Alberto Piedrahíta y un grupo de comentaristas, César Augusto Londoño y Pepe Dick Martínez. Era un grupo de gente que hablaba todo de deportes y era una pasión escucharlos.
Y escuchaba las etapas desde la madrugada, como hay la diferencia horaria, pues eso empezaba a otra hora, me apasionaban sus muletillas; sus juegos de palabras; su poesía coja; su sabiduría, a veces regular y a veces lúcida. De tal manera que es auténtica mi admiración por los periodistas deportivos.
Los pinto cómicos porque se lo merecen, porque son chistosos, porque son excesivos, porque esa es su gracia. Pero hay una admiración real, me parece que son admirables y que elevan lo humano a lo épico. Que son capaces de hacer lo que sucede sea opaco al lado de lo que ellos narran. Eso me fascina.
Y es al fin de cuentas lo que hace un novelista, un autor de ficciones: agarrar la realidad, articularla y potenciarla y volverla suspenso y volverla risible. Y es lo que hacen los narradores también.
CR: Existe un corredor que protagoniza varias de las páginas de Alpe d’Huez: Manfred Zondervan. ¿Se podría decir que este eterno gregario es una metáfora de aquellos que cumplimos un rol de figurantes y que tenemos la oportunidad de ser héroes de nosotros mismos por un día? Como la canción de David Bowie.
Ricardo Silva Romero: Es toda una filosofía, la del gregario. Este Zondervan está inspirado en varios gregarios, pero es un personaje de ficción. Y sí es la encarnación de esa forma de vivir. Hay un momento, y a los deportistas les pasa pronto, en el que uno se da cuenta de que se vive la vida aspirando a ser protagonista y todos, en realidad, somos personajes secundarios.
A mí me gusta eso del gregario, que logra sobreponerse a la educación para ganar.
Yo creo que por bien que nos haya ido a todos en la vida, nos haya ido bien con los papás que nos tocó en suerte; con los maestros que nos encontramos; con los compañeros de trabajo. Por bien que nos haya ido, el mundo desde muy temprano nos educa para triunfar, para sacar las mejores notas o para ganarnos premios o ganar carreras.
Siempre tenemos el mensaje de que debemos prevalecer. Que uno tiene que ser mejor que los demás. Imponerse. Prevalecer en términos físicos.
Y alguien que logra que su vida sea servirle a los demás, al que gana. Sentir que llegar antes de que se acabe el límite de tiempo es suficiente. Sentir que terminar la carrera no es poco. Alguien que vea en eso satisfacción y propósito y destino, yo creo que tiene ventaja a la hora de dormir en paz.
Yo creo que esta educación sería buena para la convivencia.
CR: Hace algunos años el Giro de Italia entregaba la maglia nera, que era el homenaje a aquel que se había sobrepuesto a todos los desafios y había llegado hasta el final.
Ricardo Silva Romero: Es el momento que uno entiende que, a la larga, el único testigo de uno es uno mismo. Es decir, puede que le vaya bien a uno en algún momento y gane algún premio o le vaya bien con algún libro o lo que haga, pero en últimas es una gran tranquilidad saber que el problema es de uno con uno mismo. Y eso sí que lo vive un ciclista y es lo que pasa con Zondarvan en el Alpe d’Huez.
Y es lo que pasa en su cabeza y cómo él va entendiendo que sí es suficiente. Y está bien dejar ir la voz de su mamá, que es la de ganar; la de su esposa, que es la de preguntarse: “¿qué sentido tiene esta vida si no se puede vivir en paz?” Esas voces él las está conciliando en esa etapa.
Y no llegar fuera del tiempo me parece que es una manera de decir: estar vivo. No llegar fuera del tiempo.
CR: Este libro habla sobre el dolor, las muertes y resurrecciones, ¿qué tanto se parece el ciclismo a la vida? ¿Cree que si Sísifo viera a los ciclistas subir el Alpe d’Huez sentiría compasión?
Ricardo Silva Romero: Yo creo que sí es muy parecido y creo que es casi hacer trampa escribir sobre ciclismo porque queda hecha la alegoría. Simplemente, es contarlo como es. Y cualquier lector entiende que se trata de cómo todos estamos atrapados en un cuerpo y tratamos que la mente no lo sabotee.
Que no lo enferme, no lo desgaste, no lo enloquezca.
Cómo uno nota que los tenistas, ciclistas, futbolistas, boxeadores, usualmente son todos talentosos, pero uno ve que hay unos que sufren más y sufren menos según la fortaleza interior. Según la capacidad que tengan de callar las voces interiores, las que sabotean.
