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Krejcikova y Pavlyuchenkova, final inesperada de Roland Garros

La checa y la rusa, 33 y 32 del mundo, se enfrentan este sábado por el título.

Krejcikova festeja su clasificación a la final.

Krejcikova festeja su clasificación a la final. / EFE/YOAN VALAT

El Roland Garros más extraño en el cuadro femenino se dirimirá en una final inesperada entre la checa Barbora Krejcikova, 33 del mundo a sus 25 años, y la rusa Anastasia Pavlyuchenkova, 32 del ránking de 29.

Hasta ahora reconocida doblista, clasificada también para semifinales del cuadro femenino junto a su compatriota Katerina Siniakova, la checa dio la penúltima sorpresa del torneo al derrotar a la griega Maria Sakkari, 18 del mundo, también de 25 años.

Krejcikova sucede a su compatriota Marketa Vondrousova, finalista hace dos años, y se puede convertir en la segunda checa en ganar el torneo, después de que en 1981 lo hiciera Hana Mandlikova. Pavlyuchenkova será la primera rusa en disputar una final en París desde que en 2014 lo hiciera Maria Sharapova, cuando levantó el trofeo.

La checa salvó una bola de partido en su duelo contra Sakkari para acceder una final inesperada, en su año más completo, en el que, como ella misma ha confesado, la buena situación sanitaria durante la pandemia en su país le permitió entrenar más que a otras rivales.

Así, en los últimos meses logró una final WTA 1.000 en marzo, un primer título hace dos semanas y, por vez primera, una final.

Parecía que no lo iba a conseguir cuando Sakkari sacó su mejor juego, se apuntó la segunda manga y se colocó con ventaja en la tercera. Con 5-4 y una bola de partido.

Pero Krejcikova se aferró, dando una lección de defensa, quizá no el tenis más vistoso, pero suficiente para acabar por desquiciar a la griega, más ofensiva, que no pudo prolongar la fiesta del tenis griego, que este viernes buscará también una final masculina con Stefanos Tsitsipas, frente al alemán Alexander Zverev.

PREMIO A LA PERSISTENCIA

Pavlyuchenkova logró, al fin, el premio a su persistencia, 51 Grand Slam después, siempre alejada de los puestos finales, siete cuartos de final más tarde, logró romper el techo de cristal sobre su palmarés para jugar su primera final de un grande.

Derrotó en semifinales a la eslovena Tamara Zidansek, 7-5 y 6-3, otra neófita en las rondas finales de los torneos, 85 del mundo que, hasta este Roland Garros, apenas había ganado tres partidos en todos los Grand Slam.

A menos de un mes de cumplir los 30, la rusa firma la historia de una promesa demasiado joven, que deambuló por el circuito a golpes de genio y de depresión, sin responder a las expectativas que se habían generado sobre su carrera.

La actual número 32 del ránking ha explotado al fin en el Roland Garros más imprevisible, en el que las favoritas fueron, una a una, entregando las armas ante tenistas poco conocidas. La propia Pavlyuchenkova se encargó de derribar a dos, bielorrusas ambas, Aryna Sabalenka, 3 del mundo, y Victoria Azarenka, la 15.

Así se fue abriendo paso en el cuadro, dejando destellos del tenis que prometía cuando con 14 años ganó el júnior del Abierto de Australia y al año siguiente lideraba el ránking de la categoría.

Su nombre atraía patrocinios en un país que miraba con buenos ojos el tenis femenino, un escaparate perfecto, un éxito asegurado que, sin embargo, se le subió demasiado a la cabeza generando un torbellino de presión que no pudo dominar.

Con 17 años era 27 del mundo y se auguraban ya muchos Grand Slam para la jugadora que, sin embargo, entró en barrena. La gloria dio paso a un camino pedregoso, a altibajos constantes de talento y depresión, que le llegó en 2018 cuando estuvo a punto de dejar el tenis.

Su trayectoria parece haberse enderezado en los últimos años, coincidiendo con la llegada de su hermano al puesto de entrenador, una de las sensaciones de la grada con sus llamativos tatuajes.

Pavlyuchenkova no oculta que impresionar a su hermano ha sido una motivación extraordinaria y, como el talento estaba, el trabajo ha llegado para reforzar el tándem. El resultado es esta primera final de Roland Garros.

Nadie antes había disputado tantos grandes antes de alcanzar su primera final, un premio a la constancia, un regalo recibido con muchos años de retraso según la programación prevista en sus inicios.

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