Los gazatíes y toda una vida destrozada por la guerra de Israel y Hamás
Las principales víctimas de la guerra en al Franja de Gaza son sus habitantes, quienes en medio de dificultades humanitarias tuvieron que enfrentar una guerra completa en su territorio.
En casi un año de guerra entre Israel y el movimiento islamista palestino Hamás, la gente de Gaza lo ha perdido casi todo: sus seres queridos, sus hogares, sus carreras y sus sueños.
La AFP habló con un estudiante, una paramédica y un exfuncionario en Gaza para saber cómo el conflicto ha destrozado sus vidas.
Un estudiante sin universidad
Fares al Farra, de 19 años, era tan brillante como ambicioso en la escuela. Dos meses antes del 7 de octubre, se había graduado con una nota alta y se matriculó en la Universidad de Ciencias Aplicadas de Gaza para estudiar inteligencia artificial.
“Tenía muchas ambiciones y objetivos. Y siempre confié en alcanzarlos algún día”, explica. Pero días después del ataque de Hamás que desencadenó la guerra, el ejército israelí bombardeó parte de su facultad.
Fares al Farra y su familia abandonaron su casa en Jan Yunis, una ciudad en el sur de Gaza que se convirtió en campo de batalla entre Israel y los milicianos de Hamás, y buscaron refugio en un campamento temporal.
Volvieron a casa cuando las tropas israelíes se retiraron de la zona. Pero los bombardeos posteriores destruyeron las paredes de su hogar y mataron a su amigo Abu Hasan. Él mismo se rompió un brazo.
En contexto
“Siempre me cuidaba”, dice el joven recordando a su amigo, con quien convivió en su desplazamiento forzado de su hogar. “Era una buena persona”.
La guerra ha hecho mella en el optimismo de Farra y en sus esperanzas de conseguir una buena educación. “Parece que todos los caminos están cerrados”, lamenta.
Y una vez termine la guerra, teme que sus aspiraciones educativas ya no sean una prioridad.
“Habrá necesidades más básicas” que satisfacer, explica. Aun así, desea que el conflicto termine y él pueda “alcanzar sus sueños y objetivos”.
Paramédica y madre
Maha Wafi, de 43 años, explica que “amaba de verdad” su trabajo como paramédica en Jan Yunis porque podía ayudar a otras personas. “Vamos a la gente y les decimos: ‘los escuchamos’”, declara.
También amaba su vida con Anis, su marido desde hace 24 años, sus cinco hijos y su hermosa casa.
Pero la guerra forzó a la familia a dejar su hogar y buscar refugio en un campamento a la vez que el flujo de heridos y enfermos por los bombardeos aumentaba la presión sobre el pobremente equipado personal médico de Gaza.
Después, a principios de diciembre, el marido de Wafi fue detenido. Desde entonces no lo ha vuelto a ver. Ahora debe lidiar sola con las adversidades de la guerra, cuidar a sus cinco hijos y continuar trabajando como paramédica.
“Vives en una tienda (...) Tienes que traer agua y gas, encender un fuego y lidiar con las dificultades de todo esto”, asegura.
“Todo esto es presión psicológica sobre una mujer trabajadora”, dice Wafi desde su ambulancia, antes de ponerse a limpiar la sangre del suelo.
Durante la guerra ha visto a gente muerta y mutilada. Ella misma escapó de la muerte por los pelos cuando un ataque golpeó un vehículo justo al lado de su ambulancia.
Su deseo es que su marido sea liberado y la vida vuelva a ser como era antes de la guerra.
De funcionario a mendigo
Hasta el 7 de octubre, Maher Zino, de 39 años, disfrutaba de una “bonita rutina” como empleado del gobierno con un salario decente. Vivía junto a su mujer Fatima y sus tres hijos en Ciudad de Gaza.
Un año después, se ha visto desplazado “tantas veces que es difícil mantener la cuenta”, explica desde un refugio en un campo de olivos en el centro de Gaza.
De Ciudad de Gaza a Jan Yunis en el sur, de allí más al sur hasta Rafah en la frontera con Egipto y luego nuevamente al centro de la Franja, la familia ha tenido que empezar de cero cada vez.
“Monta una tienda, construye un baño, compra muebles básicos y encuentra ropa porque has dejado todo atrás”, cuenta.
A veces pudieron encontrar un techo antes de que cayera la noche. Otras durmieron en la calle, explica Zino, que asegura que “nunca necesitaron a nadie” antes de la guerra.
En el refugio donde viven ahora, Zino y su mujer se las apañaron para crear un ambiente parecido a un hogar, con un lugar para dormir, un tanque de agua y un baño improvisado. Él también desearía que las cosas volvieran a ser como antes.
“Me he convertido en un mendigo”, pidiendo mantas para calentar a la familia y buscando “cocinas de caridad que me den un plato de comida para alimentar s mis niños”, dice Zino.
“Esto es lo que nos ha hecho la guerra”.