Todos sabemos, por ejemplo, los que tratamos de escribir, que esto es una pelea contra la mente. Que lo que uno hace cuando logra escribir es callar unas voces que le están diciendo: “usted con qué derecho se pone a escribir, es decir, este es el oficio de Cervantes y de Shakespeare y de Dickens. Usted con qué autoridad se atreve”.
Y esas voces lo están a uno cercando y si no le dicen eso, le dicen que todo el mundo va a decir que lo que hace es malo, o pobre, o mediocre, o complaciente. Hay tanto saboteo en la cabeza de uno que escribir se parece a pedalear, a jugar un partido. Todo es callar esas voces y seguir y seguir y seguir. Y darse cuenta de que no hay que ganar, sino hacer el trabajo como Zondervan.
CR: “De esto se trata todo esto ¿no?, de levantar la cabeza cuando duele peor y de mirar hacia adelante mientras están gritándole y mirándole a uno de reojo”. Usted ha reconocido que esto es un libro de autoayuda, y se hace evidente en líneas como estas, ¿cómo hacerlo en tiempos donde este tipo de literatura está tan desprestigiada?
Ricardo Silva Romero: Hay libros de autoayuda y yo los separaría de superación. Los de autoayuda son los libros que uno encuentra y le sirven para vivir mejor, que de eso se trata estar vivo. Y hay unos de superación que le ofrecen a uno cosas a cambio como dinero y ganarles a los otros.
La autoayuda es de puertas para adentro y la superación de puertas para afuera.
Y yo creo que la literatura es autoayuda, es la autoayuda de ciertas personas que disfrutan inperpretando en todos los sentidos: poniendo en escena lo que leen y también leyendo entre líneas. Descubriendo hallazgos, encontrando modeos de dicir lo que estab sintiendo.
A mí me parece recuperar la autoayuda para la literatura. La gente que lee, lee porque le sirve, porque le alivia, porque lo acompaña, porque lo articula, porque le ayuda a digerir las extrañezas. Y me parece útil usar el deporte y cada vez que puedo y no se me atraviesan libros sobre el país violento o lo que pasó la historia me encanta volver al deporte porque recuerda eso: leer tiene que ver con superar con trasnformar, con hacer terapia.
CR: ¿Cuál es el libro que le falta por escribir?
Ricardo Silva Romero: Tengo unos libros soñados que siempre se van aplazando porque se atraviesan unos que tengo más claros o que siento que hay que hacer de una vez. Siempre he querido hacer una serie delibros que cuenten una misma historia y estoy en eso. Pero tengo aplazados una Semana Santa que quiero contar de la historia de Colombia y siempre se me va aplazando y un juicio 0político del siglo XIX que quería hacer.
A mí me fascinan las novelas y las películas de juicios, con abogados y casos. Son como novelas y películas policiacas, pero encerradas, en la corte. Hay juicios de la literatura de Colombia, y en especial uno queme gusta y que ya intenté retratar en un libro, que es el libro de la envidia que hice sobre el asesinato de José Asunción Silva.
Son poryectos soñados que se van atrasando porque aparece una novela. Por ejemplo, me gustaría hacer una novela epistolar que nunca he hecho. Hice una novela que se llama Novela romántica y es una conmversación nada más, pero me gustaría una que fueran cartas. Me parecería interesante en una época en la que nadie escribe cartas.
Cunado noto que me estoy sintiendo bien es cuando siento que no me va a alcanzar la vida. Ycuando no me estoy sintiendo bien, no me improrta.
CR: Usted ha contado que El libro de la envidia lo escribió para su papá; que la novela de La historia oficial del amor la hizo para mamá; y a Carolina, su esposa, le escribió Cómo perderlo todo, ¿Alpe d’Huez es el libro con el que se está cumpliendo?
Ricardo Silva Romero: Totalmente yo creo que es totalmente para mí. No me lo puedo dedicar poerque ya seria lo más narciso posible, pero es para mí, para el niño que era y para esa nostalgia revitalizada. Es exactamente lo que me gusta ver y leer es eso.
CR: ¿Es suficiente una banderita de colombia y que griten nuestro nombre para seguir soportando hasta la meta?
Ricardo Silva Romero: Yo creo que sí, yo creo que así es que soportamos con gestos menores, momenticos del día. A ratos uno va por la calle, medio tambaliando por dentro y depornto la luz de cielo está bien y eso es balzamo. Yo creo que uno va recogiendo imágenes y escenitas que justifican la vida y le acosejan seguir.